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El silencio de Oteiza

El silencio de Oteiza
Foto: Rafa Crespo
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.

Al cabo de un rato de estar mirando la escultura de Jorge Oteiza (Orio, Guipúzcoa,1908 -San Sebastiaán,2003) titulada 'Macla de dos cuboides abiertos', situada en el Recinto de la Iglesia de San Agustín, Valladolid, te das cuenta de que el pensamiento entra por los ojos.

Imprescindible, por lo tanto, sentarse en el banco que rodea la escultura y dedicar un rato a interpretar lo que estás viendo. Porque mirar exige meticulosidad. La primera mirada no deja de ser desconcertante. La figura de piedra de Oteiza es extraña. Su mimetismo con el entorno resulta paradójico.

La vista es el órgano de la verdad. ¿Se puede uno fiar del ojo? Cuando más miras la escultura y la tocas pasando la mano por sus formas rectas y onduladas te produce una sensación de robustez, irrompible que tiene una energía desconocida.

¿Qué quiere expresar Oteiza en Macla de dos cuboides abierto? ¿Seriedad o severidad? Y fuerza. La belleza de esta extraña escultura reside aparentemente en su sencillez. Mientras la estaba mirando apareció un joven para preguntarme por donde se iba al Patio Herreriano. Por allí, le dije y entonces se quedó mirando la escultura y me dijo: "Esa es una escultura de Oteiza, venimos de Vitoria a ver Valladolid. Oteiza, me dijo, siempre trabajaba con bloques. También iremos a ver la de Chillida que está cerca de San Pablo".

No pasa un alma a esta hora por esta calle, solo estáis la escultura y tú. Este lugar se convierte en un sitio singular. El ojo ya hecho su trabajo. El proceso de mirar se convierte durante unos minutos en una extraña atracción entre el escultor y el que está mirando.

Es en ese momento cuando el que ojo empieza a enviar señales de una manera sofisticada, compleja, pero también atractiva. La energía que puso el escultor al realizar la obra es la misma energía que tiene que absorber el que la mira.

Hay muchas maneras de ver y examinar una escultura. Descubrir los secretos de Jorge Oteiza lleva su tiempo. He pasado por aquí tordas las mañanas del mes de agosto para estar un rato sentado y mirarla. Luego me iba andando a casa llevándome su misterio y su certeza.

El ojo a esta primera hora de la mañana no sabe dónde detenerse, está como sobresaltado. Cruzo la carretera y paseando cerca del río disfruto de cada tonalidad, cada color de cada objeto. Este momento se convierte en único y no me quito de la cabeza la escultura de Oteiza.