05/11/2024
Por lo que podemos intuir en este principio de campaña electoral, que se nos va a hacer muy larga a todos, pero especialmente a alguno, poco ha cambiado respecto a la muy reciente de las elecciones municipales y autonómicas, que tan acertadamente gestionaron los spin doctors de Moncloa. Ya saben, todo se hizo bien, pero el resultado fue "injusto" e "inmerecido". La campaña no se pudo diseñar y ejecutar mejor y los españoles no pudieron votar peor.
En este convencimiento, Sánchez vuelve a las andadas, pero con algunos matices. Si las anteriores elecciones las planteó como un plebiscito, estas las quiere convertir en un cara a cara, un duelo, una elección binaria: Sánchez o Feijóo. O lo que es lo mismo en el imaginario de Moncloa, "la mejor España", o sea Sánchez, o "la derecha extrema y la extrema derecha", es decir Feijóo, ese dictador autoritario, rotundo y radical, que la izquierda antifascista lleva años buscando y por fin ha encontrado.
Así que ya han salido a relucir los vídeos del dóberman, el Yak y los hilillos de plastilina de Rajoy, que sin duda movilizarán al votante progresista, como ya ocurrió en Madrid, en Andalucía y el 28 de mayo. Es un éxito seguro. También arranca la campaña, como ya ocurrió en mayo, con lo de Doñana, otra baza ganadora. Lo mejor que se la ha ocurrido al millonario equipo de asesores del presidente es que este se ponga del lado de los ecologistas alemanes y en contra de los agricultores españoles. Otro triunfo indudable. Para reforzarlo, nada mejor que colocar a la ministra Ribera de número dos por Madrid.
A Sánchez le pasa lo que decía Bismarck que sucede con las leyes, que "como las salchichas, dejan de inspirar respeto a medida que sabes cómo están hechas". El problema del presidente es que parece no haber entendido que lo de la "extrema derecha y la derecha extrema", lo de la "ola reaccionaria" y lo del "trumpismo" y el "bolsonarismo" de Feijóo no se lo cree nadie. Más aún, en este cuento de que viene el lobo que nos repiten cada día él y su corifeo ministerial, ya debería saber que los españoles prefieren al lobo antes que a él.
El gran peligro de todo esto es que pedir a los españoles que voten por "la mejor España" implica que los que no lo hagan elegirán la peor España, que es la de todos los que están contra él. Hay gente con intolerancia al gluten o a la lactosa, y luego está Pedro Sánchez, que tiene intolerancia a todo lo que no sean elogios y veneración a su persona. Tanto en la sociedad, como en su partido. Por eso no hay nadie capaz de sacarlo de su fantasía y acercarlo a la realidad.
Por eso quiere celebrar seis debates en televisión. Igual intuye que por la calle ya no puede pasearse sin que le abucheen, pero por lo visto sigue sin saber que los españoles tampoco soportan verlo en televisión, que ha superado todos los umbrales del rechazo y que cuanto más se exponga mayor será la reprobación y más crecerán las ganas de derogar el sanchismo. Fracasado su documental, por el que extrañamente ninguna cadena se ha interesado, y desaparecido Jorge Javier Vázquez, Sánchez quiere reeditar el Sálvame con Feijóo en el papel de sparring, tipo Belén Esteban, y entre navajazo y navajazo darnos la turra semanal para reivindicar sus logros.
Porque ese es el otro giro que Moncloa quiere dar a esta campaña, poner en valor los logros del presidente, sin duda otro as en la manga que le puede llevar a una arrolladora victoria en las urnas de julio. "España va como una moto". Claro. Es un caso de éxito que se estudia en las universidades y en las escuelas de negocio de todo el mundo por su gestión de la pandemia y de las crisis inflacionaria y energética.
Aquí, el inconveniente es que a poco que uno se ponga a rascar en los datos, resulta que somos el país europeo que menos ha crecido en los últimos cinco años, el que tiene más paro y el que ha hecho perder más poder adquisitivo a los ciudadanos. De nuevo la absoluta desconexión con la realidad. Que presuma de su gran desempeño económico un Gobierno que ha demostrado su absoluta incapacidad para gestionar los fondos europeos de recuperación, que ahuyenta las inversiones y que se dedica a insultar a quienes crean empleo y riqueza, es una patada al sentido común.
Si pudiese darse una vuelta por un mercado, o tomarse un café en el bar de un barrio de esa clase media y trabajadora a la que tanto protege, se podría enterar de cómo crece la angustia entre los millones de españoles acogotados por los precios, la subida de las hipotecas y de los impuestos, incapaces de encontrar un trabajo fijo de verdad con un salario decente, o un piso en alquiler.
"Como una moto", dice un tipo que ya no está en condiciones de convencer a nadie que no esté ya abducido. Por mucho que se quiera presentar como el pastor que nos protege del lobo, su rebaño mengua cada día. Quizá a estas alturas lo mejor que podría hacer Sánchez para salvar algún mueble es volver a Doñana. Pero no para insultar a los agricultores, sino para irse de vacaciones a Las Marismillas.
Tratar de convencernos a estas alturas de que "la mejor España" es reeditar un gobierno con Yolanda y lo que queda de Podemos, con ERC y con un Bildu cada vez más crecido, no parece muy sensato. Que el presidente de un Gobierno que ha reformado la malversación para ayudar a quienes dieron un golpe de Estado, a los que ha indultado y para los que ha eliminado el delito de sedición, nos venda que representa a "la mejor España" es un insulto a cualquier inteligencia, incluso a la de Bolaños si la tuviera.
Decirnos que "la mejor España" es la que pone en la calle a violadores y pederastas y mantiene en el cargo a la ministra que pergeñó esa indignidad, con el único objetivo de mantener viva esa coalición que le permite seguir durmiendo en el colchón de Moncloa, es un insulto a la decencia. Explicarnos que "la mejor España" es la que convoca elecciones en pleno verano, para dificultar el voto y buscar ganancias en el río revuelto de la abstención y el colapso de Correos es un insulto a la democracia.
El mayor daño, y ya es mucho decir con todo el que ha hecho, es el que va a causar a la convivencia al obligar a su partido a convertirse en la primera fuerza de confrontación entre los españoles, a transigir con la violencia política, a aceptar la dinámica de la destrucción del adversario convertido en enemigo. Dicen los bávaros que todo en esta vida tiene un final, salvo las salchichas. Se equivocan, Sánchez también. Tuvo uno el 28 de mayo y tendrá otro el 23 de julio. Sólo hay que esperar a que los españoles vuelvan a votar.