18/01/2025
En nuestro lenguaje coloquial está arraigada la palabra "empecinado" para indicar obstinación o tesón. Un vocablo que retrotrae a la figura de un gran héroe de la historia de nuestro país, Juan Martín, un guerrillero durante la ocupación napoleónica, luego ascendido a general, conocido por el sobrenombre de El Empecinado. Este año se cumplen el 250 aniversario de su nacimiento y el 200 de su ajusticiamiento.
Benito Pérez Galdós definió a El Empecinado en uno de sus Episodios nacionales, la novela Juan Martín El Empecinado (1874), como "un guerrillero insigne que siempre se condujo movido por nobles impulsos, generoso, leal y sin parentela moral con facciosos". Juan Martín Díaz había nacido en la población vallisoletana de Castrillo de Duero en 1775. En las localidades aledañas era costumbre referirse a los naturales de Castrillo como "empecinados", debido al pobre estado del arroyo Botijas, que corría arrastrando pecina o cieno oscuro.
Sus padres eran labradores con una posición relativamente desahogada. Desde niño, Juan Martín destacó por su inusitada fuerza física y su carácter fogoso, de tal manera que, aún menor, con 16 años se escapó de casa para enrolarse en el ejército. Reclamado por su familia, debió regresar con ellos, aunque no olvidó la que sentía su vocación, y fallecido su padre, se alistó como voluntario en Caballería en la Guerra del Rosellón, en los Pirineos catalanes, que enfrentó a españoles y franceses entre 1793 y 1795, con un resultado adverso para nuestras tropas. En ese escenario se reveló su extraordinario talento bélico y adquirió antipatía hacia el pueblo galo.
Terminada la contienda, volvió a Castilla y en 1796 contrajo matrimonio con Catalina de la Fuente, un enlace del que no nació descendencia, aunque El Empecinado tendría tres hijos naturales. Se trasladaron a vivir a Fuentecén, la localidad burgalesa de la que Catalina era oriunda. Allí les sorprendería la Guerra de la Independencia, y de forma inmediata Juan Martín se unió a la resistencia, levantando una partida con la que interceptaba las comunicaciones francesas.
En una ocasión logró apresar un convoy francés que transportaba un cargamento valioso, pero viendo que una dama viajaba en él, a pesar de ser de la nación enemiga la condujo a salvo a su propia casa de Castrillo. Algunos paisanos consideraron una traición este acto caballeroso, y lo denunciaron al general Cuesta, capitán general de Castilla la Vieja, que lo mandó detener y custodiar en la cárcel de El Burgo de Osma. En este episodio El Empecinado se encontraría con un personaje funesto para él: el secretario del Ayuntamiento, Domingo Fuentenebro, su némesis, que tendría un papel predominante años más tarde, en el día más negro de su vida.
Juan Martín logró escapar del calabozo y que el general inglés Moore le documentara como combatiente, para que nadie pudiera considerarle un mero salteador de caminos. El 4 de abril de 1809 fue reconocido por la Junta Central como comandante de la Partida de Descubridores de Castilla la Vieja. En septiembre de ese año, aceptó la oferta de la Junta de Armamento y Defensa de Sigüenza para encabezar las fuerzas de la provincia de Guadalajara. Ese sería su teatro de operaciones más importante. Muchos venían a pedirle auxilio para otras zonas de España (Cuenca, Valencia…) pero aunque su intención era acudir a estos rescates, la Junta de Guadalajara siempre lo limitaba o reprendía por hacerlo, ya que al ser quienes costeaban su equipo, exigían que se centrase en su propio territorio. Ese año de 1809 Goya retrata a El Empecinado, un lienzo que en la actualidad se encuentra en el Museo de Bellas Artes Occidentales de Tokio, aunque una excelente copia realizada hacia 1881 por Salvador Martínez Cubells, propiedad del Museo del Prado, está depositada en la Real Academia de la Historia, en Madrid.
El general Joseph Léopold Sigisbert Hugo, padre del escritor Victor Hugo, recibió el encargo del rey José I Bonaparte, impuesto por su hermano Napoleón en el trono de la España ocupada, de acabar con El Empecinado, que causaba abundantes quebraderos de cabeza al ejército galo. No lo conseguiría, ni por la fuerza de las armas ni con las promesas de recompensas si se cambiaba de bando. Hugo llegó a capturar a la madre de Juan Martín, Lucía Díez, amenazando con ejecutarla si su hijo no se rendía; el Empecinado respondió que, si no la liberaba, pasaría a cuchillo a cien prisioneros franceses y a todos los que en adelante pudiera apresar. El general francés, tras seis meses de tenerla encerrada en la cárcel de Aranda de Duero, la dejó libre. Muchos años después, de vuelta a Francia, Hugo escribía unas Memorias en las que elogiaba a Juan Martín, afirmando: "Siempre errantes, las fuerzas del Empecinado amenazaban todos los puntos de nuestro despliegue".
Su carrera fue meteórica; ascendió a coronel en agosto de 1810, y poco después a brigadier. Sus acciones audaces atraían a un gran número de voluntarios y sus fuerzas se iban incrementando por miles. Él mismo definía su día a día: "Aquí no hay descanso, aquí se come lo que se encuentra y se descabeza un sueño con el dedo puesto en el gatillo… Aquí no se corre, se vuela". En 1811 fue elevado a general. Luchó sin tregua, fue herido varias veces, logró escapar en situaciones desesperadas, y acabó viendo a sus hombres integrados en el ejército anglo-español. Coronó su trayectoria con el ascenso a mariscal de campo (general de división).
El 9 de octubre de 1814, Fernando VII, de vuelta a España, concedió a Juan Martín el privilegio de firmar con el título de "El Empecinado". El 23 de mayo de 1815 recibió la Cruz de Carlos III por la conquista de Calatayud y el 30 de junio de 1816 la Cruz de 3.ª clase de San Fernando por la defensa de Alcalá de Henares.
Pero la relación de Juan Martín con el monarca por cuyo trono había arriesgado la vida tantas veces distaría mucho de ser pacífica. El Empecinado era liberal (en su novela Los guerrilleros del Empecinado en 1823, Pío Baroja le atribuye la opinión de que "la doctrina liberal era la mejor y la más justa"), admirador de los Comuneros y partidario de la Constitución de 1812, opuesto al absolutismo, única forma de gobierno que concebía Fernando VII. El monarca intentó ganarlo para la causa absolutista ofreciéndole a cambio de repudiar la Constitución el título de conde de Burgos, que el héroe rechazó. Conocedor el rey de este extremo, lo desterró a Valladolid, donde vivió un largo tiempo. Por ello, Juan Martín apoyó el levantamiento del general Riego en 1820 que dio inicio al llamado Trienio Liberal.
En 1821 fue hecho gobernador militar de Zamora y segundo jefe de la Capitanía General de Castilla la Vieja. Pero la sublevación de los partidarios del rey fue creciendo y la intervención en su ayuda de los Cien Mil Hijos de San Luis decantó la balanza hacia su causa. La capitulación del ejército de Extremadura afectó a la división de El Empecinado, que acabó desterrado en Portugal, de donde volvió por creer que no le ocurriría nada al dictarse la amnistía regia para todos los combatientes, pero a pesar de ello, contraviniendo lo convenido, Juan Martín fue apresado en Olmos de Peñafiel, en la casa de su primo Gabriel Martín, la madrugada del 22 al 23 de noviembre de 1823 y conducido a Roa de Duero entre vejaciones, siendo allí exhibido a diario en la plaza de la Colegiata durante casi dos años en una jaula.
El juez instructor de su expediente fue su antiguo enemigo Fuentenebro, que hizo caso omiso del indulto general concedido por Fernando VII y lo condenó a ser arrastrado, ahorcado como si fuera un bandido y descuartizado. "¿No hay balas en España para fusilar a un general?", dijo El Empecinado. El rey rebajó la pena "magnánimemente" a solo ahorcamiento y premió al juez instructor nombrándolo regidor de Segovia.
Juan Martín fue llevado al patíbulo el 19 de agosto de 1825 sobre un burro al que habían cortado las orejas para mayor deshonra. El Empecinado intentó escapar en el último minuto rompiendo sus cadenas y refugiándose en sagrado en la Colegiata; pero tras reducirle a bayonetazos, fue colgado. Le faltaban pocos días para cumplir 50 años de edad. Sería enterrado sin féretro en una fosa del cementerio de Roa, cubierto por treinta carros de piedras y tierra.
Embargaron sus bienes y obligaron a su familia a pagar todos los gastos generados en sus dos años de presidio y en su ejecución: la madera de la horca, el aguardiente y los bizcochos tomados por los soldados que le custodiaron en la cárcel, y el aceite del candil de su celda, hasta casi 45.000 reales. Y el rey ordenó destruir la documentación del proceso, a todas luces arbitrario e irregular.
Pero, ya con Isabel II, sus restos fueron exhumados y trasladados a la Colegiata de Roa. Desde allí fueron llevados a Burgos el 23 de diciembre de 1856, aunque el acta hacía constar el desacuerdo del Ayuntamiento a que El Empecinado saliera del municipio. La Milicia Nacional de la provincia de Burgos había financiado y erigido el monumento que los acogería a los pies del cerro del Castillo, lugar simbólico en Burgos de la Guerra de la Independencia. Una de las inscripciones sobre el mausoleo, en la calle de Fernán González, cataloga a Juan Martín de "moderno Cid castellano". En Valladolid se conserva en el número 9 de la ahora calle de El Empecinado una casa que habitó, en el barrio de San Martín, donde anualmente se recuerda la figura del héroe en un acto.
Desde 2008, bicentenario de la Guerra de la Independencia, en Roa de Duero se celebra en agosto, en la fecha de su muerte, un homenaje teatralizado a El Empecinado que ya ha alcanzado su decimocuarta edición, en el que toma parte activa el Círculo Cultural Juan Martín 'El Empecinado', creado en marzo de 1999, cuyo presidente nacional, Ignacio Moratinos, es descendiente del célebre personaje en séptima generación. En la plaza se escenifican momentos de sus últimas horas en Roa: su encierro en el que se le hace la comunicación de su sentencia de muerte, la petición de indulto que hizo en vano su madre al rey Fernando VII y sus intentos de escapar de sus guardianes desde el Paseo del Espolón hasta la Plaza Mayor, lugar de su ejecución. El acto concluye en los jardines de la cava, ante la Estatua de El Empecinado, obra del artista burgalés José Ignacio Ruiz, con una ofrenda floral.
A principios de septiembre, alrededor de su fecha de nacimiento, también se celebra anualmente otro homenaje a Juan Martín, conmemoración que ya ha llegado a su vigésimo tercera edición, en su localidad natal, Castrillo de Duero, de la que el Ayuntamiento le ha nombrado hijo predilecto. Más de la mitad de los habitantes actuales del municipio son familiares de El Empecinado. Desde 2003 hay una estatua del valiente general en la Plaza de la Constitución, frente a la Casa Consistorial, realizada por el artista vallisoletano Luis Santiago. Aún se conserva el edificio en que nació, donde están instaladas dos placas conmemorativas, con motivo de cumplirse los 100 y 200 años de la invasión napoleónica (definiéndole el texto de la primera, el más elocuente, como "invicto guerrillero-general" y "héroe"). Un Centro de Interpretación sobre su figura fue inaugurado en las antiguas escuelas en 2008 por el actor Sancho Gracia, que encarnó a El Empecinado en 1982 en la serie de Televisión Española Los Desastres de la Guerra.
Hoy, la Base Militar de Santovenia de Pisuerga, en Valladolid, lleva el nombre de Juan Martín, El Empecinado. Y el Museo del Ejército conserva varios objetos personales: el trabuco, el sable, el cuerno de la pólvora y un sello, así como las llaves de la urna que contiene sus restos y una copia de su testamento, en la que falta un pedazo de papel, con el que se dice que, con pulso sereno, lió su último cigarro. Valiente y empecinado hasta el final.
Fotografías: Gabriela Torregrosa