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La Orquesta Sinfónica de Castilla y León dirigida por el parisino Fabien Gabel comenzó el Programa 3 de la temporada con Pelléas e Mélisande, op.80 de Gabriel Fauré y el público se pudo aislar del mundo durante veinte minutos exactos. Y posiblemente resultó lo mejor del programa y con mucha diferencia. La OSCyL está en forma y se nota, da igual quien la dirija. Tiene un entusiasmo que salta a la vista, flexibilidad, rapidez y mucha, mucha vitalidad.
Escuchar la música de Fauré, sobre todo su último movimiento, La muerte de Mélisande, supone un sacudida emocional y psicológica que requiere del publico concentración y lucidez a partes iguales. Tiene una belleza indescriptible que te transporta a otro planeta, generando un sinfín de emociones que el oyente tiene que poner en el sitio correcto.
Uno pensaba que "estaba dentro" del concierto, pero llegó HK Gruber que su obra Aerial, ejecutada por el trompeta Hakan Hardenberger y aquello que convirtió en un tormento. Me recordó a ese plato de comida que te tenías que comer en el colegio si no querías que te castigaran. Realmente no sabía que pensar y mira que puse todo mi parte, pero imposible, ese sonido, el de la trompeta era insípido, soso, sin sustancia.
Lo que sea que une a las personas con la música, desapareció de repente. No había entendido nada y era el momento de tirar la toalla, esperar el descanso, tomar dos cañas seguidas y prepararte para la segunda parte. Me fijaba en las caras de la gente y solo veía aburrimiento, hartazgo.
"Con los cambios" por utilizar un símil futbolístico aquello empezó a tomar algo de vuelo. Richard Strauss con la Danza de los siete velos (Salomé, op.54) animó un poco el cotarro. La dirección de Fabien Gabel resultaba envolvente, amplia y extremadamente flexible, asunto que le iba de perlas a la OSCyL para plasmar con precisión y presteza todo lo que quería decir el compositor.
Pero otra vez el programa se volvió a "meter un gol en propia puerta" y el encargado de materializarlo fue el compositor Florent Schmitt con la Tragédie de Salomé, op. 50. Será que le tengo poco oído, será lo que sea, el caso es que no encontraba la placidez de la música por ningún lado. Escuchar esta música resultó un auténtico suplicio.
La música que en innumerables ocasiones te habla con el corazón, hay veces que los dioses se ponen en tu contra y no encuentras la manera disfrutar de ella. Cuento los días, las horas, los minutos y los segundos para que llegue el próximo concierto.
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