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El perro de Chillida

El perro de Chillida
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.

"Has escuchado la historia del Nota; no hay ninguna razón para eso... estamos hablando de una agresión impune y cruel... estoy hablando de trazar una línea sobre la arena, Nota… Walter se meó en mi alfombra... esa alfombra daba ambiente a la habitación... ¿Se mearon en tu put... alfombra?". El Gran Lebowski.

Lo profundo es el aire, así se llama la escultura que tiene Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002), en la Calle más bonita de Valladolid, la Calle Cadenas de San Gregorio. Allí está la escultura de Eduardo Chillida como ensimismada en sí misma, envuelta en una luz turbia, consciente de su propia belleza y fragilidad, fuera del tiempo rebelándose en su forma como si fuera una desconocida en la ciudad.

"Yo no represento, pregunto" dejo dicho Chillida. ¿Qué sensaciones provoca en el paseante 'Lo profundo es el aire'? Lo primero en su belleza intrínseca. Una belleza que tiene que ver con el intelecto. Esa forma misteriosa que posee la escultura se va transformando a lo largo del día. La belleza como función salvadora. Porque no deja de ser un sentimiento. Un sentimiento, si me apuran, que une belleza y moral.

La estética de la belleza como punto de partida. Esta cultura cuando la miras detenidamente te hace pensar. Y en ese pensamiento tan particular de cada uno es cuando la belleza se revela y aviva nuestras emociones.  Y convoca al paseante al universo de Chilida: el espacio, el tiempo, el silencio, el límite, el horizonte, la materia...

La recompensa visual de Lo profundo es el aire es inmediata. El compromiso ético y estético de Eduardo Chillida no ofrece dudas. Su compromiso era un compromiso como ciudadano. Ver siempre es un acto creativo. Y esa mirada origina un juicio.

Por eso no es de recibo que al rato de estar mirando la escultura de Chillida pasara un señor con un perro. No era el perro de Goya. El perro atendía por Giorgio; Giorgio para arriba, Giorgio para abajo. ¿Y qué paso? Pues ya se pueden imaginar ustedes. El perro ni corto ni perezoso con la aquiescencia y el beneplácito de su dueño alzó la pata y meo en la escultura de Chillida. Y para colmo, el dueño se acercó a Giorgio, le felicito por la "hazaña" y le puso en la boca una golosina.

Por supuesto no se me pasó por la cabeza decirle nada a Giorgio ni a su dueño, se han dado casos de acabar en clínico con la cabeza abierta por haber dicho que hombre, por favor. Estamos ante una agresión impune y cruel que tenía que llevar aparejada diez años en la IK-3.