La actividad contará con la participación de Belén Yuste y Sonnia Rivas, autoras del cuento '¡Viva Cajal' y Óscar del Amo, ilustrador
El concierto homenaje a John Williams en su noventa aniversario celebrado en la Sala Sinfónica Jesús López Cobos del CCMD resultó todo un éxito. La música de Star Wars, Nacido el 4 de julio, Jurassic Park, Harry Potter, La lista de Schindler, Tiburón? ejecutada por la Royal Film Concert Orchestra llegaba a los oídos del público y se convertía en recuerdo, juego y emoción.
El oyente se sumergió en la música de John Williams con la primera nota y permaneció unido de verdad sin que nada le distrajera hasta el final. Unido a través de un universo, un universo sonoro. El universo de los sonidos que le recordaba escenas y situaciones vividas en una sala de cine hace?, que lo mismo da. El caso es que a esta hora de la tarde la música de J. Williams le llevaba a recorrer tierras extrañas y a huir de la tiranía de la actualidad.
Los genios como John Williams nace uno cada cien años. Los grandes talentos, cada diez años. Los talentos, todos los años. Lo mediocres diariamente, y los incapaces, a cada hora. Su música enriquece al oyente por su espontaneidad. El oyente tiene que ser capaz de buscar la belleza por sí mismo.
El contenido emocional que lleva implícita la música de la película La lista de Schindler (una de mis favoritas) viene dictado por su propia sonoridad que envuelve el patio de butacas sumiéndole durante unos instantes en una emotividad recién estrenada que era de agradecer.
Ya no recuerda uno cuando escuchó por primera vez la música de John Williams a menos que ese espectador hubiese conocido esa misma tarde al amor de su vida en la butaca de al lado, o que fuese sacado a la fuerza de la sala por la policía nacional para ser conducido a la cárcel de Villanubla. Es igual. La impresión de la música de este extraordinario compositor contemporáneo establece en el público una conexión entre el cine y la vida, entre el cielo y la tierra y entre las tardes interminables del domingo.
El efector liberador que tiene la música, su indulgencia y su fugacidad, la ausencia de dolor a esta hora de la tarde supone una invitación en toda la regla para salir de nosotros mismos y a la manera del poeta, irse de uno mismo cuando le dé la gana.
La música de John Williams pervive en el tiempo y subsistirá como fantasma más allá de la época en la que fue concebida. Y cada vez que la escuchemos tendrá un significado diferente. Esa será su grandeza.
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