Se ha comentado mucho sobre el sombrero que llevaba Melania en la celebración que coronaba a su marido como el nuevo rey del mundo civilizado.
Un sombrero de ala ancha, para que no fuera fácil acercarse a darle un beso. Unos guantes negros que no permitían sentir la piel. Una distancia con los invitados, absolutamente medida para marcar territorio, poder, alejamiento, soledad.
Gestos fríos y miradas perdidas que duermen en jaulas de oro, con camas separadas, cocinas tan extensas como frías y piscinas con decenas de chorros de agua que mueren en las orillas sin que nadie provoque espuma.
Con doce años visité con mi padre un criadero de cerdos en un pueblo muy cercano a Guijuelo. El hombre que nos recibió, era el más mayor que yo había visto hasta entonces, llevaba setenta años trabajando allí, primero con su abuelo, luego su padre y ahora sus hijos. El olor en el espacio era intenso, un aroma que yo no había sentido nunca. Cuando mi padre me presentó, me dio un fuerte apretón de manos.
Nos enseñó todas las naves, pude dar de comer a los cerdos más pequeños, con un rastrillo gigante recoger paja y beber una Pepsi-Cola de esas grandes, en una mesa en la que mi padre, el señor mayor y dos de sus hijos disfrutaban de una frasca de vino tinto y unos torreznos recién hechos y un plato de jamón.
El señor mayor se sentó a mi lado y en un momento determinado me dio un beso en la frente y me dijo: "Te tiene que dejar un fin de semana tu padre con nosotros y nos ayudas a la faena". Y justo antes de montar en el coche, me regaló de recuerdo su visera, ya que las habían hecho hacía unos años y no les quedaba ninguna.
En el viaje de regreso todo me olía a él. Un olor fuerte, que se me había pegado en la ropa, en las manos, en la frente. Qué día más bueno fue para mí. Una celebración imborrable.
Una familia cercana, cariñosa, trabajadora. Nos contaron que no había fines de semana, ni verano, ni invierno. Eran rostros felices, de caras arrugadas y marcas de sol cuando morían las mangas de las camisetas.
El beso en la frente de ese señor mayor es un recuerdo muy especial. Y el apretón tan fuerte de manos y cuando me acompañó a la cocina para elegir del frigo la Pepsi más grande.
Pobre Melania, pobre mujer, pobre vida elegida para no ser vivida.
Lo que hubiera dado ella por cambiarme su sombrero grande y negro por mi visera verde oscura donde se podía ver en letras grandes amarillas 'MARRANOS GOYO'.