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Trump y Elon Musk. La importancia de las ciudades

La reflexión de nuestro colaborador en su espacio 'Mientras el aire es nuestro'

Trump y Elon Musk. La importancia de las ciudades
Juan González-Posada
Juan González-Posada
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Como escribió recientemente el economista Branko Milanovic: "Casi nunca los testigos de los acontecimientos históricos son conscientes de que están observando o participando en un acontecimiento que cambia la historia. (...) El 20 de enero de 2025, veremos uno de esos acontecimientos". Ese día, Donald Trump asumirá la presidencia de los Estados Unidos. Su regreso al poder representa un desafío alarmante para la democracia a nivel global. Lejos de ser un contratiempo pasajero, esta situación implica un riesgo real de regresión autoritaria. Y no se trata solo de Trump: el apoyo abierto que ha recibido de otros líderes autoritarios plantea una peligrosa convergencia de fuerzas cuyo objetivo común es debilitar los valores democráticos e imponer una visión política basada en la dominación, la desinformación, la manipulación y el culto al poder y las ganancias.

La tecnología ha desempeñado un papel clave en este proceso. Líderes tecnológicos como el narcisista Elon Musk, a través de X, han fomentado entornos de polarización mientras promueven proyectos que combinan innovación y distopía. Musk no solo ha redefinido el alcance de la tecnología en la esfera pública, sino que ha ejemplificado cómo las élites tecnológicas pueden incidir directamente en los discursos políticos. Musk aboga por la creación de una élite global y un "nuevo César" global. Hace unos años, la profesora de la Harvard Business School Shoshana Zuboff, en su obra "La era del capitalismo de vigilancia", advertía que estas plataformas han rediseñado la relación entre ciudadanos e instituciones, exacerbando desigualdades y debilitando los pilares de la democracia. Sin embargo, pocos le prestaron atención.

¿Qué hacer ante esta situación? No podemos permitirnos respuestas ingenuas ni una defensa tibia de los valores democráticos. La democracia no es solo un sistema electoral; es una construcción frágil que requiere instituciones sólidas, una ciudadanía informada y un compromiso genuino con los principios de justicia y libertad. Hoy, esos pilares están en riesgo de ser socavados desde dentro. El reto de nuestro tiempo es responder de forma inteligente, firme e intransigente a las amenazas que representan estos líderes y sus aliados globales. La historia nos enseña que no debemos subestimar su poder ni sus ambiciones.

Para lograrlo, es fundamental ser autocríticos. Una de las claves del éxito de estos movimientos autoritarios radica en la desatención de los problemas estructurales que afectan a las sociedades contemporáneas. Como señaló el historiador y Premio Princesa de Asturias Michael Ignatieff en 'La Vanguardia': "Trump ha cosechado los efectos de años de negligencia progresista ante la desigualdad". Esta reflexión pone de relieve cómo la inacción de las élites progresistas ha permitido que se agraven problemas como las desigualdades sociales, la precariedad laboral, la falta de acceso a la vivienda o la ausencia de controles democráticos sobre las redes sociales y los poderes económicos. Este contexto ha creado un terreno fértil para los discursos populistas. Ignatieff advierte que, si las democracias no logran reducir estas desigualdades y fortalecer la cohesión social, seguirán siendo vulnerables al ascenso de líderes autoritarios.

El análisis de la crisis de la clase media también es crucial para entender la expansión de estos movimientos. Según el politólogo Yascha Mounk, la erosión de esta clase social —históricamente un baluarte de estabilidad democrática— ha generado un vacío de expectativas y una creciente sensación de abandono por parte de las élites políticas. Esto no solo alimenta el descontento social, sino que proporciona una narrativa atractiva para los populismos, que explotan estas frustraciones con propuestas simplistas pero emocionalmente poderosas. Mounk advierte que este escenario favorece la sustitución de la cultura y el pensamiento críticos por entretenimiento superficial y desinformación, herramientas que los populismos saben aprovechar con eficacia. En línea con esto, el historiador Timothy Snyder ha señalado: "La tiranía avanza no porque sea fuerte, sino porque los ciudadanos y las instituciones fracasan en resistirla".

En este contexto, la cultura urbana europea también enfrenta grandes desafíos. La llegada de Trump al poder y el fortalecimiento de movimientos reaccionarios en Europa —que alimentan divisiones sociales y cuestionan valores clave de la cultura y la historia— son consecuencia directa de la creciente distancia entre la clase política y una ciudadanía que percibe las instituciones como ajenas a sus problemas cotidianos. Esta perspectiva ha sido abordada recientemente por la analista Pippa Norris en un artículo para "The Atlantic".

Frente a este panorama, las ciudades desempeñan un papel crucial. No son únicamente espacios físicos de concentración poblacional; son laboratorios sociales donde se construye la confianza, se enfrentan tensiones políticas, culturales y económicas, y donde los liderazgos democráticos pueden reinventar la relación entre ciudadanía e instituciones. Sin embargo, el panorama actual revela importantes debilidades. La falta de formación e interés de muchos responsables políticos, sumada a la inercia de técnicos y gestores que prefieren mantener el statu quo para proteger sus posiciones, ha profundizado esta crisis. Como advierte Anthony Giddens, la clave no radica en limitarse a gestionar lo inmediato, sino en invertir en políticas culturales a largo plazo que promuevan la educación crítica, el empoderamiento comunitario y el diálogo intercultural.

Hace 2.400 años, Aristóteles advertía: "El hombre que desea gobernar para su propio beneficio y no para el bien común está condenado a destruir la libertad". Su mensaje resuena hoy con una claridad inquietante. No olvidemos lo que está en juego: la libertad no se defiende sola, y su preservación depende de la acción comprometida de todos los demócratas.