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La cartera de mi padre

Palabras contra el olvido 635

La cartera de mi padre
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.

Mi padre nunca incurrió en la vulgaridad de quejarse, protestar o maldecir su suerte. Siempre respetuoso de las formas, nunca le ví salir de casa sin afeitarse, sin corbata o sin la cartera con la documentación. Era un caballero de esos que ya solo existen en los libros de Conrad o Sándor Márai. Esos caballeros que aceptan las cosas sin aspavientos y con naturalidad.

 Siempre he tenido a mi padre como ejemplo de caballerosidad y limpieza moral. Murió con 92 años. Me acuerdo ahora mucho de él cuando, no sé por qué, de manera inconsciente hoy he cogido su cartera marrón de la estantería y su recuerdo y su presencia se han instalado en mí de manera intacta.

 Abro la cartera y con esa impunidad que da la ausencia, extraigo una tarjeta con el anagrama del Banco Santander con el nombre de mi hermano donde poner Rufino Gómez, Director. Una nota con las medicinas que tomaba: Diamicron una al día; Dilutol 5, una al día; Transilius 5, 1 por la noche, Cozaar 100 mg, 1 al día. Un calendario con la imagen de la Virgen y el Niño del año 1991 y en el reverso pone:  Papeles Pintados Nan-Yes. Directamente de fábrica. Una estampa de Santa Rita de Cascia, Patrona de los imposibles con los bordes destrozados. El carnet del Centro Recreativo de Jubilados "Vadillos". Una tarjeta de la Clínica Endoscópica del Dr. M. Mañueco. Una fotografía de mi hermana.

Mi padre no vio venir la muerte, porque le pillo de noche y durmiendo. De día hubiese sido más complicado dada la permanente actitud física y mental que todavía poseía. La muerte le pilló a traición después de haber estado celebrando el carnaval.

Cada mañana se vestía elegante, aunque solo fuera para ir comprar el pan "donde Benito", siempre a la misma hora. Benito, en el funeral de mi padre, lloraba como una magdalena. Exprimía cada día haciendo lo de siempre, a la manera Warhorliana, repitiendo exactamente los mismos actos a las mismas horas. Bien sabía que en la repetición estaba la felicidad.

Un hombre con el que era grato conversar. Estuvo en Rusia y participó en el sitio de Leningrado y recibió una Cruz de Hierro. Y siempre decía eso que "las peores balas son la que no silban".

Sabía que morir es tan natural como vivir. El hombre que tiene miedo a morir tiene miedo a vivir.

Damos forma a nuestros recuerdos y luego ellos nos dan forma a nosotros.

A la memoria de Melchor Gómez