circle
Reels

Qué hacer con nuestras instituciones culturales públicas

Qué hacer con nuestras instituciones culturales públicas
Juan González-Posada
Juan González-Posada
Lectura estimada: 4 min.

Una institución cultural pública es una entidad gestionada y financiada por las administraciones públicas (nacionales, regionales, europeas o locales) con el objetivo de promover, preservar, innovar, investigar y difundir la creación cultural, el conocimiento, el patrimonio cultural, la educación artística y el acceso a la cultura para toda la ciudadanía. Estas instituciones tienen su origen en la Ilustración del siglo XVIII y en el desarrollo del Estado moderno, cuando la cultura comenzó a verse como una herramienta clave para el progreso social, el conocimiento y la educación de los ciudadanos. Fue en el siglo XIX cuando se crearon las bibliotecas, los museos o los teatros públicos, que se expandieron por Europa y América, en paralelo con la consolidación de los Estados nacionales y los avances en la alfabetización y la educación pública.

Hoy en día, las instituciones culturales públicas existen en casi todos los países del mundo, pero cada día vemos con mayor evidencia, y las de Valladolid son un claro ejemplo, cierta confusión o incapacidad en su gestión, lo que lleva a algunos de sus gestores a reducir la actividad o banalizarla. Esto significa que o hacen poco -y nadie les dice nada- o priorizan actividades de entretenimiento o comerciales, que buscan captar la atención inmediata del público, en lugar de ofrecer propuestas culturales de mayor calidad, y así cumplir con su responsabilidad pública. Esta tendencia está llevando a su desaparición funcional, erosionándose la identidad pública y alejando a una parte de los ciudadanos que, gracias a la información global que disponen, buscan en otros lugares experiencias culturales más exigentes o significativas.

Es por lo que un análisis periódico de su funcionamiento, de sus fines, así como de la gestión y programación no sólo es necesario, sino responsablemente imprescindible para los poderes públicos de manera que puedan garantizar la relevancia y sostenibilidad. A través de estudios de casos en ciudades europeas medianas y la reflexión de expertos, estas evaluaciones permiten mejorar su necesidad y su impacto cultural, educativo, social y económico. Y recordar que la gestión, los servicios y la oferta cultural deben cubrir las necesidades de una sociedad cada vez más informada, más plural y cambiante, no ocupando esferas que perfectamente puede cubrir un sector privado con intereses diferentes.

En varias ciudades medias de Europa, por ejemplo, la gestión eficiente de museos, teatros y centros culturales ha sido fundamental para fomentar la vida cultural y la cohesión social. Es el caso de Bolonia. Esta ciudad italiana, siempre seria y profesional culturalmente, y gracias a proyectos como "Incredibol!", ha desarrollado en su red de instituciones culturales públicas, la lógica de no competir con los espacios privados, creando una oferta cultural que equilibra lo popular con lo especializado, atendiendo tanto a públicos locales como internacionales. Los directores y gerentes de sus instituciones culturales están comprometidos con la creación de un diálogo constante con la comunidad, lo que permite su evolución y una programación cultural diversa, relevante y cosmopolita.

Además, actúan frente a la digitalización que ha transformado la forma en que las personas acceden y consumen cultura. Todos sabemos que plataformas de streaming, las redes sociales y otros medios digitales ofrecen una oferta cultural infinita, accesible desde cualquier lugar y en cualquier momento. Esto ha reducido la necesidad de desplazarse a una institución cultural física, especialmente cuando estas instituciones no han adaptado su oferta a las nuevas formas de consumo. La falta de una estrategia digital clara, como la creación de contenido en línea o la participación en redes sociales, ha dejado a muchas instituciones culturales públicas fuera del radar de las nuevas generaciones. Para estas instituciones, la digitalización representa una oportunidad para romper las barreras físicas y permitir que personas de todo el mundo accedan a su patrimonio, asegurando la experiencia presencial que sigue siendo relevante. Y sin perder de vista su esencia cultural histórica.

Pero para todo esto es imprescindible que los gobiernos comprendan que la cultura no es un lujo, sino un bien público esencial. Las administraciones deben asegurar y defender los Derechos Culturales de los ciudadanos, de la misma manera que defienden los de la educación o los de la salud, y dejar de considerar la cultura como un adorno que solo decora su gestión. Ser exigentes y comprometerse en destinar fondos estables a las instituciones culturales que sean verdaderas "máquinas pedagógicas", espacios que generen experiencias de aprendizaje crítico que alimente a los ciudadanos, tal como escribe el sociólogo Tony Bennett.

Las instituciones culturales deben ser responsables de su función y analizarse y reinventarse continuamente para seguir siendo útiles a los ciudadanos. Deben jugar un papel -como decía Antonio Gramsci- en la construcción del "sentido común cultural" de la sociedad. Es importante que las instituciones clásicas se mantengan abiertas a la reinterpretación crítica de sus contenidos para evitar la reproducción de visiones excluyentes, como está ocurriendo en la actualidad.

Estamos perdiendo mucho tiempo. Y nos estamos perdiendo muchas cosas que existen y que otros pueden ver, leer, escuchar y disfrutar. Céntrense, exploren todo lo que se puede hacer, tengan pasión por su labor y dejen también de socavar la creación de los artistas con su método de trabajo pobre y limitado.