Con la vista puesta en el 2026, el vallisoletano pretende sacar este año un beneficio económico de sus colecciones de películas antes de poner en venta su local
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"Es el momento de decir adiós a nuestros clientes". Esta frase, a pesar de todo lo que ha dado por el barrio, resume la charla entre un servidor y Miguel Garrido, conocido por ser el alma máter de los videoclubs y el presidente incluso del colectivo en Valladolid, donde puso en marcha una franquicia que, con el paso de los años y desgraciadamente, se ha ido diluyendo. Miguel ha vivido todo tipo de situaciones a lo largo de la vida, como reconoce en declaraciones a TRIBUNA, "desde momentos fantásticos hasta momentos en el que uno se plantea tirar la toalla".
Es más, estuvo a punto de hacerlo en plena pandemia, "la gota que colmó el vaso", ya que el que no tenía plataformas digitales en su haber, tuvo que inscribirse a las mismas "al estar encerrado en casa". Sin embargo, y como es "un culo inquieto", le salvó su otro trabajo en el mundo de la telefonía, con el que compaginaba su amor por los videoclubs, compartiendo beneficios y gastos con su local, el VideoClub Sesión Continua, ubicado en la calle Lope de Rueda, en el barrio de La Rondilla. Este, de hecho, es el que cerrará a principios del 2026 con el objetivo de poder sacar a lo largo de este año un rédito económico a sus colecciones más preciadas: "Voy a dedicarme a mi tiempo libre, intentaré no moverme tanto... (ríe)".
En este sentido, y en plena liquidación, no solo vende películas, sino también videojuegos de todo tipo, consolas, televisiones, teléfonos móviles, camisetas, y hasta... ¡bicicletas! Y todo a un módico precio porque, según Miguel, cualquiera, por ejemplo, se puede llevar 3 películas de cine clásico "a estrenar" por 10 euros. Es más, si el cliente va por 1.000 euros, podría comprar 600 películas, algo que cree que rentaría, ya que asegura que tiene a la venta títulos de películas que podría vender por "80 o 100 euros" cada una. "Creo que es justo poner precios asequibles porque todavía hay gente que le interesa el cine clásico", apunta.
Cuando deje el local, el cual traspasará, jugará al tenis y seguirá viendo cine desde casa porque aún tiene "muchas películas guardadas" de Western, como 'Centauros del desierto' que, para Miguel, es una obra maestra. No obstante, preguntado por si le apetece cumplir 40 años al frente del negocio, el vallisoletano deja claro que ese no es su objetivo: "Ha llegado mi hora, aunque me esté rentando la espera".
Miguel califica estos 38 años como "un carrusel de emociones". "Desde muy pequeño, mi ocio era ir con los amigos al cine, al cine de sesión continua. Entrabas a las tres de la tarde y salías a las once de la noche viendo una película tras otra. Esto me motivó a dejarlo todo por el mundillo cinematográfico", relata. Hay que tener en cuenta que este ambicioso y aventurero vallisoletano no estudió para dedicarse a lo que, realmente, le gusta, ya que se fue a Salamanca para sacarse la carrera de psicología y, ya en Valladolid, ejerció como tal.
Sin embargo, y con apenas 26 años, decidió dedicarse al cine. Montó un videoclub, también en La Rondilla, que fue creciendo con el paso de los años hasta el punto de que se vio en la obligación de abrir el negocio actual, el que cerrará en unos meses: "Montamos una franquicia, llamada Canal Ocio, con la que abrimos 58 tiendas por toda España. En Valladolid, llegamos a tener tres y otras dos en Burgos". Como el negocio funcionaba, la competencia fue en aumento. En el propio barrio, según Miguel, abrieron 15 videoclubs, algo impensable en la actualidad.
"Solo había un canal en España. Los videoclubs fueron una ventana de aire fresco para la gente. Tanto era así que alquilaban entre 10 y 12 películas cada fin de semana. Era una cosa absolutamente novedosa. La mayoría de los bares incorporó este medio para poner películas de manera continua. Se juntaban las parejas y los amigos para verlas. Fue un negociazo. En Valladolid éramos 64, de los cuales 15 estaban en La Rondilla", añade.
De la época dorada se pasó a la inminente desaparición con la llegada del Internet. Miguel asegura que este hecho les causó "una herida mortal" hasta el punto de querer "tirar la toalla". En ese momento de incertidumbre, el vallisoletano tomó la decisión de dar cobijo en el local a los videojuegos, los mismos que permitieron, meses después, que el negocio siguiera a flote. "Ha habido años muy malos. En el año 2008, por ejemplo, la crisis económica nos afectó a todos. Coincidió, por desgracia, con el momento en el que se pirateaban las películas. La llegada del top manta, donde se vendían películas en cualquier lugar por dos euros independientemente de la calidad que tenían, nos hizo mucho daño", explica.
Al encontrar un nicho de mercado en los videojuegos, le vino, como bien apunta, Dios a ver: "La gente compraba el videojuego, se cansaba del mismo semanas después, y volvían al mismo local para venderles. Con el dinero que sacaban, compraban otro. Y así... sucesivamente. Se producía una rotación muy acertada. En España, al menos, podríamos disfrutar de esta ventaja, en otros países, en cambio, no. El videoclub iba en otros lugares por un camino muy diferente al del videojuego".
Aun así, los videoclubs seguían reinventándose con el acuerdo que alcanzaron para vender las películas. Se pasó de un año de espera, desde su estreno hasta el alquiler, a que en apenas tres meses, la película ya estaba en el videoclub para ser alquilada. "Se produjo una buena simbiosis entre el videoclub y el cliente. Es cierto que nos hacen precios por tener este tipo de negocios, pero no hay mucha diferencia entre lo que pago yo por la película y el precio que pongo en venta por la misma. Eso sí, el buen negocio ha sido el alquiler, no la venta", manifiesta. Parecía que los videoclubs sobrevivirían hasta que la pandemia acabó con todo. "Fue la gota que colmó el vaso", comenta Miguel. Sin embargo, no tiró la toalla, y pasado este mal trago, ha percibido que los jóvenes se acercan más a su tienda, "los mismos que antes pasaban de largo". Aunque desconozca los motivos, piensa que es la simple "curiosidad" la que les lleva a entrar en el local.
El problema que tiene Miguel es que ni con esas se ha replanteado su decisión de jubilarse. "Eso es innegociable", bromea el alma máter de este "mundillo", como dice con una sonrisa, advirtiendo que la persona asuma, a partir del año que viene, las riendas de su local no cometa el error de mantener el espíritu de los videoclubs porque, por desgracia, "no son el futuro". "Por mucho romanticismo que tenga, a la gente que se está interesando por el local les digo que no abran un mismo negocio que el mío. Les animo a que me hagan caso porque el barrio sigue teniendo sus necesidades y, por supuesto, podrán vivir de ello", concluye.
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