Del toque militar al sentimiento cofrade: el cambio que marcó un antes y un después en la Semana Santa de Valladolid
Música para camaleones
No hay nada más odioso que una música sin un pensamiento latente, dejó escrito Arthur Rubinstein. Eso es lo que me está pasando mientras escucho el Concierto para percusión de Joey Roukens ejecutado por el percusionista Colin Currie. ¿Qué cosa esconde esta música que soy incapaz de entender? ¿Qué hay dentro? Quien sabe, quizás espectros indescifrables para quien esto escribe.
Escribía el etnomusicólogo Bruno Nettl que lo que oímos en música está condicionado, no solo por el sonido que realmente emite, sino por el sonido al que estamos acostumbrados y esperamos. Será eso, que uno no está acostumbrado. El caso es que mientras Colin Currie iba de un sitio para otro de la Sala Sinfónica Jesús López Cobos del CCMD me dediqué a pensar en cómo le iría al Pucela con el Cádiz. Y eso me salvó la tarde. Optimista con información como diría un argentino, imaginé por un momento que los chicos de Pezzolano se traerían a los tres puntos? El partido empezaba a las nueve y nada más de acabar el concierto me fui corriendo al coche, puse la radio y penalti (injusto) contra el Valladolid, la cosa se ponía fea?
Pero bueno, en el descanso consulté el móvil para ver la alineación y quitarme de encima lo antes posible el concierto que nos había ofrecido Colin Currie. Es lo que tiene la música, la buena y la mala que siempre te facilita estar en otro sitio. Y yo estaba en el estadio del Cádiz viendo calentar al Real Valladolid.
Los cinco minutos que duró D'un matin de printemps (De una mañana de primavera) de la compositora Lili Boulanger se me pasaron rápidamente, tan rápido que no me dio tiempo a pensar que quería decir su música. A la capacidad intrínseca que tiene el cerebro humano para reconocer si la música te gusta no la dio tiempo para ponerse en marcha.
Y llegó Robert Schumann y ahí sí que empecé a disfrutar de la música que salía de los miembros de la OSCyL dirigida esta noche por Chloé Van Soeterstéde. ¿Acaso no es la música, al fin y al cabo, una mera colección de sonidos bellos? Escribe Daniel Barenboim en su estupendo libro, recién en las librerías, titulado: La música despierta el tiempo.
Decir por último que la batuta de la directora Chloé Van Soeterstéde resultó durante todo el concierto clara, con idóneo subrayado rítmico; supo resaltar las múltiples líneas melodícas de la Sinfonía nº 2 de Schumann y sus contrapuntos. A la OSCyL la ví un poco más desanimada de lo habitual, no sé si la Opera de Carmen les ha dejado sin resuello...