El número dos del mundo tardó en encontrar su mejor versión, ante un Humbert pleno de confianza y aclamado por la grada del Masters 1.000
Carlos Alcaraz, número 2 del mundo, tropieza en los octavos de final del Masters 1.000 de París contra el francés Ugo Humbert, un tenista poco ortodoxo que acabó imponiéndose por 6-1, 3-6 y 7-5 en 2 horas y 20 minutos.
Descentrado en el inicio del partido, el murciano logró igualar con paciencia y oficio la contienda, pero, cuando parecía que su juego encontraba el mejor nivel, se topó con un correoso rival apoyado por la grada.
Nada que ver con el baño que le dio hace un mes en Valencia en Copa Davis, también bajo techo. En París se topó con un rival con más confianza y un tenis más sólido.
Alcaraz sumó su segunda derrota del año en la capital francesa, donde ha ganado 13 veces, y volvió a demostrar que el torneo bajo techo no le trae suerte. Cayó en octavos como en su primera actuación contra el francés Hugo Gastón, pero en esta ocasión peleó más la victoria.
El número 2 del mundo tardó en encontrar su mejor versión y, cuando lo hizo, se encontró con un Humbert pleno de confianza, asentado en un público que le aclamó y capaz de desplegar un tenis que se adapta como un guante a las condiciones que presenta el torneo.
Todo lo contrario que Alcaraz, que solo por momentos encontró el brillo, pero no fue suficiente para sobreponerse a un inicio de pesadilla que dio alas a su rival.
Como un huracán entró el francés en el partido, un tornado agresivo que convirtió a su zurda en un arma temible. Nada es ortodoxo en el 18 del mundo, que lleva el partido a la locura, con su servicio descentrado, su juego agresivo, su carencia de ritmo que complica la dinámica.
En el primer set fue toda de su lado, porque Alcaraz estaba ausente, desaparecido en la pista central que gritaba a favor de su rival pero no en su contra, suficiente para no despertar los fantasmas de su duelo en ese mismo escenario hace tres años contra Hugo Gastón.
Pero nada funcionaba del lado del español, que multiplicaba los errores y convertía a su rival, al mismo que hace un mes derrotaba también bajo techo en Valencia, en un portento.
En 18 minutos, el marcador escupía ya un marcador sonrojante, 5-0, doce errores no forzados y solo dos golpes ganadores del español, que dejaba escapar el primer set con tan solo 14 puntos en su casillero.
El público se frotaba los ojos, entre entusiasta por la proeza de su compatriota y apenado por la triste prestación de uno de sus ídolos.
Planeaba el peligro de que Alcaraz abandonara el torneo como el año pasado, casi por incomparecencia, incapaz de encontrar la manera de contrarrestar la heterodoxia de Humbert.
El español no se desesperó, siguió correteando por el fondo de la pista al dictado del francés, a la espera de que la maquinaria del galo empezara a oxidarse, de que a fuerza de buscar el riesgo empezara a equivocarse.
El segundo set fue otro cantar. Ya no fue un monólogo y a Humbert empezaron a entrarle dudas, sinónimo de errores. Alcaraz dio un paso al frente, empezó a encontrar sus golpes y tras amenazar su servicio en el cuarto, acabó por arrebatárselo en el sexto, lo que bajó al galo de las nubes.
Ahora ya estaba igualada la contienda y Alcaraz pareció recobrar la serenidad y la sonrisa, que lució amplia en la larga pausa que se tomó el francés para acudir al baño.
El duelo estaba listo para ser una batalla de poder a poder, porque si Alcaraz recuperó su tenis y regaló algunos de los puntos espectaculares que forjan su leyenda, Humbert no se desdibujó y el partido cobró aíres épicos.
De esos que se resuelven en el alambre, en los finos detalles que separan la victoria de la derrota cuando ambos merecen más. Ahí falló Alcaraz, que fue incapaz de rematar algunos puntos bien construidos claves para cobrar ventaja, lo que dio oxígeno al francés que no desaprovechó las ocasiones que tuvo.
Desconcentrado en el juego final, dejó escapar su servicio y puso tierra de por medio en el idilio con París.
Ugo Humbert, el mejor francés del ránking, se medirá por un puesto en semifinales contra el australiano Jordan Thompson, 28 del mundo.
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