06/12/2024
La decisión de Australia de prohibir el acceso a redes sociales para menores de 16 años representa un punto de inflexión en la compleja relación entre tecnología, infancia y responsabilidad social. Más allá de ser una simple restricción, esta medida nos invita a reflexionar profundamente sobre los desafíos que enfrentamos en la era digital.
La intención es loable: proteger a los jóvenes de los potenciales daños psicológicos y sociales asociados con el uso temprano e incontrolado de plataformas digitales. Sabemos que las redes sociales pueden ser un terreno peligroso para adolescentes en desarrollo, donde el acoso, la comparación constante y la exposición a contenidos inadecuados pueden tener consecuencias devastadoras en su salud mental. Es la guerra digital por la dopamina, donde los más ingenuos y menos preparados, son atacados sin cuartel.
Sin embargo, la solución no parece ser tan simple como un bloqueo absoluto. Como suelo decir, no podemos poner puertas al campo. No menospreciemos a los jóvenes y su capacidad e ingenio cuando está en juego algo que les gusta. Será cuestión de tiempo que encuentren una alternativa similar o, en su defecto, la manera de acceder a las redes saltándose las medidas restrictivas impuestas.
Lo verdaderamente transformador sería un enfoque más integral. En lugar de simplemente prohibir, podríamos invertir en educación digital, en programas que enseñen a niños y adolescentes a navegar responsablemente por internet, a reconocer señales de acoso y a desarrollar una relación saludable con la tecnología. Lo que se está haciendo en muchos colegios. El problema ante esta situación es que los malos avanzan más rápido que los formadores.
Por ello, pienso que el punto de inflexión podría estar en las plataformas tecnológicas, dado que también tienen una responsabilidad fundamental. No pueden limitarse a implementar sistemas de verificación de edad; deben crear entornos digitales más seguros, con algoritmos que protejan a los usuarios más vulnerables y mecanismos de denuncia efectivos.
La medida australiana, aunque controvertida, representa un paso valiente en un debate global. Reconoce que el mundo digital no es neutral y que requiere una intervención consciente para proteger a las generaciones más jóvenes.
No se trata de satanizar la tecnología, sino de humanizarla. De recordar que detrás de cada pantalla hay personas en formación, cuyo desarrollo integral debe ser nuestra prioridad. Igual que les llevamos al colegio con la sana intención de que aprendan y se desarrollen, sabiendo que hay profesores velando por su integridad, sería genial contar con un enfoque similar en el entorno digital.
La verdadera revolución no vendrá de prohibiciones, sino de la formación de ciudadanos digitales críticos, empáticos y conscientes. Y para eso también es muy importante leer, preferiblemente lejos de plataformas digitales.