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El gran consuelo

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El gran consuelo
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.

La música transfiere por triple accidente de tres inteligencias: la que escribe, la que interpreta y la que escucha. Lo que no estaba previsto en este último concierto de la temporada es la intervención de la Policía Municipal. Pero ya es sabido que en la música de Beethoven cabe todo, hasta las fuerzas del orden.

Sonaba en la Sala Sinfónica del CCMD el Larghetto del Concierto para violín en Re mayor, op. 61 de Ludwig Van. Beethoven ejecutado con maestría por la violinista Alina Ibragimova cuando de repente mi vecina  de butaca empezó a sentirse mal, respiraba con dificultad y estaba poniéndose más blanca que la cera.  De repente la escucha se había interrumpido y la preocupación ocupaba su sitio.

Thierry Fischer dirigía a la OSCyL como es natural de espaldas a público y Alina Ibragimova bastante tenía ya con "tocar" a Beethoven. Evidentemente de la fila 12 en adelante pocos se enteraron de lo que estaba sucediendo en la fila 13.

Decía el gran director Bernard Haitink que para él Beethoven era el gran consuelo. Que escuchar al genio de Bonn siempre era tonificante. Escucharle es como si estuviera observando directamente el interior de mi alma. Y entonces ya no me siento solo.

Pero ni la música de Beethoven fue capaz de curar a mi compañera de butaca. La Policía municipal se presentó rauda y veloz en el CCMD, preguntó dónde estaba la mareada, la acompaño a la salida, llamaron una ambulancia y directamente al hospital.

La parte final del Concierto para violín de Beethoven ya con todo "en orden" resultó más tranquilo, pero sin dejar de pensar en la persona que se había ido de la sala en ambulancia. Ya no se puede estar seguro en ningún sitio.  Descanso. Pero cuando llegó El amor brujo de Manuel de Falla con la cantaora María Toledo a la cabeza, el ánimo de la sala cambió, la memoria hizo un receso y surgió del espacio sonoro la belleza de la música que purifica nuestro espíritu.

Lleva la voz de María Toledo una especie de pócima catártica que mezcla muy bien con Manuel de Falla. La pesadumbre de la primera parte del concierto había desaparecido por completo; la música y la voz de Toledo la habían anestesiado. La mente es un dios salvaje, a veces se la puede domar con medicación, otras se la puede domar con la palabra y otras con la voz de María Toledo y la música se Manuel de Falla.

 

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