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El cardenal-arzobispo de Valladolid, monseñor Ricardo Blázquez, aborda en esta entrevista un balance de sus doce años al frente de la Diócesis, cuando está ya muy cercana su jubilación.
El cardenal arzobispo de Valladolid Ricardo Blázquez cumplió en el mes de abril los 80 años, la edad “meta” que se había propuesto para dejar el arzobispado de Valladolid que preside desde 2010. No obstante, está a la espera de que el Pontífice acepte su renuncia. Será cuando comience su "retiro". No le preocupa comenzar esta nueva época “porque hay que sintonizar interiormente con las etapas de la vida” y no le "cuesta" ser anciano. Es hora de hacer balance de estos 12 años al frente de la Diócesis de Valladolid, aunque monseñor Blázquez –con actitud dialogante y sosegada- no se aparta de contestar a ninguna cuestión sobre la actualidad de la Iglesia. Tribuna Valladolid visita el palacio arzobispal para entrevistar a la máxima autoridad eclesial de la provincia y uno de los hombres claves de la Iglesia en el siglo XXI.
PREGUNTA. Su etapa como arzobispo de Valladolid va llegando a su fin ¿qué balance hace?
R. Uno puede hacer un balance personal, pero los que tienen la capacidad de hacer un balance más objetivo son los que han ido siguiendo de una manera continuada la trayectoria de una persona. Uno no se hace una fotografía a sí mismo fácilmente, aunque ahora hay selfies, pero de ordinario la foto viene del exterior. Yo quiero subrayar en esta etapa ministerial que es larga -34 años de obispo y 55 años como presbítero- que la palabra que me sale espontáneamente y con mayor profundidad es ‘gracias’. Gracias a Dios por la vocación y por haberme confiado estos ministerios, gracias a Dios por las personas con las que he convivido y con las que he compartido tareas y responsabilidades.
P. Tras presentar su renuncia al Papa a los 75 años como es preceptivo, está siendo larga esta prórroga ¿cómo se lo ha tomado?
R. Yo presenté mi renuncia al Papa cuando cumplí 75 años y recibí la siguiente respuesta: ‘Continúe usted hasta nueva disposición’. Yo hubiera insistido si la salud no me hubiera acompañado; pero gracias a Dios tengo buena salud y el Papa ya sabe cuál es mi disponibilidad. Le agradezco este tiempo que me ha concedido.
P. ¿Qué recuerda de ese cura rural que comenzó su andadura allá por el año 1967?
P. Recuerdo los lugares que han formado parte de mi vida. Nací en un pueblo que se llamaba Villanueva del Campillo, un pueblo excelente. Allí crecí hasta los 13 años hasta que acudí al seminario menor en Arenas de San Pedro, donde estuve cinco años y, más tarde, siete años en Ávila, en el Seminario Mayor estudiando Filosofía y Teología. Tras esa etapa me fui a Roma a estudiar. Estuve cinco años fuera, casi todo el tiempo en Roma pero también en Alemania. Luego he ido recibiendo diversos encargos: estuve dos años en la Formación Permanente del Clero en Ávila. Recuerdo que tenía un Seat 600 con el que movía por los diversos lugares [sonríe]; estuve 14 años como profesor en la Facultad de Teología en la Universidad de Salamanca, cuatro años como auxiliar en Santiago de Compostela, tres en Palencia y 15 años en Bilbao y desde Bilbao vine a Valladolid, donde ya he cumplido 12 años.
P. ¿Qué le pasa por la cabeza y por el corazón a Ricardo Blázquez como persona cuando se entera de su nombramiento como cardenal de la Iglesia?
R. Quedé sorprendido. Aquel domingo 4 de enero yo estuve celebrando la eucaristía en la Residencia de Ancianos de Santovenia. Cuando venía conduciendo y conecté con las noticias, me encuentré con esto: ‘Pero ¿qué dice?’ No podía creerlo. Y enseguida me comenzaron a llamar. Fue una sorpresa grande y el 14 de febrero recibí el capelo cardenalicio en la Basílica de San Pedro.
P. Fue obispo de Bilbao en los años de plomo ¿cómo fue aquella experiencia para usted?
R. Inicialmente hubo muchas dificultades porque el que fuera un obispo que no procedía del País Vasco podía ser un problema añadido. El lendakari me lo reconoció: ‘Nosotros no teníamos nada en contra de usted, pero teníamos muchos problemas para que nos viniera uno más’. No he querido ser problemático en ningún sitio sino cumplir el ministerio que se me había confiado. Yo allí no iba como político, ni tampoco llevaba ninguna consigna. Fui allí para ser obispo. Las reservas y reticencias del principio se fueron venciendo poco a poco. Se produjo esa convergencia y esa sintonía. Yo no puedo olvidar nunca el atentado de Miguel Ángel Blanco, las manifestaciones que hubo y el funeral que tuve que oficiar. Visité a la familia y estuve rezando en el hospital de Aránzazu. Participé en las manifestaciones que hubo. Tengo la convicción de que con el atentado de Miguel Ángel Blanco se produjo un vuelco en el rechazo decidido dentro y fuera del terrorismo.
P. ¿Hubo connivencia por parte de algunos sectores de la Iglesia?
R. La Iglesia como tal siempre condenó la violencia. No digo que no hubiera habido personas con menos decisión que otras; e incluso haciendo también el juego de ‘esto no, pero otras cosas tampoco’, una especie de equilibrio de rechazos. Fue un periodo muy penoso y cuando la Organización Terrorista ETA de una manera pública renunció a la violencia, ciertamente la sociedad sintió un alivio. Fue un capítulo muy duro, oscuro y penoso.
P. Ha tenido que negociar con presidentes del Gobierno como Zapatero, Rajoy o Pedro Sánchez ¿Es el diálogo la característica que ha presidido toda su etapa al frente de la Conferencia Episcopal?
R. En el tiempo de los comienzos de mi ministerio como presbítero e incluso en el Seminario, yo leí con mucho interés la Encíclica del Papa Pablo VI sobre el Diálogo. Aquello me caló muy hondo: yo me he formado y he comenzado mi ejercicio ministerial en esta onda del diálogo. El diálogo dentro de la Iglesia, el diálogo ecuménico y con todas las personas… de tal forma que el modo de actuar pastoralmente ha sido desde el principio el de una actitud dialogada. Vamos a escuchar y vamos a hablar. El diálogo supone una escucha con atención y con humildad y también una intervención sin miedos y con libertad. Cuando hay que resolver un conflicto o un problema no se puede pretender que el cien por cien esté a favor del que pleitea por una cuestión. El diálogo no es una trampa encubierta ni tampoco de cesión débil; el diálogo significa la búsqueda de la verdad, de la concordia, del bien. Mi experiencia me ha demostrado que es una vía muy eficaz. La preparación para el diálogo requiere también una apertura del corazón para poder tratar con verdad las cuestiones planteadas. El diálogo ha presidido siempre mi ministerio.
Con el atentado de Miguel Ángel Blanco se produjo un vuelco en el rechazo decidido dentro y fuera del terrorismo
P. ¿Tiene la percepción que el Estado aconfesional se está convirtiendo cada vez más en un Estado laicista? ¿Cómo es la relación de la Iglesia con el Gobierno?
R. Hay cuestiones en las que la colaboración es fácil y hay otras muchas cuestiones en las que tenemos que decir ‘eso no’. Por ejemplo, en la cuestión del aborto y la eutanasia. ¿Por qué decimos que no? Por la defensa de las personas. Si se quebrantan los valores fundamentales, eso le viene muy mal a la sociedad.
P. Fueron muy comentadas sus declaraciones en las que aseguró que todos habían llegado tarde en la problemática de los abusos sexuales a menores
R. Estoy convencido de que en esta cuestión hemos llegado tarde. La sociedad misma no estaba ni mucho menos posicionada hace no demasiado tiempo en relación con el abuso de menores como está ahora. Tampoco los medios de comunicación ni los políticos, tampoco en la educación, tampoco en las familias… Está muy bien el que todo hayamos convergido en la exclusión y en las consecuencias debidas en el abuso de menores en tres campos: el abuso de autoridad, el abuso de la conciencia y el abuso de orden sexual.
P. ¿Cómo ha vivido personalmente los casos de abuso sexual en el seno de la Iglesia?
R. Con sufrimiento. Evidentemente y en primer lugar por la persona que ha sido víctima, por su familia y también por la persona que ha cometido estos abusos. Y no se trata de igualar el sufrimiento, no.
P. Hablando de la Diócesis de Valladolid ¿le preocupa la falta de vocación sacerdotal?
R. Me preocupa la falta de vocaciones para el ministerio sacerdotal, la escasez de vocaciones para la vida consagrada, pero también el matrimonio cristiano, que también es una vocación dentro de la iglesia. Este tipo de compromisos ayudan a la fidelidad y a la perseverancia. Para ser una sociedad estable necesitamos fortalecer estos pilares y uno de los fundamentales es el matrimonio y la familia.
Con Óscar Puente la relación ha sido de respeto: Él preside la ciudad y yo la Diócesis
P. Cada vez que se cierra un convento o una comunidad religiosa…
R. Yo lo siento como una pérdida. Yo puedo comprender que la familia religiosa ha hecho lo que ha podido hasta encontrarse en esa situación de que no había otro camino. El descenso de vocaciones para la vida consagrada, contemplativa y apostólica y para el ministerio sacerdotal viene de lejos, pero en muchos casos está llegando al agotamiento. Durante mucho tiempo ha habido penuria vocacional y no ha habido relevo generacional. Es un sino de nuestra debilidad.
P. Desde hace apenas un mes es usted Hijo Adoptivo de Valladolid ¿cómo ha acogido este nombramiento?
R. Dos sentimientos son los que tuve cuando conocí la noticia de este reconocimiento que para mí es una dignificación: sorpresa, nunca se me hubiera ocurrido este reconocimiento, y gratitud, que significa una vinculación añadida a esta ciudad. Me siento vallisoletano.
P. ¿Es buena su relación con el alcalde Óscar Puente?
R. Yo nunca he tenido quejas. Las veces que hemos tenido que tratar cuestiones concretas las hemos tratado y la relación ha sido de respeto y de colaboración. Él preside la ciudad y yo la diócesis.
P. Usted ha manifestado su deseo de descansar eternamente en la ciudad de Valladolid ¿Dónde le gustaría ser enterrado?
R. Me gustaría ser enterrado en la catedral, en el lugar donde el obispo y el cabildo de entonces determinen. Una pregunta de este estilo que le hicieron a santa Teresa contestó: ‘¿Y no va a haber unos palmos de tierra para esta pobre monja?’. Para mí ser enterrado en la catedral es un signo de comunión episcopal con la Diócesis.
P. Precisamente, hace unos días estuvo en Sevilla en el funeral del cardenal riosecano monseñor Amigo ¿cómo le recuerda?
R. La relación con el cardenal Amigo ha sido siempre muy cordial. Yo de ordinario le preguntaba cuando nos encontrábamos: ‘¿Cómo está el feligrés más eminente de la Diócesis de Valladolid?’ y el me respondía: ‘¿Y cómo está mi único obispo?’.
Durante mucho tiempo ha habido penuria vocacional y no ha habido relevo generacional
P. Está muy cercano a su jubilación que vivirá en Ávila ¿va a ser un cambio brusco en su vida?
R. Ya tengo las maletas preparadas para comenzar la nueva etapa que estoy a punto de comenzar cuando el Papa lo crea oportuno. Me convertiré en arzobispo emérito de Valladolid y entro en una etapa de jubilación, palabra que viene de júbilo. Para mí significará dejar una serie de tareas, ocupaciones y preocupaciones que me han acompañado durante estos años y comienzo una etapa de retiro, una palabra también muy rica. Uno tiene más tiempo para rezar, para encontrarse con compañeros, familiares y amigos. A mí me parece muy importante que cada persona vaya sintonizando desde dentro con los diversos tramos de su vida. Hemos sido niños, jóvenes, adultos y hemos ido entrando en el declive de la vida. Yo doy gracias al Señor porque a mí no me cuesta ser anciano y me siento a gusto con 80 años. Repito ha que sintonizar con las edades de la vida.
P. Una de sus últimas actividades públicas más notorias al frente de la Diócesis fue ese viaje promocional de la Semana santa en Roma en el que una delegación vallisoletana fue recibida por el Papa ¿Ha sido su último gran servicio a Valladolid?
R. No lo considero como el último, porque estaba programado de mucho antes, pero la pandemia lo impidió. Fue una experiencia muy bella. No puedo olvidar la presentación que hicimos en la Embajada de España ante la Santa Sede y, por supuesto, el encuentro con el Papa que fue muy cordial y nos invitó a que siguiéramos cultivando lo que significa la Semana Santa. Uno de los momentos muy emocionantes para mí fue la eucaristía que presidí en la Iglesia en la que está enterrado San Felipe Neri, que es justamente la que me asignó el Papa cuando fui creado cardenal, se llama en latín Santa Maria in Vallicella o Iglesia Nueva.
P. Hablando de la Semana Santa de Valladolid ¿cómo ha vivido en estos años de mandato este fenómeno que supone la Pasión en la ciudad?
R. Es uno de los tesoros que hemos recibido de nuestros antepasados. Valladolid contó con extraordinarios imagineros que crearon unas imágenes que sorprenden siempre. Sigamos cultivando la Semana Santa que es un acontecimiento de orden religioso, cultural, social con muchas perspectivas: hay tiempo para el silencio, para la contemplación, para la escucha de la música… Participar en algunas procesiones de la Semana Santa es un acontecimiento espiritual de primer orden.
P. ¿Ha notado el cariño de los vallisoletanos hacia su persona?
R. Sí. Voy solo por la calle muchas veces y me saludan, me he sentido muy a gusto. Entre otras muchas cosas es lo que me llevo de Valladolid.
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