O de la señora Bernarda que decíamos los chicos de entonces, cuando nos acercábamos a su establecimiento situado en la misma esquina de la calle de San Antolín para comprar un pedazo de regaliz, la brea de los domingos o los cigarritos de anís.
Mariano Serrador, hermano de Hilario, cuya fotografía me ha pasado un sobrino suyo, recogió el testigo confitero de su madre Bernarda Rodríguez Vicente y de su padre Casimiro Serrador que tras vivir en una casa de la plaza mayor, allí vino al mundo pues nació un 17 de octubre de 1906. Fueron testigos de su inscripción el barbero Francisco Campos y el tablajero Nazario Rodríguez ante Pedro Ferrín, el juez municipal y Pánfilo Asensio, el secretario que redactó el acta de nacimiento.
Al poco tiempo, toda la familia pasó a residir en el lugar de la esquina tordesillana, en la bajada de la calle de El Teatro, antes Peso Real y Mártires de la Libertad, hoy Libertad por aquello de cambios de nomenclatura en las calles según soplaran los aires políticos, donde hoy se levanta un nuevo edificio.
Mariano fue un hombre afable, siempre sonriente y atento, bueno, conocido entre sus paisanos como decente, por aquello de colocar apelativos en el pueblo a las personas. Elaboraba unas cañas de nata y merengue y abisinios dignos de recuerdo en el gusto de quienes llegaron a probarlos. La balanza en el centro del mostrador de madera pintada de blanco es un recuerdo imborrable en la memoria de quienes llegaron a entrar en su confitería.
Desconozco quién le enseñó a Mariano a elaborar las especialidades de dulce de caramelo y azúcar tamizada y de dónde le vino tal dedicación que llegó a alcanzar un prestigio indudable en la repostería de la Villa. Muy posiblemente su abuela Teresa Álvarez le enseñaría a reducir el azúcar. Al no tener herederos directos, pues Mariano era soltero, a su jubilación, la confitería desapareció y su edificio fue vendido para una nueva construcción.
Recuerdo a Mariano con una afición desmedida al deporte de la pesca a caña que practicaba junto a su inseparable Antonio 'Morante' en el río Duero y muchas tardes se acercaba a tirar unas cañadas por el Tejar, cerca del árbol caído. Allí el bueno de Mariano daba instrucciones para lanzar mejor el cebo a los mirones.
Y sobre todo, la historia de quitarle algún dulce cuando entraba al obrador en busca del pastel, de la tarta o del encargo que se demandara y nos dejaba solos a los chiquillos que, con cara de hambre y deseo guloso, nos relamíamos al entrar en aquel establecimiento muy difícil de olvidar.
Mariano Serrador, como sus paisanos y colegas del oficio Deogracias Brezo o Fermín Galicia, despachaba unos caramelos gigantescos, que no cabían en la boca, y que traían escritas unas historias en su envoltorio que nos hacía más entretenido el rechupeteo. Y ahora en Enero, Mariano preparaba en su obrador las cayadas y los monos de San Vicente porque su oficio de confitero lo llevó hasta el final de sus días.