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Vida nueva

Vida nueva
Diego Jalón Barroso
Diego Jalón Barroso
Lectura estimada: 5 min.

En menos de dos semanas el PSOE y el PP han hallado la solución para eso que según el CIS de Tezanos es ya el principal problema de los españoles y ojo, que igual en esto no se equivoca el sociólogo con menos puntería al este del Mississippi. Con un solo día de diferencia, Feijóo y Sánchez por fin han visto la luz y ya saben cómo hay que solucionar esto de la vivienda. Ambos han dado con la tecla y entre los dos van a conseguir que bajen los precios de los alquileres y que los jóvenes, que ahora resulta que son todos aquellos que no han cumplido aún los 40, puedan por fin emanciparse y empezar una vida nueva.

Así que no ha podido empezar mejor el año, siempre que no entremos en detalles. Porque según Feijóo la solución pasa por no controlar los precios del alquiler y según Sánchez por intervenir el mercado. Uno habla de bajar impuestos y el otro de subirlos, uno de liberar suelo y otro de crear una agencia estatal, que todavía quedan amigos que colocar. Creo que no hace falta especificar quién predica cada opción. En lo que sí parecen de acuerdo es en que hay que construir más viviendas. Así que en unos pocos meses encontrar piso va a ser coser y cantar, lo que según el refranero es ejemplo de algo sencillo, aunque a mí ambas cosas me resultan casi imposibles y más si hay que hacerlas a la vez.

Algunos agoreros, siempre empeñados en aguarnos la fiesta, señalan que nada de lo dicho por el uno o por el otro se va a poder llevar a cabo. Por un lado, porque lo que dice Feijóo depende en gran medida de decisiones que tiene que tomar el Gobierno. Y por otro, porque lo que dice Sánchez, como él mismo ha reconocido, depende en parte de lo que legislen esas comunidades en las que gobierna el PP y en las que viven 32 millones de personas. Pero también del apoyo de socios como Podemos o Sumar, a los que al parecer no les convencen las ideas de Sánchez. Y de lo que vote Puigdemont, que ha empezado el año un tanto torcido y enfurruñado. Y sobre todo de la aprobación de unos presupuestos que, a día de hoy, ni están ni se esperan.

Esto de los presupuestos no deja de ser curioso. Porque un presidente tan escrupuloso a la hora de cumplir con todos y cada uno de los preceptos constitucionales lleva dos años sin acordarse de ese artículo 134.3 que establece que el Gobierno "deberá presentar ante el Congreso de los Diputados los Presupuestos Generales del Estado al menos tres meses antes de la expiración de los del año anterior". Y aunque le pese a María Jesús Montero, no hace ninguna excepción respecto a si hay o no "ambiente" para hacerlo.

Así que veremos qué nos cuentan este nuevo año esos ministros portavoces del coro que en octubre nos cantaban la determinación del presidente para cumplir con el mandato constitucional. Incluso a ver qué dice el propio Sánchez que al exponer sus medidas para reconstruir Valencia nos explicaba que los presupuestos eran imprescindibles para tan colosal tarea. Y lo necesarios que eran también para adaptarse a las nuevas reglas fiscales europeas, mejorar la financiación autonómica y por supuesto para desarrollar el plan de vivienda. Seguramente nos dirán ahora que el gobierno gobierna y que lo hace muy bien, aunque sea incapaz no ya de aprobar, sino ni siquiera de presentar un borrador al Congreso.

Qué habrá sido de ese Sánchez que pedía elecciones anticipadas a Rajoy porque "un Gobierno que no tiene Presupuestos es un Gobierno que no puede gobernar, porque no puede hacer nada" y que afirmaba que "un Gobierno sin Presupuestos es tan útil como un coche sin gasolina". Claro que como diría la políticamente difunta Carmen Calvo, ahora en ese prescindible Consejo de Estado al que ya nadie pide un dictamen, aquel no era el presidente Sánchez, porque entonces todavía no era presidente. "Gobernar no consiste en vivir en el Palacio de La Moncloa" decía aquel Sánchez del que usted me habla. Pero ahora, hay que entenderlo, tiene una vida nueva.

Así que una vez resuelto el mayor problema, el de la vivienda, Sánchez y sus ministros han podido dedicar la mayor parte de su tiempo en estas dos primeras semanas del año a otras cuestiones menores. Como esa ley con nombre de virgen y patrona de Vizcaya que los maledicentes atribuyen al enfado de Sánchez porque algunos jueces investigan a su mujer por trafico de influencias, corrupción privada, apropiación indebida e intrusismo profesional, o a ese hermano que imita su voz mejor que Carlos Latre, pero que no sabe ni dónde trabaja ni a qué se dedica la oficina que dirige.

Es una ley que según el ilustre jurista Patxi López está concebida para defendernos a todos de los abusos judiciales y que pretende entre otras cosas suprimir la acusación popular, una pretensión que cuando le pregunten a Conde Pumpido encajará como un guante en esa Constitución que establece taxativamente en su artículo 101 que "La acción penal es pública y todos los ciudadanos pueden ejercerla con arreglo a la ley" y en el artículo 270 que "Todos los españoles, ofendidos o no por el delito, pueden querellarse ejerciendo la acción popular".

Se ha montado cierto revuelo con esto, pero digo yo que un Gobierno que aprobó la amnistía puede aprobar cualquier otra cosa. Que la ley que propone Patxi no sólo incluya medidas inconstitucionales, sino que parezca diseñada para acabar con ciertas investigaciones en concreto puede parecer una maniobra torpe y obscena. Pero no más obscena que amnistiar a quién intentó dar un golpe de Estado y destruir España a cambio de unos votos en una investidura. Es, al fin y al cabo, un comportamiento coherente para este partido socialista. Se empieza indultando a delincuentes para que te nombren presidente y se acaba tratando de anular las investigaciones judiciales que amenazan tu permanencia en el cargo.

Algunos se preguntan cómo hemos podido llegar a esta situación, pero quizá lo que habría que preguntarse es cómo hubo tantos ciudadanos dispuestos a depositar un voto con el que han permitido que lleguemos hasta aquí. Y que, al transigir con los indultos y la amnistía, han firmado a Sánchez un cheque en blanco en el que ahora, con toda la naturalidad y ese desparpajo del que sólo él es capaz, ha incluido el nombre de su mujer y su hermano. Año nuevo, pero la misma vida de siempre.

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