Si algo tienen las grandes catástrofes, y sin duda la que ahora azota a España es de unas dimensiones que todavía no somos capaces de calibrar, es que nos enseñan en toda su crudeza lo mejor y lo peor de las personas, lo más noble y lo más miserable de lo que somos capaces. Ahí están esos cientos, miles de héroes anónimos que no dudaron en jugarse la vida para ayudar a sus vecinos atrapados bajo el lodo o en sus casas, e incluso a completos desconocidos a salir de coches arrastrados por las aguas. Y también están quienes, en el mismo epicentro del desastre, aprovechaban para saquear tiendas y casas, en Alfafar, Paiporta y otros pueblos del sur de Valencia, para hacerse con televisores y otros artículos de lujo.
Aunque parezca complicado, resulta incluso posible entender ese afán de algunos, quizá necesitados de un ingreso extra para llegar a fin de mes, por hacerse con pantallas de plasma para revenderlas. Lo que resulta absolutamente incomprensible es la urgencia del grupo parlamentario socialista y de casi todos sus cómplices habituales, esta vez Compromís no fue de la partida, por hacerse no con uno, sino con todos los televisores de España, aunque para ello hubiese que mantener la votación para la convalidación del decreto para controlar el Consejo de RTVE, mientras todo el resto de la actividad parlamentaria se había suspendido por respeto a los muertos enterrados en ese fango de verdad, que muy poco tiene que ver con el que tanto inquieta a Sánchez desde que Peinado investiga a su Begoña.
Mientras la UME, los bomberos, protección civil y miles de ciudadanos valientes y decentes bregaban con las tareas de socorro, Pedro Sánchez ordenaba a Francina Armengol, "gracias, cariño" que diría Koldo, mantener la tan ansiada votación. En medio de una de las mayores tragedias de nuestro país, la mayoría progresista fue capaz de protagonizar un ridículo sin precedentes, y mira que es difícil, al grito de "los diputados no estamos para achicar agua", en palabras de la portavoz de Sumar en la Mesa del Congreso.
Es ya evidente que los de Sumar no están para achicar nada, salvo tal vez las agresiones de Errejón que tan diligentemente borraron de las redes sociales hasta que se desbordó el asunto. Pero por lo que se ve, tampoco lo están el resto de los socios progresistas, insisto, salvo Compromís. Para lo que sí están es para proteger sus cargos y sus intereses y para seguir repartiéndose sillones, siempre al margen de cualquier interés social. El concepto de progresismo, en manos de personajes que si por algo se caracterizan es por su aversión a cualquier progreso, a todo atisbo de solidaridad o de sensibilidad social, está ya tan sobado y desgastado que resulta inservible.
Mientras seguía creciendo de forma inexorable el número de muertos y desaparecidos Óscar López, ahora ministro de no sé qué transición digital, el que acusa de inquisidor a cualquiera que pregunta por Aldama o por Begoña, cantaba en la tribuna del Parlamento su lección de coro infantil: "Este será el consejo más plural de la historia de la televisión pública". Monotonía de lluvia tras los cristales, que decía Machado.
Y la vicepresidenta del Gobierno, la muy progresista Yolanda, "la otra tarde vi llover, vi gente correr", estaba ahí también, pero para amenazar a los empresarios valencianos con inspecciones de trabajo: "Hago un llamamiento a respetar la legalidad y a preservar la vida de los trabajadores". Porque sin duda son el capitalismo y la empresa los culpables de todo. De la DANA y también de los muertos. Al fin y al cabo, esto es cosa del cambio climático y ya nos advirtió Sánchez que mata, tras aquel incendio en Monfragüe en 2022, con su mirada de intensito y la merienda reventando en el bolsillo de sus vaqueros.
Claro que, si echamos la vista atrás y recordamos tragedias anteriores, tal vez podamos pensar que lo que también mata, además de la inusitada intensidad de la lluvia, es la inacción de los gobiernos. Sobre todo, la de aquellos que llevan años tratando de convencernos de que hay que "liberar a los ríos", de que los embalses son "anomalías" que hay que eliminar y de que cualquier obra hidráulica es obra de satanás.
El 14 de octubre de 1957 llegaba a Valencia por el Turia una crecida que por entonces se cifró en 3.700 metros cúbicos por segundo. Casi cuatro millones de litros, unas dos piscinas olímpicas. Se calcula que murieron entonces entre 300 y 400 personas. Muchas nunca fueron encontradas y los cadáveres acabaron seguramente en el mar. Tras aquella catástrofe, se emprendió una colosal obra de ingeniería para desviar el cauce del río y sacarlo de una ciudad por la que discurría estrangulado entre casas, edificios y otras barreras arquitectónicas. Hoy pese a la magnitud de la tragedia, y varias veces en el pasado, esa obra ha salvado cientos de vidas y de bienes materiales.
Ahora, con las premisas progresistas y del ecologismo paleolítico, esa obra que transformó y embelleció Valencia, llenándola de parques, espacios verdes y zonas de ocio y cultura como la Ciudad de las Artes y las Ciencias, no se habría podido realizar. De ninguna manera. Antes destruir la ciudad que modificar el cauce natural de un río, bien superior al de cualquier interés humano.
El nuevo cauce del Turia tiene capacidad para absorber 5.000 metros cúbicos por segundo y el martes y el miércoles cumplió con esa misión. Si la destrucción ha sido inmensa, imaginemos lo que hubiera sido con toda esa agua pasando sin control por el centro de la capital. Digo que esa obra hoy no se haría y la mejor prueba de ello es que Franco dejó sin hacer una parte de ese Plan Sur, que era la construcción de un embalse entre Vilamartxant y Pedralba, a 37 kilómetros de la desembocadura, con 164 hectómetros cúbicos de capacidad, para contener las riadas que bajan de la serranía.
Y hasta 2001, la idea se quedó en un cajón. Aznar la introdujo como prioritaria en ese Plan Hidrológico Nacional que incluía el trasvase del Ebro. Pero Zapatero fulminó ese plan como primera medida nada más llegar al Gobierno. Hay también durmiendo en los cajones de algún ministerio proyectos para encauzar la rambla del río Poyo y muchas otras actuaciones que podrían controlar las riadas y permitir a los valencianos dejar de vivir en un sinvivir. Lo peor sería construir presas, es mejor demolerlas.