La opinión de Guillermo Delgado, como cada lunes, en TRIBUNA
TIK TOK
"Solo tenemos dos clases de alumnos, de los que se quedan al comedor en nuestro colegio, los que aprovechan estos días helados para estar en la biblioteca repasando temas, y los que salen al patio a grabarse con el móvil, aunque se mueran de frío". Y qué casualidad, los primeros sacan unas notas muy decentes, son ordenados, hacen deporte y normalmente no son nada conflictivos. Y qué casualidad, los segundos necesitan clases de apoyo, no se han apuntado a ninguna extra-escolar y suelen ser los más conflictivos.
Su vida es el móvil.
No hay un libro de aventuras o novela en su mesilla. No van al cine ni siguen ninguna serie. Todo lo que dure más de cuarenta segundos para ellos es un rollo, una pérdida de tiempo. Viven al minuto, cambian de ropa dos veces al día y de peinado y de gorra y de color de labios. No se gustan ni se quieren, sólo buscan seguidores, la fama de lo vulgar, de lo que efímero.
Cuadrillas enteras de jóvenes que no hablan entre ellos aun compartiendo el mismo banco o el mismo trozo de hierba en un parque.
Así que un día a un 'maltratador' se le escapa un bofetón y se hace viral y se descubre que a la víctima ya la dio dos palizas. Pero no pasa nada, ya nunca va a pasar nada. Cambian un bofetón por dos mil seguidores, cinco suspensos por cincuenta 'me gusta' y siete días sin hablar con los padres por conseguir un móvil 5G con tres cámaras.
Les ha tocado esta manera de relacionarse, lo hemos admitido, asumido y aceptado. No comparten un rellano de escalera, un porche de un chalet o una terraza de cualquier plaza.
Viven en un apartamento solitario de seis centímetros de ancho y catorce de largo, sin vistas a ninguna calle, ni calefacción que encender en noches frías ni luz que gastar en días oscuros.
La secta tiene un líder claro, único, amado, idolatrado. Se llama TIK TOK.