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El feminismo disloca a un Gobierno insostenible

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Tribuna
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Es posible que el presidente Pedro Sánchez aguante estoicamente los meses que tiene por delante hasta las elecciones generales de diciembre. En su reflexión interna analizará precisamente que el escaso margen de tiempo es suficiente argumento como para no provocar un adelanto con consecuencias impredecibles. El presidente tiene por delante cuestiones importantes en este periodo. De entrada, una rocambolesca moción de censura y la siempre atractiva presidencia de turno de la Unión Europea. Sin duda, dos cuestiones relevantes que pueden tener impacto directo en la imagen de su Gobierno.

A Sánchez se le pueden atribuir muchas cosas, pero su capacidad de resistencia política está fuera de toda duda. No estamos hablando de valores políticos o morales; su estoicismo demostrado le llevó hacia una transición que pasó de la defenestración más absoluta a su llegada a La Moncloa. En estos momentos de absoluta revuelta interna con sus socios de Gobierno, esa virtud de soportar todo tipo de tempestades le transforma en un personaje incierto que trasciende a la situación puntual que ha podido generarse en torno a ciertas polémicas, que las tiene.

Porque Sánchez debe lidiar con el 'Tito Berni' y la corrupción más casposa que residía a escasos metros de su escaño en el Congreso, donde se sentaba su diputado canario famoso por las influencias familiares, aficiones puteras y gustos variopintos. El Gobierno quiere quitarse de encima este escándalo de presunta corrupción desviando la polémica, rescatando la vieja foto de Feijoó con un amigo traficante o enfocando la atención en la Guardia Civil para que el caso derive hacia una cuestión de otros mandos de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado también implicados en la trama y que se pasaron de la raya.

Lo que no puede ocultar Sánchez es la sobreexposición que le ha generado la celebración del 8M. Si la mejor representación de lo que es y significa está abanderada por sus ministras de Podemos, ya vamos mal. La imagen de Belarra y Montero abandonadas a su suerte en el banco azul del Gobierno no puede ser más significativa. La encarnizada defensa del movimiento feminista ha revelado la foto más dividida de un equipo de Gobierno que ni es equipo ni mucho menos gobierna. Pedro Sánchez ha podido tirar de cálculos para saber qué retorno le genera no estar alineado en una dinámica perversa de declaraciones absurdas y un odio permanente hacia el género masculino.

Es posible que esa ruptura exhibida le resulte positiva a un Gobierno que, al fin, ha tendido la mano a la oposición para votar conjuntamente la revisión de una Ley que, a día de hoy, avanza hacia casi los 800 agresores sexuales que se han visto beneficiados por reducciones de condena. Las manifestaciones divididas, las declaraciones altisonantes, han servido para escenificar esa división que los dos partidos que componen el Consejo de Ministros se han esforzado en mostrar públicamente para ratificar que ya estamos en esa cuenta atrás donde cada uno mira hacia sus intereses.

El problema es que estamos ante un Gobierno insostenible mientras acreditamos una fuga en el número de parados, Ferrovial abre un enfrentamiento directo que nos descubre a un presidente fuera de tono y la clase gobernante desvía el foco para que no alumbre sus carencias indisimulables... a la espera de que llegue el show de VOX con Tamames y lo arregle todo.

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