Lucía García y Martín-Prieto obran el milagro en el tiempo añadido
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Esta vieja Europa, que en su día fue una virginal princesa a la que Zeus, transformado en un toro blanco, secuestró para llevarla en su lomo y convertirla en la primera reina de Creta, está estupefacta. Ni Tiziano, ni Veronese, ni Rembrandt, ni Rubens, ni Goya, ni Picasso, ni ninguno de los que pintaron aquella escena pudieron imaginar nunca que la bella hija de Fénix y Telefasa acabaría convertida en una anciana desamparada, traicionada incluso por su más fiel aliado.
El amigo americano, que vino dos veces el siglo pasado en su rescate para salvarla de sí misma, la abandona ahora a su suerte mientras el inquilino de la Casa Blanca se cisca en el himno de su país, ese que habla de la tierra de la libertad y el hogar de los valientes. El que presume de pelear contra el invasor y proclama que "nuestra causa es el bien y por eso triunfamos". A ver si nos explica un día de estos Abascal, cuando tenga tiempo el líder de la derecha valiente, qué piensa ahora de ese Trump de cuya amistad tanto se ufana. Y qué le parece que haya somatizado todos y cada uno de los argumentos de Putin, que acuse a Ucrania de haber empezado la guerra y que llame dictador a Zelenski por haber declarado la ley marcial con la torticera excusa de que su país está en guerra, a quién se le ocurre.
Dice Trump que está feo lo de no convocar elecciones cuando parte de tu país ha sido invadido, una invasión que Ucrania podría haber evitado cediendo amistosamente los territorios que el muy democrático presidente de Rusia le exigía. Trump está ahora con Putin, que sí convoca elecciones, no sin antes administrar dosis de polonio a los candidatos opositores y al que apoya otro de sus nuevos mejores amigos, el también muy demócrata líder supremo de Corea del Norte. Eso sí que es darle una patada al tablero geopolítico mundial. Aunque está por ver cómo encaja ahora el presidente americano las piezas de este nuevo puzle de alianzas. Porque su ahora compadre Vladimir es también muy coleguita de Irán, y eso igual no le sienta bien a Netanyahu, que estaba tan contento con el resort que le iban a montar en la Franja de Gaza.
Todo esto parece una extraña distopía, pero hay que reconocer que si Europa está ahora donde está, es porque en buena medida se lo ha buscado. Empeñados durante los años de la globalización en producir únicamente leyes, directivas y reglamentos mientras el resto del mundo crecía a base de innovar y de fabricar y vender bienes industriales, nos hemos pegado varios tiros en los pies y ahora nos lamentamos de andar cojos. Ya no somos capaces de competir ni con los coches chinos, ni con los desarrollos tecnológicos americanos y nuestra producción de energía depende del gas ruso y del petróleo árabe. Y no será porque algunos no lo habían avisado. Somos los más verdes, los más limpios, los más inclusivos y los más avanzados socialmente. Pero, qué injusticia, nos van a dar por donde amargan los pepinos.
Claro que, viendo las sesiones del parlamento español, parece que seguimos sin darnos cuenta. Mientras Trump reescribe la historia a su antojo, andamos aquí entregados a los juegos de palabras y a los memes más chuscos. Ninguno de nuestros líderes políticos, empezando por el presidente con permiso de Puigdemont, se ha dignado a dirigirse a los españoles para exponernos con cierta seriedad y rigor cuál debe ser nuestra posición sobre esta crisis mundial. Un par de tuits y asunto resuelto. Es marca de la casa. Cuando el líder de la oposición, que es además el presidente del partido más votado de este país, le pregunta por la tributación del IRPF y las discrepancias entre esas vicepresidentas que unas veces se abrazan como si no se hubiesen visto desde antes de la pandemia y otras se ignoran con desdén, Sánchez tira de nuevo del comodín de los bulos.
Pero no es un bulo que el salario mínimo vaya a tributar. Ni que Yolanda se queje de que nadie le informó de esa decisión de Hacienda. Ni que la titular de ese Ministerio acuse a la otra de populismo y demagogia. Ni que Patxi López haya explicado que el PSOE está más sólo que la una. Y lo que hace Sánchez es responder con la Gürtel y las criptomonedas de Milei, dos argumentos de gran nivel. Y demuestra así que para eso ha quedado, para hacer chistes de tuitero ya que no puede aprobar leyes, ni presentar presupuestos. Por no poder, no puede ni aumentar el gasto en defensa y anda ahora pidiendo en Bruselas que sean los alemanes o los holandeses los que le pongan la pasta para cumplir con el compromiso que firmó en la cumbre de la OTAN en Madrid. Esa en la que tan aplaudido fue el outfit de Begoña con vestido rojo de Marcos Luengo de escote asimétrico y tirante ancho. Pero Sánchez se mantiene firme y sigue prometiéndonos tres años más de felicidad y avances sociales.
El que también se mantiene firme es su fiscal general del Estado que esta semana se ha pasado por el Senado. Dice que desearía marcharse, pero no puede. Es un hombre prisionero de su cargo. Perseguido injustamente por la UCO y por el Tribunal Supremo, se resiste a la tentación de dejarlo porque considera que un fiscal general imputado y a un paso de ser procesado y juzgado es lo mejor para la institución que dirige. Irse sería debilitarla. Y prefiere obligar a su subordinada la teniente fiscal y a la abogacía del Estado a ejercer su defensa, que lo de acusar está feo.
Dice Álvaro García Ortiz que, si se va, el que le sustituya será un fiscal más débil. Es posible porque lo nombrará Sánchez. Pero lo que es seguro es que no será un fiscal imputado, ni un fiscal que se ha negado a responder a las preguntas de un juez, ni un fiscal que ha borrado sus mensajes y cuentas de Gmail. Dice que lo fácil es meterse con él, porque eso lo puede hacer hasta un niño de cuatro años. "¡Que me traigan a un niño de cuatro años!", que diría Groucho Marx si fuera senador del PP.
Según este fiscal tan bizarro como los bravos del himno americano, lo que no se puede hacer es meterse con él. De lo que nunca le hemos oído quejarse es de que los ministros de "su" gobierno se dediquen todos los días a desprestigiar al Juez Peinado, al Juez Hurtado, o al sistema judicial en su conjunto. Quizá debería insistir en explicar que estar investigado no equivale a ser un delincuente confeso. O que estarlo por un delito tributario no implica que tu novia sea corrupta. Sería un gesto valiente en una tierra que en su día defendía también la democracia y la libertad.
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