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Faltaban unos minutos para que el reloj marcara las ocho en punto. La imagen era icónica: un emocionado Enrique Ponce, brazos en jarra y cabeza gacha, recibía una tremenda ovación. Era su despedida de Valladolid, una plaza de toros en la que siempre se le respetó y en la que tantos triunfos cosechó en más de treinta años de alternativa.
En los tendidos una pancarta avisaba: 'Ponce=Dios' y en el albero, el maestro de Chivas recogía la ovación y el cariño de un público que paladeó con fruición la última obra del valenciano que, casi una hora después, abandonaba el coso en volandas, junto al reencontrado Alejandro Talavante, en un festejo que tuvo un marcado carácter triunfalista, con la emotividad rezumando en el ambiente.
Ponce se despidió a placer con 'Manisero', un toro de mucha calidad de Victoriano del Río. No pasó nada en su primero, pero este fue almíbar en las manos de EP y eso que se le castigó en exceso en el caballo. El valenciano lo cuidó en los inicios de un largo y emotivo trasteo, que tuvo la innegable firma del Ponce de siempre.
Quitó por chicuelinas y brindó a un Valladolid volcado con el torero del adiós. El inicio con la muleta fue, rodilla en tierra, suave como la pastueña embestida del victoriano. Fue a más el astado y, por los dos pitones, le permitió a Ponce desplegar su tauromaquia. Sin apreturas, rectilíneo, ligando y templado. Fueron brotando las series, primero sobre la mano diestra. Un molinete fue el prólogo de una tanda de naturales. Suaves, pelín despegados, con el talle encajado. Ponce en estado puro.
Inspirado, embriagado, saboreando sus últimos instantes en Pucela. No faltó la poncina, abrochada con un cambio de mano y el de pecho que terminó por calentar a un público predispuesto al triunfo. Remató el trasteo, de nuevo, genuflexo. Suave, muy suave, paladeando esa embestida dulzona. "Mira como es", le dice al toro cuando se reboza en la muleta.
Y de repente se hace el silencio más absoluto, cuando se perfila. El público quiere el triunfo. Y Ponce pretende enmarcar su última obra vallisoletana con la suerte suprema recibiendo. La espada cae baja, pero las dos orejas, cariñosas, premian su tarde, su carrera, su despedida.
Y aunque el adiós eclipsó la tarde, también hay que hablar de reencuentros. El de Alejandro Talavante que, en su primero, recordó aquel Alejandro Talavante excelso que llegó a cortar un rabo en el coso de Zorilla en aquella tarde de toreo eterno en homenaje a Víctor Barrio.
AT estuvo inspirado, poderoso, profundo y, en muchos momentos, practicó ese arte de la improvisación en el que el extremeño siempre fue un genio.
Recibió con el capote al acapachado de cuerna que hacía segundo a pies juntos. Gaoneras ajustadas en un vistoso quite. Y con la franela se tira de hinojos. Los derechazos son largos, profundos y templados comp si estuviera enhiesto. Ya con la vertical recuperada, Talavante construye una obra efímera, donde la sorpresa es una chispa más que aporta un extra al conjunto.
El victoriano se reboza en la muleta. Mucha clase por ambos pitones, se desplaza y humilla. Es el compañero perfecto para un baile que toma altura sobre la zurda. Surgen los naturales pulcros, hondos y largos. Le echa los vuelos y 'Batatero' los toma con el hocico. Qué manera de embestir. Ahora AT clava las zapatillas en el albero y sin enmedarse sigue toreando. Se embriaga del néctar que ofrece el chorreado de Victoriano. Bonita, por imprevista; tan imperfecta como bella. Así es la faena construida por el Talavante de antes, que viene a reencontrarse con Valladolid.
Surgen algunas voces tímidas que piden el indulto, pero Talavante se va detrás de la espada: pinchazo, estocada y dos descabellos, que no son ningún obstáculo para que llegue el trofeo. Y si de premios hablamos, escaso fue el aplauso con el que se despidió a un gran toro. Quizá, la vuelta al ruedo hubiera sido una recompensa más justa.
En el quinto Talavante arrancó otra oreja. La faena fue más vulgar, porque quien enfrente tenía transmitió mucho menos. Alejandro aprovechó los embroques, de nuevo, para firmar algunos meritorios naturales. Tras un pinchazo hondo, llegó la mejor espada de la tarde y el público, generoso, aún muy sensible con el adiós a Ponce, sacó los pañuelos. Oreja de mucho menor peso que la anterior, pero que le vale para sumarse a la fiesta de Enrique.
Y si la cosa iba de despedidas y retornos, el que completaba la terna simplemente fue a lo suyo.
Andrés Roca Rey, que sigue llenando plazas, se divirtió con su primero. Lo exprimió hasta la última gota y eso que el de Victoriano del Río nunca acabó de entregarse.
De mejores inicios que finales en las embestidas, impuso mano baja y larga en los primeros compases del trasteo, para ir reduciendo distancias y acabar viviendo en las cercanías que es donde RR parece más feliz. El astado, que se acostaba un poco por ambos pitones, no protesta ahora la colección de circulares, bernardinas, desplantes y muletazos de toda clase que el peruano receta a diestro y siniestro muy cerca, (demasiado)de los pitones. La estocada desprendida, tras un pinchazo, le privó, a buen seguro, de cortar los dos trofeos. En el sexto no pudo culminar su tarde. El sobrero duró muy poco y aunque Roca puso empeño, la cosa no rompió. Inusual ver al peruano abandonar a pie la plaza de toros, mientras sus compañeros eran izados en hombros. Y es que la tarde, visto lo visto, fue despedidas y retornos
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* ENRIQUE PONCE, ovación y dos orejas tras aviso
* ALEJANDRO TALAVANTE, oreja y oreja
* ANDRÉS ROCA REY, oreja tras aviso y silencio
Incidencias: Saludaron tras buenos pares Francisco 'Viruta', Víctor Del Pozo, Fernando Sánchez y Javier Ambel.