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Los mejores libros son los que nos dicen lo que ya sabemos. Esto no es solo que yo lo crea, sino que lo dice también un personaje de George Orwell en su novela 1984, un libro que se ha puesto muy de moda estos días. Y no porque lo esté leyendo la clase media y trabajadora, que tiene otras preocupaciones, sino porque Alberto Núñez Feijóo nos demostró el otro día que ni lo ha leído, ni sabe muy bien si esta fecha es el título del libro o el año de su publicación. Es una lástima, porque es un libro que nos vendría muy bien leer a todos, incluido el líder del PP.
El escritor británico, aunque nacido en la India, simpatizaba en su juventud con el marxismo, pero pronto se dio cuenta de que los grandes enemigos del ser humano son los totalitarismos. Y sus dos novelas más conocidas, 'Rebelión en la granja' ('Animal farm', si se me permite citar un título en su idioma original) y la que nos ocupa, son precisamente colosales alegatos contra estas formas de gobierno que proscriben la libertad en aras de una supuesta igualdad y que anteponen la colectividad al individuo.
En la Oceanía de 1984, nos explica Winston que "nada era del individuo, a no ser unos cuantos centímetros cúbicos dentro de su cráneo" y que "el partido quiere tener el poder por amor al poder mismo". La vida se hace insoportable y el amor está prohibido. ¿Eso es en esencia el totalitarismo, el nazismo, el comunismo? Infiernos disfrazados de utopía a los que la humanidad ha sucumbido en varias ocasiones. Y lo peor es que no aprendemos la lección. Por ahí anda nuestra vicepresidenta sumante asegurando que "no hay que frivolizar con la libertad, porque el comunismo es la igualdad y la democracia". Y algunos se quedan tan tranquilos.
Son formas de concebir la política en las que el que no piensa como nosotros es un enemigo al que hay que eliminar. No sé si les suena, pero a mi me recuerda mucho a lo que hacen los independentistas en Cataluña o los de Bildu en Euskadi. Para evitarlo, las democracias liberales inventaron la separación de poderes. Pero esto resulta siempre molesto para los gobernantes, sobre todo para aquellos que están convencidos de que representan al pueblo y que sus decisiones son la directa expresión de la voluntad popular. En ese convencimiento, el PSOE modificó en 1985 la Ley del Poder Judicial para que fuera el Parlamento quien eligiese a los vocales del CGPJ. "Montesquieu ha muerto", constataba entonces Alfonso Guerra.
Desde entonces, la independencia de nuestro poder judicial ha estado siempre en entredicho. El PP lanzó posteriormente un "pacto por la justicia", con el que se puso en marcha una fórmula de elección mixta, ahora vigente, que tampoco ha acabado con la sumisión del judicial al legislativo y al ejecutivo. Pero los sucesivos gobiernos han lidiado con esto y siempre ha sido posible llegar a acuerdos para renovar el CGPJ ¿Qué pasa ahora para que se haya montado este lío?
Pues podemos creer lo que nos dicen Sánchez y sus ministros, que viene a ser que Feijóo o es un fascista o está en manos de fascistas, le tiemblan las piernas, "no se puede jugar con él ni al parchís" y no quiere cumplir con lo que ordena la Constitución. Pero todo esto nos devuelve el inquietante recuerdo de 1984: "Si el líder dice de tal evento esto no ocurrió, pues no ocurrió. Si dice que dos y dos son cinco, pues dos y dos son cinco". Pero como todavía Sánchez no es el Gran Hermano, denle tiempo, hay quien se atreve a manifestar cierta sorpresa. Este presidente que se pone tan estupendo y campanudo en su defensa de la Constitución "que hay que cumplir a rajatabla", es el mismo que ha incluido a totalitarios en su Gobierno y se alía con Bildu, el mismo que cerró el Parlamento durante la pandemia y que declaró dos estados de alarma inconstitucionales y el mismo que vota con ERC para que no se cumpla la sentencia del castellano en Cataluña. Y es además el que quiere renovar a toda costa el CGPJ y el Constitucional para que jueces afines avalen sus indultos y su reforma ad hoc del Código Penal que permitirá a Junqueras presentarse a las próximas elecciones.
Sánchez es el que ha provocado el colapso del poder judicial al impedir con una reforma legal que el CGPJ haga nombramientos hasta que no sea renovado. Una reforma que luego ha reformado de nuevo para permitir que sí nombren a los magistrados del Constitucional, para poder nombrar él a los suyos a ver si consigue colocar de presidente a Conde Pumpido, tan partidario de ensuciar las togas con el polvo del camino. La Constitución no dice en ningún artículo que Feijóo esté obligado a renovar el CGPJ. Establece un plazo en el que debe hacerse, con el acuerdo de los partidos. Y si no se cumple dicho plazo, pues sus miembros siguen en funciones hasta que llegue este acuerdo. Pero Sánchez lo ha enfangado todo, e incluso ha querido cambiar la ley para nombrar él a los vocales con mayoría absoluta y no con la mayoría cualificada que exige la Constitución. Y volverá a intentarlo más pronto que tarde.
La torpeza de Feijóo no ha sido romper el acuerdo, sino caer en la trampa de la negociación que Sánchez le tendió. Decir ahora que Sánchez le ha engañado le hace quedar como un pardillo. ¿Qué esperaba? ¿A quién no ha engañado Sánchez? ¿Quién tiene ya la más mínima duda de que la palabra de Sánchez vale menos que un duro de madera y de que es capaz de negar lo obvio, como cuando asegura que ningún organismo internacional cuestiona las previsiones económicas de su Gobierno o que no hay ningún enfrentamiento en su partido a cuenta de la ley Trans?
Proclamar que "esto es un escándalo" y que "aquí se juega", en plan capitán Renault en Casablanca, no ayuda a confirmar que da la talla como jefe de la oposición. Ni ponerse a jugar con el tahúr más famoso desde el Mississippi al delta del Ebro y quejarse luego de que hace trampas. Feijóo no debería entrar en un juego en el que nunca va a ser mejor que Sánchez, sino dedicarse a construir un liderazgo creíble y explicarnos hacia dónde quiere que se dirija España si algún día llega a ser presidente. Nos dice que él no ha venido a Madrid a insultar a Sánchez. Está bien, eso ya lo hacen otros.
Pero me da la impresión de que los españoles esperan algo más de él que dejar pasar el tiempo y aguardar a que Sánchez se hunda él solo. Más que nada porque nos vamos a hundir todos con él. Podría empezar por leer a Orwell para comprender a dónde nos conduce un tipo que además de su desmedida ansia de poder y su irreconciliable relación con la verdad, tampoco sabe quiénes son Blas de Otero ni Gil de Biedma. Que Sánchez recite eso de que "de todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal", no deja de ser escalofriante, porque él es precisamente quien más se esfuerza en estos momentos para que se cumpla la maldición.
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