Las estaciones del destierro

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Las estaciones del destierro
El director Hugh Wolff.
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.

Hay tardes que uno no está para Shostakóvich. Su Concierto para violín y orquesta n.º 2 en do sostenido menor, op.129 ejecutado por la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCyL) y el maravilloso violinista Vadim Gluzman me dejó frío. Otras tardes, escuchando lo mismo, la misma música, la emoción que subyace de la composición del compositor ruso, me habría resultado muy placentera. Pero el gozo es caprichoso.

La maestría técnica que tiene Vadim Gluzman es indudable. Será esa oscuridad intrínseca que tiene esta música que a uno no le deja esta tarde disfrutar. El placer de la escucha tiene que ser instantáneo y atraparlo nada más que sople en nuestro oído. ¿Será por los momentos de zozobra que estamos viviendo en el que un malestar atraviesa a toda la sociedad?

El director Hugh Wolff que esta noche dirige a la OSCyL es un músico silencioso. Es un gran músico. Músico en todos los sentidos del término: audición, preparación y saberse la partitura a la perfección.  Da gusto ver como Wolff se comunica con la orquesta y con el público.  Tiene un talento innato para dirigir. Su fascinante dirección del Sinfonía n.º 2 de Sibelius fue lo mejor del concierto.

Se notaba que confiaba en la Orquesta de Castilla y León (OSCyL) y viceversa. Resultó fascinante ver como de modo instintivo la orquesta se puso de manera automática a favor del director.  Sus gestos, la fuerza de sus gestos, sin nada de parafernalia, hicieron posible que el público disfrutara de todos los aspectos de la sinfonía de Sibelius de manera austera y directa. Fueron 45 minutos exactos de descubrimiento de un director maduro, ahí se encuentra su poder.

Vivimos en una época tan barroca que no necesitamos que el director se adorne con posturitas y trucos de magia. Lo que necesitamos son directores como Hugh Wolff que saben llegar al corazón del público, aunque haya nacido a miles de kilómetros del Centro Cultural Miguel Delibes.

Un director, en definitiva, que sepa que está dirigiendo a una de las mejores orquestas sinfónicas del panorama actual en nuestro país. Un director que siempre está ahí para echar un ojo, una oreja al músico que necesita ayuda. Que Hugh Wolff ejerce su oficio de manera magistral salta a la vista.

Algunos directores tienen ese don, -el más alto que puede tener el género humano, según José Jiménez Lozano- que es el de contagiar la alegría allí por donde pasan.

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