Mano izquierda para escribir

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Mano izquierda para escribir
Fotografías: Gabriela Torregrosa.
Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Lectura estimada: 8 min.

Curiosamente, algunos de los mejores escritores de la literatura universal compartieron la característica coincidente de haber perdido por completo el uso de su brazo y mano izquierdos. Son autores que alumbraron textos inmortales después de haber sufrido un accidente o herida que precisamente les causó una importante discapacidad motora en esa extremidad, pero que a pesar de todo, se sobrepusieron a la dura circunstancia demostrando con ello una enorme voluntad y capacidad de superación de la adversidad.

Sin duda, el más conocido es Miguel de Cervantes Saavedra. El 7 de octubre de 1571, el Golfo de Lepanto, en Grecia, presenció el encarnizado enfrentamiento entre dos contendientes, cuyas huestes se acercaban a 100.000 por cada bando: la Liga Santa (formada por España, Venecia y los ejércitos vaticanos), que se alzó con la victoria, y el ejército turco.

En la batalla de Lepanto, a bordo de la galera Marquesa, luchaba Miguel de Cervantes, de 24 años de edad. Ese mismo año de 1571, Cervantes se había unido, junto con su hermano menor Rodrigo, a la compañía de Diego de Urbina, perteneciente al Tercio de Miguel de Moncada. A primera hora de la tarde de ese 7 de octubre, la galera Marquesa fue atacada por los jenízaros del argelino, muriendo muchos de sus hombres (entre ellos el capitán, Francisco de San Pedro o Sancti Pietro), recibiendo muchos otros heridas de arcabuz, y siendo finalmente rescatada por la Leona, que llegó en el momento crítico. Cervantes, aunque había sido relevado del combate por sufrir fiebres, rechazó permanecer bajo cubierta durante la batalla y solicitó combatir en la popa de la galera, el lugar de mayor riesgo en caso de abordaje. Allí ocupó el puesto del esquife, al mando de 12 soldados, acción en la que recibió tres heridas de arcabuz, dos en el pecho y una en la mano izquierda.

Los médicos del hospital de Mesina, dirigidos por López Madera, trataron sin éxito de recomponer la mano de Cervantes, que quedaría inutilizada de por vida. En seis meses de convalecencia fue intervenido por el Dr. Gregorio López, protomédico de la flota y médico de Carlos V. Todo en vano. Nacería el mito del 'manco de Lepanto', un sobrenombre que ha acompañado a Cervantes hasta nuestros días y que ha llevado a representarle en numerosas ilustraciones con un brazo amputado, aunque en realidad no fuera manco, sólo tenía la mano atrofiada. El apodo lo recibió tiempo después de su círculo de enemigos, peyorativamente.

El comportamiento de Miguel de Cervantes en Lepanto se consideró tan heroico, que recibiría recompensas: 20 ducados de la tesorería general de la Armada, 3 escudos de incremento mensual, 30 escudos de Juan de Austria, y 25 escudos del duque de Sessa por 'soldado aventajado'.

En 1575, de vuelta a España en la galera Sol, Cervantes es apresado por corsarios berberiscos frente a las costas de Cataluña, iniciándose cinco años de cautiverio en Argel. Por su discapacidad física, el bajá argelino, Azan Agá, le llamaba 'el estropeado español'.

El propio escritor alude en varias ocasiones a su herida. La primera de ellas en 1577, en la 'Epístola a Mateo Vázquez', poema que Cervantes escribió al secretario de Felipe II, Mateo Vázquez de Leca, durante su cautiverio en Argel:

"A esta dulce sazón yo, triste, estaba
con la una mano de la espada asida,
y sangre de la otra derramaba;
el pecho mío de profunda herida
sentía llagado, y la siniestra mano
estaba por mil partes ya rompida"

En la Primera Parte del Quijote (1605), capítulos 39 a 41, el capitán leonés Ruy Pérez de Viedma, un alter ego del autor, describe la batalla de Lepanto como "aquella felicísima jornada". El relato del personaje muestra la precisión de un testigo presencial.

El 'Prólogo al lector' de las Novelas ejemplares (1613) incide en la idea: "Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros".

De nuevo, el primer capítulo de Viaje del Parnaso (1614) recuerda el hecho con idéntico orgullo:

"Bien sé que en la naval dura palestra

Perdiste el movimiento de la mano

izquierda, para gloria de la diestra".

 

A partir de 1614, fecha de publicación del Quijote apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda, el hiriente 'Prólogo' de éste suscita un cambio de actitud en Cervantes. Avellaneda se refiere a la herida sin mostrar el respeto habitual hasta ese momento: "historia, que se prosigue con la autoridad que él la comenzó y con la copia de fieles relaciones que a su mano llegaron; y digo mano, pues confiesa de sí que tiene sola una; y hablando tanto de todos, hemos de decir dél que, como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que manos". A estas palabras, Miguel de Cervantes responde con amargura: "Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como (...) si mi manquedad hubiese nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros (…) si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella" (Segunda Parte del Quijote, 1615, 'Prólogo al lector').

Más o menos de forma coetánea a ese momento en que Cervantes perdió el uso de su mano izquierda, una carismática escritora que se sitúa entre las mejores de todos los tiempos, Teresa de Cepeda y Ahumada o Santa Teresa de Jesús, en la Nochebuena de 1577, con 62 años de edad, se caía por las escaleras del convento de San José de Ávila, su primera fundación. A aquellos peldaños las monjas carmelitas descalzas los llamarían desde entonces y hasta hoy la 'escalera del diablo'.

La caída fue tan violenta que le provocó a Teresa la invalidez del brazo izquierdo para los cinco años que le restaban de vida, hasta el punto de necesitar de una persona que le ayudase en sus tareas físicas más cotidianas, para lo que fue elegida su fiel Ana de San Bartolomé. El estado en que quedó el brazo era muy precario: "Todavía está hinchado y la mano (…) y así me aprovecho poco de él", refería al Padre Baltasar Gracián por carta el 16 de febrero de 1578. Pero Teresa mostraba entereza y buena conformidad al aludir a lo ocurrido: "Fue Dios servido que no fue el brazo derecho el trabajado y así puedo hacer esto" (afirmaba en un escrito destinado a María de San José, el 28 de marzo de 1578).

Medio año después del percance, en mayo de 1578, una curandera de Medina del Campo le recompuso el brazo a la paciente. La curandera y su ayudante tiraron de él con la idea de volverlo a su sitio y dislocaron su unión con el hombro. Debió ser extremadamente doloroso, según ella misma confiesa en otra epístola al Padre Gracián, fechada el 5 de mayo: "Tenía perdida la muñeca y así fue terrible el dolor y trabajo, como había tanto que caí [...]. Menéase bien la mano y el brazo puedo levantar a la cabeza".

El brazo izquierdo de Teresa de Ávila se conserva actualmente en un relicario independiente del resto del cuerpo en el convento carmelita de la Anunciación de Alba de Tormes (Salamanca). El último diagnóstico de los médicos especialistas italianos que reconocieron el cuerpo de la madre Teresa en Alba de Tormes a finales de agosto de 2024 revela que no hubo fractura en el brazo izquierdo. Hubo dislocamiento, sobre todo en la muñeca. Una manipulación pronta y adecuada del hueso habría evitado la inutilización de la articulación y habría ahorrado muchos dolores.

Algo similar ocurrió con el escritor gallego Ramón María del Valle-Inclán varios siglos después. En julio de 1899, el autor, de 33 años, se encontraba en el desaparecido Café de la Montaña, antes denominado Café Imperial, espacio de tertulia de pensadores de la época situado junto a la madrileña Puerta del Sol, en cuyo lugar hoy una placa recuerda su existencia.

Aquella tarde, el debate en que se encontraba inmerso Valle-Inclán versaba sobre el inminente duelo entre dos jóvenes, el dibujante portugués Leal da Cámara y el andaluz López del Castillo, causado porque ambos habían discutido sobre quién tenía más valor, si los españoles o los portugueses.  Las acaloradas argumentaciones de la tertulia se vieron interrumpidas con la llegada del periodista Manuel Bueno, que advirtió que el duelo no podía producirse porque el portugués no alcanzaba la edad mínima reglamentaria para ello.

Valle Inclán se sintió contrariado por la injerencia, y le gritó: "¿usted que entiende de eso, majadero?", mientras trataba de golpearle con una botella de agua. Bueno reaccionó propinando a Valle un bastonazo, y cuando este intentó protegerse con el antebrazo izquierdo, el gemelo de su camisa se le clavó en la carne, una herida que acabó infectada y con el brazo gangrenado. Fue preciso amputar su extremidad inferior izquierda. Años después se supo que la causa no fue la herida propiamente dicha, sino la fractura ósea que se complicó por no haber recibido la atención adecuada, pues Valle esperó demasiado tiempo antes de visitar al médico. Esos días, los tertulianos de Madrid se dividieron entre partidarios de Valle y de Bueno.

Varios escritores organizaron una sesión benéfica en el teatro Lara y, con la recaudación, compraron un brazo ortopédico para Valle-Inclán, pero este no llegó a ponérselo; prefirió llevar la manga de la chaqueta recogida y dejar a la vista la evidente falta del miembro. Regresó a los salones del Café de la Montaña y no guardó rencor a Manuel Bueno, a quien dijo noblemente, quitando importancia al suceso: "el brazo de escribir es el derecho". Dicen que el único motivo por el que Valle-Inclán lamentó un día no contar con su brazo izquierdo fue a la muerte de su hija, cuando se dio cuenta de que no podía abrazarla por última vez de la manera que hubiera deseado.

Muchos curiosos le preguntaban cómo se había quedado manco, y él espoleaba su imaginación inventando explicaciones peregrinas, muy alejadas al prosaico motivo que había desencadenado la amputación. Una de sus historias predilectas era que, estando en un palacio gallego, su sirviente le comunicó preocupado que se habían agotado los ingredientes para cocinar un estofado, por lo que el escritor, para aplacar el hambre de sus invitados, le pidió que trajera un cuchillo carnicero de la cocina, remangó su camisa hasta que el brazo quedó a la vista, y exclamó: "¡Corta un trozo de esto!". También gustaba de fantasear que le había mordido un león o que había luchado contra el bandido mexicano Quirico. Esas originales explicaciones fascinaron a sus interlocutores hasta su mismo fallecimiento en 1936.

Y solo dos años después de ese momento, el 16 de febrero de 1938, el escritor francés Antoine de Saint-Exupéry, autor del delicioso El principito y aviador profesional, sufrió el accidente aéreo más grave de su carrera. Mientras participaba en el raid Nueva York-Tierra del Fuego, su nuevo avión, un Caudron Simoun modelo C635, se estrelló al final de la pista nada más despegar de Guatemala, porque el tanque de combustible estaba demasiado lleno. Afortunadamente el avión no explotó. Saint-Exupéry, además de presentar ocho fracturas, permaneció en coma durante ocho días y sus heridas fueron tan serias que casi debieron amputarle el brazo izquierdo. Para el resto de su vida le quedarían secuelas de pérdida de movilidad en él, pero continuó escribiendo y volando con normalidad.

En español, se dice 'tener mano izquierda' para ser diplomático y mostrar tacto y habilidad a la hora de manejarse ante una situación difícil. En el caso de estos cuatro grandes escritores, si bien literalmente no contaban con la mano izquierda operativa, sí hicieron todos ellos honor plenamente, con su valerosa actitud, a esta acepción metafórica del término.

Fotografías: Gabriela Torregrosa.

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