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El joven vallisoletano que vivió el infierno de las terapias de conversión sexual: "Me odié a mí mismo"
Jorge vivió más de tres años en un internado en Cantabria donde le sometieron a tratamiento psiquiátrico para "reconducir su ser"
Las terapias de conversión sexual son prácticas que intentan cambiar la orientación sexual o identidad de género de una persona, generalmente con el objetivo de que esta se ajuste a normas heterosexuales o cisgénero. Estas terapias se basan en la idea equivocada de que la orientación sexual o identidad de género es algo que puede o debe "corregirse" o modificarse.
En España, las terapias de conversión sexual son consideradas una violación de los derechos humanos y están específicamente prohibidas a nivel nacional desde 2023. Además, este tipo de prácticas inhumanas están en el punto de mira de las organizaciones defensoras de los derechos LGBTIQ+ y han sido objeto de controversia pública durante décadas.
Varias comunidades autónomas en España han tomado medidas para prohibir las terapias de conversión sexual. Por ejemplo, Cataluña fue una de las primeras regiones en 2019 en implementar una ley que prohíbe explícitamente las terapias de conversión, y en Comunidad Valenciana también se han dado pasos en este sentido. En otras regiones, como es el caso de Castilla y León, aunque no hay leyes específicas, la práctica está muy cuestionada por activistas y profesionales de la salud.
Las personas que han sido sometidas a terapias de conversión pueden enfrentar graves consecuencias para su bienestar psicológico y emocional. El rechazo a la identidad o la orientación sexual de una persona puede tener efectos devastadores, como un aumento en la tasa de suicidio, ansiedad, depresión y trastornos de estrés postraumático.
Por este infierno pasó Jorge, un joven vallisoletano que, aunque prefiere mantenerse en el anonimato, quiere denunciar públicamente el calvario que vivió durante años y del que todavía sigue recuperándose a día de hoy.
PREGUNTA: ¿Quién es Jorge?
RESPUESTA: Soy una persona normal, ahora lo sé. Durante años he pensado que mi forma de ser era errónea y que no tenía derecho a vivir. Desde pequeñito he tenido una sensibilidad especial y en vez de jugar con un balón e interesarme por los coches, prefería dibujar o leer sobre princesas y castillos encantados.
P: ¿Cuándo se dio cuenta de que era homosexual?
R: Lo supe mucho más tarde de que el resto de mi entorno me lo hiciese saber. Yo solo era un niño que vivía su vida y que disfrutaba de sus aficiones sin preocuparme de si lo que yo prefería a la hora de jugar o de elegir una película estaba establecido socialmente como 'de chico' o 'de chica'. Pero el mundo sabía, mucho antes de que en mi adolescencia se despertasen mis primeros deseos sexuales, que yo iba a ser 'maricón', como todo el mundo me llamaba.
P: ¿Sufrió en el colegio?
R: Antes de haber ido a un centro donde me han hecho terapias de conversión sexual, podía pensar que lo había pasado mal en el instituto. Pero después de haber pasado por ese infierno en el que estuve tres años inmerso, nada de lo anterior me parece tan terrible.
P: ¿Cómo acabó ahí?
R: Mis notas empeoraron en el instituto y mis padres, sobre todo mi madre, insistían en que tenía que irme interno a un colegio en el norte. Había repetidos dos veces tercero de la ESO. Las discusiones en casa cada vez eran más fuertes y yo notaba como las personas que se supone que más debían quererme, me tenían asco.
P: ¿Qué le dijeron sus padres para justificar esas terapias?
R: Me decían que estaba viviendo una mentira. Que yo, en realidad, no era gay. Me explicaban que estaba sufriendo una herida de la infancia que debía sanar para ser feliz y que la terapia me ayudaría.
P: ¿Qué recuerda de su llegada al internado en Cantabria?
R: Más que un internado, era un convento. Al llegar, me raparon el pelo, porque yo lo llevaba un poco largo. Me encantaba Justin Biber y todo el mundo quería su look. Me llevé un disgusto enorme cuando me cortaron el pelo la primera vez.
P: ¿Qué más normas tenía que cumplir?
R: Me obligaban a hacer deportes para convertirme en "un macho". Varias veces por semana jugábamos al futbol y boxeábamos. Había muchos chicos como yo, pero no podíamos juntarnos de dos en dos. Si me quedaba solo con otro chaval, nos castigaban. Tampoco me permitían llevar pantalones pitillo porque decían que eso era "ir provocando".
P: ¿En qué consistían las terapias?
R: Me mostraban películas pornográficas heterosexuales continuamente, me obligaban a leer la Biblia y me hacían pruebas médicas para tratar de estudiar a qué componente genético se podía deber mi homosexualidad. Querían que perdiese mi 'pluma' y si no me comportaba 'como un hombre' y tenía algún movimiento femenino me encerraban durante horas.
P: ¿Cuánto tiempo estuvo allí?
R: Creo que fueron más de tres años. Llegué cuando todavía tenía 17 y me quedé hasta después de haber cumplido 20 años. Fue terrible. Siento que estuve una eternidad.
P: ¿Qué se pasaba por su cabeza durante ese tiempo?
R: Consiguen que no te aceptes como eres, que te reprimas y que pienses que no tienes derecho a vivir. Me anularon como persona y destruyeron mi autoestima por completo. No lograba entender el motivo por el que me estaban sometiendo tratamientos psiquiátricos como si estuviese enfermo.
P: ¿Qué recuerda de aquella época?
R: Recuerdo que llovía mucho. Miraba por la ventana de mi habitación y siempre había un cielo gris. También recuerdo una frase que me hacían repetir una y otra vez: "La homosexualidad no existe, es una trampa ideológica. Soy un hombre frágil que todavía no ha madurado".
P: ¿Cómo escapó de esas torturas?
R: Me cansé. Un día, en uno de los paseos, continué andando y llegué hasta una carretera. Vi coches y gente y decidí que no iba a volver. No fue difícil. Al fin y al cabo, yo ya era mayor de edad y nadie podía retenerme.
P: ¿Por qué ha decidido dar el paso de contarlo?
R: Hablan de terapias pero son torturas. Quiero que mi testimonio haga reflexionar a la gente. Nadie se merece vivir lo que yo he pasado. Habrá más chicos jóvenes que se encuentren en situaciones similares y no es justo. No es normal que en España sucedan estas cosas. No estamos en la Edad Media y hay que terminar con todo esto.
P: ¿Qué relación tiene ahora mismo con sus padres?
R: Cuando logré salir del centro, perdí el contacto con ellos. Han intentado recuperar la relación conmigo pero me he negado. Dicen que están arrepentidos pero yo tengo mucho dolor en mi corazón como para aceptar sus disculpas. Ellos siguen en Valladolid y yo ahora vivo en Madrid. He encontrado una pequeña familia que me quiere y respeta como soy. Mi psicóloga es como una madre y mis compañeras de piso con mis hermanas. No necesito volver a saber de mi familia biológica.
P: ¿Qué es lo que más le duele, a día de hoy, de todo lo que ha vivido?
R: Lo peor es pensar que hay chicos de mi edad o más jóvenes que siguen viviendo estas cosas. Yo, por suerte, salí de allí. Soy feliz, aunque sigo tratándome de las secuelas psicológicas que arrastro por aquella experiencia.
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