Cuando la emperatriz Sissí se convirtió en Palmera

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Cuando la emperatriz Sissí se convirtió en Palmera
Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
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A finales del otoño de 1894, Isabel de Baviera, la emperatriz Sissí de Austria-Hungría, volvía por el Mediterráneo en su yate Greiff después hacer una visita en Mallorca a su primo el archiduque Luis Salvador, rumbo a Marsella, cuando se desató un temporal y el barco se vio obligado a hacer una improvisada escala en el puerto de Alicante.

Por aquel entonces, la emperatriz, ya de por sí viajera, se movía por el mundo frenéticamente. Quizá buscaba aturdirse, entretenerse o simplemente encontrarse a sí misma. Aquella fiebre nómada la había espoleado en enero de 1889 un hecho luctuoso: la prematura muerte de su queridísimo hijo Rodolfo, heredero del Imperio, en circunstancias jamás aclaradas. Un suceso que desgarró el corazón de Sissí, incapaz ya de recuperarse nunca.

De incógnito, Isabel de Baviera, acompañada de un reducido séquito, desembarcó aquel día en Alicante, y protagonizó un episodio llamado a recordarse para siempre. Tenía 57 años y le quedaban algo menos de 4 de vida.

Fue a comer en la fonda de Bossio, en la Rambla, y el postre la dejó fascinada. Unas granadas que le parecieron tan exquisitas que compró unas cajas para llevarse a casa, y al regresar a Viena hasta enviaría una condecoración a Bossio. Al preguntar dónde se cultivaban granadas tan deliciosas, el posadero le indicó que venían de Elche, lugar en que además existía un palmeral único en el mundo. La emperatriz, ferviente amante de la naturaleza, quiso verlo con sus propios ojos y en ese mismo momento organizó su propio desplazamiento a Elche en ferrocarril.

Una vez en tierras ilicitanas, la llevaron al conocido hoy como Huerto del Cura. Pertenecía entonces al capellán Juan Castaño, del que el singular huerto ha tomado su denominación. El propietario, entusiasta de la botánica, mostró a Isabel de Baviera con orgullo un raro ejemplar de palmera datilera macho que gráficamente apodaban ?el Candelabro? y la ?de los ojos? (dels ulls en valenciano), por haberle brotado múltiples hijuelos, siete brazos nacidos de un mismo tronco a dos metros del suelo, cuando lo habitual es que lo hicieran a nivel del suelo. La visión imponente de la palmera hizo exclamar a Sissí: ?Mosén Castaño, esta palmera tiene una fuerza digna de un imperio. Debería usted ponerle un nombre?. Así que, tras esa visita, el capellán la bautizó en honor a la emperatriz como Palmera Imperial. Así sigue llamándose hoy. Se inauguró con ello la costumbre, que continúa en la actualidad, de dedicar palmeras del Huerto a visitantes ilustres.

Hacia el año 1900, el capellán Castaño debió ponerle un soporte metálico a la palmera debido a la envergadura que estaban adquiriendo los hijuelos. Hoy día lo mantiene, para no desplomarse por su peso de 8 toneladas repartido en una altura de 17 metros.

Juan Castaño falleció a los 75 años, en 1918. Su entierro multitudinario fue el homenaje que le rindió Elche. Al año siguiente, el Huerto se subastó, siendo adquirido por Juan Orts Miralles, cuya familia sigue siendo la propietaria a día de hoy, cuando la célebre palmera tiene ya cerca de 200 años de vida. Mérito de Orts fue no ceder a presiones especulativas para convertir el terreno en suelo urbano y abrirlo a las visitas del público en general.

El Huerto del Cura, con una superficie de más de 13.000 m2, obtuvo en 1943 la categoría de Jardín Artístico Nacional. Su colección de plantas mediterráneas y tropicales, sobresaliendo las palmeras, lo convierten en un espacio único y un atractivo turístico de primer orden. En el año 2000, como parte del palmeral histórico de Elche, fue declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad.

Desde 1953, la emperatriz Sissí está presente en el Huerto del Cura a la cara este de la palmera a la que dio nombre, con un busto cuyo autor es el escultor José Sánchez Lozano. Uno de los 7 brazos de la Palmera Imperial se secó en 2014, pero se observa su tronco alrededor del principal.

Con la distancia que dan los años, esa tarde de Isabel de Baviera bajo la palmera del Huerto del Cura demostraría haber sido un descanso a modo de oasis en un trayecto personal interior por tierras yermas, enmarcado entre un origen y un destino igualmente trágicos y cronológicamente equidistantes. La muerte de su hijo en 1889 estaba abocada a verse sucedida por la de la propia Sissí, en 1898, en un atentado anarquista en Ginebra. En la mitad de la línea temporal entre ambos puntos, en 1894 el solaz del palmeral de Elche con el regusto aún de las granadas en el paladar sería para la emperatriz un inusitado momento de calidez y dulzura entre tragos vitales muy amargos.

Fotografías: Gabriela Torregrosa

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