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Danza y chocolate

Danza y chocolate
Fotografía de Nacho Carretero
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.
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Hay en la Calle Velázquez nº 1 una chocolatería de nombre Madreka que tiene un chocolate y unos churros que pasan por ser los mejores de Valladolid. Antes de entrar en el LAVA para ver Halley -Led Silhouette- "De esos espectáculos que se comentan rápidamente y no se olvidan", dice el programa; yo diría mejor que es de esos espectáculos que sobran los comentarios y se olvidan rápidamente por la cuenta que te tiene. Me tomé un chocolate con churros y fue lo mejor que hice en toda la tarde-noche.

La chocolatería Madreka no falla, sabes lo que te espera, por cuatro euros y diez céntimos, meriendas y no pierdes el tiempo. Menos mal que Halley "solo" dura 55 minutos. 55 minutos de pérdida de tiempo, así, como suena y lo más valioso que hay en la vida es el tiempo.

Para empezar, la música. En Guantánamo, imagino es más soportable. Con un volumen de tortura, de estadio de fútbol con más de cien mil personas. ¡Qué manía con poner la música a todo trapo, un poquito de consideración por Dios! El espacio escénico y el vestuario más visto que el TBO construyen un relato plano de principio a fin.

El concepto y la dirección de Jon López y Martxel Rodríguez no consigue, por mucho que se empeñen, que aquello se encienda. Es precario, sintético, demasiado visto ya.   Y eso que no se puede pedir más a los intérpretes. Entrar, salen, saltan, van y vienen, pero todo es artificioso y toda muta y se encamina al aburrimiento.

Todo esto ya lo habíamos visto los seguidores del Radio Futura en su videoclip La estatua del jardín botánico... Un día más me quedaré sentado aquí, en la penumbra de un jardín tan extraño, cae la tarde y me olvidé otra vez... 

No sé si la función gustó al público, a la vista de cómo abandonó la Sala Concha Velasco me pareció a mí que no. No me extraña, empieza a estar bastante cansado de redundancias, búsquedas y soluciones que no aportan nada y aburren a las ovejas.

Porque si quitas la emoción a esto, que ves, ¿qué te queda? A las emociones no hay que renunciar nunca, incluso por ética que diría Didi-Huberman. Porque las emociones tienen una fuerza trasformadora, si me apuran igual o más que un chocolate con churros.