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La vida es bella, Begoña

La opinión, como cada viernes, de Diego Jalón del panorama político nacional

La vida es bella, Begoña
Diego Jalón Barroso
Diego Jalón Barroso
Lectura estimada: 5 min.
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En la campaña electoral de esas elecciones que Pedro Sánchez convocó en julio del año pasado, el presidente decidió irse de gira, como hacen los grupos musicales, para ofrecer un recital en cada medio de comunicación, tocando el mismo repertorio. Y cuando en muchos de ellos le preguntaban por qué mentía tanto a los españoles, entonaba una balada cuya letra era más o menos la siguiente: "Mentir es decir algo que sabes que no es cierto con la intención de engañar".

La definición coincide, casi palabra por palabra, con la de San Agustín, aunque es muy posible que Sánchez no lo sepa. Explicaba también que "rectificar está en el ADN de un político porque tenemos que adaptarnos a la realidad". Aquí el problema es que si algo caracteriza su acción política es empeñarse siempre en negar la realidad. Eso ya lo sabe hasta Miriam Nogueras, que el otro día le decía eso de "tiene que ser honesto. No puede decir que Cataluña recibirá lo que se merece y al mismo tiempo decir que el resto de las comunidades seguirán cobrando, porque las dos cosas no pueden ser. Lo sabe usted y lo sabemos nosotros".

Hay un concepto un tanto extraño, que nos explicaban siempre nuestras abuelas y madres, que es el de las mentiras piadosas. En nuestro país, este tipo de mentiras son bien aceptadas, sobre todo si sirven para evitar a alguien una verdad molesta, incómoda o insoportable. De nada sirve, piensan muchos, decirle a alguien que se va a morir. Así que mejor darle ánimos y contarle que todavía hay esperanza. Un excelente ejemplo de lo bien que aceptamos las mentiras piadosas es la película "La vida es bella" de Roberto Benigni. Es la historia de un padre que miente y engaña a su hijo. Pero todos lo aplaudimos, lo comprendemos y lo admiramos como un acto de heroísmo. Por eso no entiendo el revuelo que se ha formado con la comparecencia en rueda de prensa de la ministra de Educación y portavoz del Gobierno Pilar Alegría, que en el fondo estaba, creo yo, haciendo lo mismo con la pobre Begoña que Guido Orefice hacía con su hijo en el campo de concentración.

Hay que entender a Pilar. De nada hubiese servido reconocer que el cacareo del coro de ministros empeñados en el "blanco y en botella, en el "pedaleo en la nada" y en el "no hay caso" de un juez prevaricador donde los haya se lo ha llevado el viento de ese huracán convertido en tormenta que atravesaba esta semana España. Y que tres jueces de la audiencia provincial, de los que no consta que tengan sus DNIs duplicados ni hijas afiliadas al PP, hayan resuelto que sí hay caso, que hay indicios de delito y que la investigación de Peinado debe continuar.

Decir la verdad en este asunto sólo hubiese servido para desmoralizar aún más a Begoña, que ha tenido además que soportar esta semana el amargo trance de ver cómo la Universidad Complutense cancelaba su segundo máster por contar con sólo doce alumnos preinscritos, cuando ella había contado cincuenta, "en contra del interés fundamental de una institución educativa, formar alumnos en diferentes disciplinas".

Hay que proteger a Begoña, porque ese es, desde que Sánchez amenazó con dar un portazo y dejarlos tirados, el principal afán de todo ministro que quiera conservar su cartera. Hasta el propio Sánchez supongo que habrá ordenado retirar de la mesa del desayuno que comparte con su pichona el ejemplar de The Economist que tanto les gustaba leer entre tostada y zumo de guayaba. Hay que ver, hasta la centenaria publicación económica británica, antes progresista, se ha unido a la galaxia del fango, a la que le damos la bienvenida. Y se atreve nada menos que a poner por escrito que "muchos se preguntan cómo obtuvo puestos universitarios para los que no está obviamente cualificada. En una decisión aparentemente desacertada, firmó una carta de apoyo a un amigo que optaba a un contrato gubernamental. Cuando estalló este escándalo, en lugar de disculparse, Sánchez culpó a la extrema derecha".

Así que en vez de adaptarse a la realidad como reclama el puto amo, pues todos a disfrutar de la alegría de mentir y a seguir repitiendo que la investigación de Peinado es prospectiva y que el caso, "que ni es caso ni es nada", está a punto de archivarse. Cuando la realidad es insoportable, mejor ignorarla. Un poco como hace Tudanca que, según dice, se niega a creer que Sánchez quiera que en el Partido Socialista las decisiones se tomen desde arriba, con lo que habían luchado juntos para que se tomasen desde abajo. Claro que Sánchez estaba entonces abajo y ahora está arriba, lo que tal vez explique que ahora rectifique.

Lo que tiene mucha más difícil explicación es lo de pactar, "con Bildu no vamos a pactar si quiere se lo repito veinte veces", con Mertxe Aizpurúa, demócrata donde las haya, eso de eliminar las pelotas de goma. Aunque hay que entender que a la ex directora de Egin, que en vasco quiere decir "hazlo", no le gustase que la policía pueda disparar pelotas de goma cuando los valientes gudaris ya no pueden pegar tiros en la nuca, porque eso resulta muy injusto y desigual.

O que el Gobierno decida de tapadillo reducir el tiempo de prisión a los presos de ETA, para que Txapote salga de la cárcel y pueda votar. No hay reducción de condenas dice Sánchez. "El que ha sido condenado a treinta años cumplirá treinta años". Claro que el que ha sido condenado a treinta años en España, no cumplirá treinta años en España. ¿Van a pasar menos tiempo en la cárcel? Pues parece que sí. En un mundo ideal, a este lado del espejo de Alicia, en el que ya está claro que no vivimos, lo que debería hacer Sánchez es exponer las razones por las que piensa que debe ser así.

Que el PP y Vox, también Vox, han hecho el más espantoso de los ridículos es evidente. Y que Sánchez lo exprima hasta la cáscara para regodearse en la burla es incluso comprensible. Pero sería fantástico que el presidente argumentase, que defendiese el cambio legislativo introducido en una enmienda de tapadillo, en lugar de intentar convencernos de que no hay cambio alguno y de que el texto es el mismo que el aprobado por el Consejo de ministros de Rajoy en 2014. O que no mintiese para tratar de colarnos que una reforma aprobada en 2024 está avalada por un informe del Consejo de Estado de 2013. Si fuera así, ¡qué bella sería la vida, Begoña!