Tierra firme
La opinión de Diego Jalón en TRIBUNA
Ya intuía yo que Óscar Puente iba a darnos grandes alegrías como ministro de Transportes, pero nunca hubiese podido adivinar que iba a ser capaz de transportarnos al pasado, a aquellos tiempos de 'Cuéntame' en los que la gente se casaba de penalti. Resulta que un ministro del Gobierno más progresista y feminista del universo cree todavía que cuando una mujer se queda embarazada tiene que casarse para salvar su honra y no parecer una cualquiera, de esas que se acuestan con alguien sin haber pasado por el altar.
En eso consiste según Puente lo que decía Sánchez de "hacer de la necesidad virtud" cuando les contaba a sus afiliados lo de la amnistía. Para el ministro de Transportes, todo se resume a esta sublime pregunta: "¿Usted se hubiera casado si no se hubiera quedado embarazada su mujer? Pues a lo mejor en este momento no, pero nos queremos mucho y seguramente dentro de seis meses nos hubiéramos casado también".
Para el que no entienda nada de todo esto, lo que trataba de explicar el ex alcalde de Valladolid, cargo al que llegó por primera vez tras haber perdido unas elecciones, es que si no llegan a necesitar los votos de Junts, "probablemente" no hubiesen concedido la amnistía. Pero a renglón seguido añadió que ésta se hubiese acabado "imponiendo" a lo largo de la legislatura. Y se extraña Puente de la polémica, porque asegura que lo que él ha dicho es "plenamente coherente con la intervención de Sánchez cuando en el Comité Federal habló de hacer de la necesidad virtud".
Igual es que Puente no recibe, o no se lee, los argumentarios que a diario elaboran en Moncloa para engrasar la opinión sincronizada de ministros y tertulianos, porque se ha quedado un par de pantallas atrás en el juego. El pasado sábado, Sánchez en el mitin de Ifema, Montero (ya solo queda esta) en El País y Jordi Hereu en La Vanguardia, explicaban, todos a la vez, el nuevo giro en el guion del relato, que consiste en decirnos que la cosa ya no va de hacer de la necesidad virtud. Sino de que la amnistía es lo mejor que nos ha podido pasar. Que va a beneficiar a todos, "incluso a los que se oponen a la amnistía", porque nos va a permitir vivir en "un país más cohesionado, con más convivencia y más unido que nunca". En "¡¡¡¡Una España mejor!!!!", que es el grito con el que Patxi López puso el colofón a la sinfonía de presidente y ministros.
Me pongo ahora en la piel de ese militante y votante de Pedro Sánchez, ese que cree a pies juntillas lo que dice el presidente y puedo imaginarme su desazón. Porque claro, si tan buena es la amnistía, si tanta unidad y convivencia nos va a traer, ¿por qué el amado líder nos ha privado de ella durante los pasados cinco años? ¿Por qué este presidente que todo lo hace por España y en el nombre de España nos mintió diciendo que semejante panacea, el remedio para todos nuestros males, era ilegal e inconstitucional? No hay derecho, nos ha hecho perder cinco años de felicidad, pensará. Pero no se desanime, más vale tarde que nunca. Y parece que, por fin, ya estamos en el buen camino. Pronto terminará la zozobra y pisaremos tierra firme.
Hacia ella nos conduce con coraje nuestro gran timonel, el hombre capaz de todo, incluso de escribir un libro durante unas municipales, unas nacionales, dos campañas electorales seguidas, la negociación de los acuerdos de Gobierno y una presidencia de la Unión Europea. Sale a la venta en unos días y será regalo imprescindible estas Navidades. La editorial nos ha adelantado unas líneas que hacen referencia al 23 de julio: "Esa noche sabríamos si la ciudadanía daba por bueno el todo vale, incluyendo las mentiras palmarias, los bulos, las campañas de desinformación y la invención de conspiraciones".
Cualquiera podría pensar que la respuesta a la pregunta que se hacía el presidente fue que sí, porque ahí está, de nuevo en la Moncloa. Pero fue que no, porque Sánchez, o tal vez Irene Lozano, se refiere por supuesto a las mentiras y el todo vale de Feijóo. El 23 de julio triunfó, como todo el mundo sabe, la verdad y el compromiso con España del prolífico literato. Y no fue fácil. Lo explicó el miércoles Francina Armengol, pareja del jardinero fiel de Richard Branson, con el que no está casada, seguramente porque como teoriza Óscar Puente, no se ha quedado embarazada todavía o no se quieren lo suficiente.
Pero no entremos en disquisiciones chuscas. Armengol subrayó que "la formación del nuevo Gobierno ha necesitado de tiempo, diálogo, negociación y toma de decisiones". Y así es. Lo que no aclaró Armengol, quizá el discurso se hubiese alargado mucho, tanto como uno de Pedro Sánchez, es que el diálogo no se produjo en el Parlamento, con luz taquígrafos, pinganillos y traductores simultáneos. Fue en secreto, en Bruselas y todos hablando en castellano pese a que uno de los protas era el mafioso confeso que ahora se dedica a extorsionar al Gobierno legítimo de España en Suiza, también en secreto, previa colocación de cabezas de caballo ensangrentadas en el colchón presidencial de La Moncloa. Tanta admiración por el Parlamento de León de 1188 para esto.
Pero si algo pudiese sorprendernos todavía de Armengol, presidenta del Congreso de los Diputados y tercera autoridad del Estado, también gracias al visto bueno del prófugo de Waterloo, fue cuando expresó su deseo de que "avancemos de una vez hacia una democracia en la que nos comprendamos todos, más participativa". Por lo visto, para Francina debe ser que no estamos todavía en eso. Una pena que no nos explicase en qué consistirían para ella las mejoras que requiere nuestra democracia, más allá de la amnistía y de suprimir la Monarquía, un deseo que ya ha expresado en varias ocasiones.
No hubo aplausos por parte de la mitad del hemiciclo. Y esto indignó al PSOE, que por boca de Patxi López señaló que lo del PP "es no tener educación y no saber estar en los sitios". Claro que hubo otros que no es que no supieran estar, es que directamente no estuvieron. Y esos son precisamente los socios del Gobierno. Esa "mayoría parlamentaria" de la que habló Francina en su discurso y que ese mismo día estaba en minoría, porque cinco de los siete partidos que la integran decidió no acudir y ningunear otra vez al Parlamento, esa "espina dorsal de la democracia", de nuevo en palabras de Francina. Para ellos no hubo ni un solo reproche por parte de Patxi López, siempre tan ecuánime y desapasionado.
Y luego vino el Rey a reivindicar la Transición, la Constitución, una "España sólida y unida, sin divisiones, ni enfrentamientos", "para hacer efectiva la definición de España como un Estado social y democrático de derecho..." De derecho. Por si alguien quiere tomar nota. Y se me antojó que Don Felipe es lo más parecido a la tierra firme que podemos otear hoy en día en el extraño tremedal en el que se ha convertido nuestro horizonte.