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José Luis Galiacho: un músico de raza

Una visita al taller que el lutier mantiene abierto en Castronuño

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José Luis Galiacho: un músico de raza
José Luis Galiacho en su taller de Castronuño.
Julio Mauro Frechilla Valcázar
Julio Mauro Frechilla Valcázar
Lectura estimada: 4 min.
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Quería empezar este primer artículo con buen pie, dejando historia, pareceres y reflexiones de un músico que nos diera un plus a su actividad. Tenemos tantos y tan buenos que no se me antojaba tarea fácil. Abrí mi libreta y comencé a desgranar nombres, polifacéticos unos, relacionados con la investigación o con la formación otros… la lista fue creciendo y la tarea se complicaba.

Mejor tocar un rato y pensar después. Cogí el fliscorno, abrí el atril y me puse a estudiar. El tercer pistón se me trabó tres veces seguidas "maldita sea, voy a tener que llevárselo a Galiacho" y ahí caí en la cuenta: Galiacho, músico polifacético donde les haya, compositor, director y además reparador de instrumentos de viento y constructor de instrumentos de percusión.

Una llamada que siempre responde, un sí a mi propuesta y al día siguiente rumbo a su taller en Castrunuño.
Conocía el taller antiguo, pero no el nuevo, tendría que preguntar. Antes de nada, hice una parada ante el mural de más de 40 metros obra de mi amigo Javier Román "Castronuño con mirada de mujer". Al primer paisano que pasó le pregunté:

- ¿el taller de Galiacho?

-No tiene pérdida. Enfrente de la panadería. Me dijo dándome indicaciones y señalando a una de las mujeres del mural (la del pelo blanco), indicó: "Esa es su madre, Kika, buenísima persona. Y cierto era que justo enfrente a la panadería estaba esperándome José Luis Galiacho Hernández, el músico que, como él mismo dice, salió a la raza".

El taller de Galiacho es un mundo cambiante según en qué parte estés. Allí se mezclan instrumentos impolutos que ya pasaron por sus manos con casi chatarra que tomará vida en unos pocos días y máquinas y útiles que él mismo fabrica para sus reparaciones, repuestos y algunas de sus construcciones de percusión…

Estaba Gali enfrascado en un bombardino, modificándole las bombas para adaptarlo a las circunstancias de la mano de su compañero de viaje, ¡ahí es nada! ¿hay quién de más?

VAMOS AL PRINCIPIO

Bromea diciendo que no nació con unas baquetas en la mano porque el parto hubiera sido muy difícil. Me cuenta con añoranza que su padre fue batería y desde muy pequeño hizo que la percusión corriera por sus venas -de ahí lo de salir a la raza-. Comenzó su formación en la extinta y breve banda municipal de Castronuño, que apenas duró unos años, al quedarse sin profesores. Continuó en el conservatorio de Valladolid, que entonces no tenía la especialidad de percusión, por lo que se matriculó en trombón con la esperanza de poder cambiar de instrumento en el curso siguiente. Como finalmente el conservatorio no incluyó la percusión, decidió continuar su formación en la Escuela de Música de Toro, donde terminó sus estudios.

Pero no es la percusión el único dominio de José Luis Galiacho: tuba, bombardino, trompeta, trombón..., además del manejo de la batuta y la composición, son algunas de sus excelencias. Toda esta sabiduría es fruto del empeño por intentar cubrir las necesidades instrumentales de las formaciones de las que formaba parte. Aprendido uno, los demás vienen rodados, dice entre risas con una naturalidad casi insultante.

Y con toda esa actividad como músico, ¿cómo se da el salto al lutier y reparador de instrumentos? La culpa de todo la tuvo un bombardino que compró en Valencia hace 22 o 23 años. Cuando le llegó a casa, le fallaba el primer cilindro, por lo que lo mandó arreglar. Regresó de nuevo sin funcionar y en compañía de una factura de 500 euros que aún hoy tiene clavados. Eleva y cambia el tono de voz y me dice con rotundidad: por 500 pavos aprendo yo.

A partir de ahí, se busca la vida para aprender en un mundo lleno de dificultades en esos momentos. Después fueron los cursos en Suiza, Valencia, aprendizaje online, etc, pero, como bien refiere, hasta que no reventó cuatro o cinco instrumentos no aprendió del todo. Ojo, no se alarmen los lectores, esas prácticas las hizo con los que eran de su propiedad.

Durante un tiempo, reparó sus propios instrumentos, hasta que en 2017 dio el salto para dedicarse profesionalmente a la reparación y construcción de instrumentos, con tan buen tino que hoy el nombre de José Luis Galiacho resuena como un referente en la materia dentro y fuera de nuestra comunidad.

GALIACHO HOY

Se queja del intrusismo y la falta de ética en la profesión y saca el orgullo cuando dice que ahora, a sus 45 años, por fin puede vivir de la música.

En su nuevo taller cada vez hay menos sitio debido a la cantidad de trabajo que llega, a veces con tanta urgencia que es para ayer, bromea. Y todo esto lo compagina con sus compromisos como músico, a los que acude con su mochila y su herramienta, porque siempre surge algo y hay que cambiar un corcho a una trompeta.

Le pregunto si el taller se ha comido al instrumentista. Me responde con un no rotundo y añade: Yo reparo instrumentos, pero ante todo soy y seré siempre músico.

Y PARA EL MAÑANA, ¿QUÉ?

Al futuro le pide quedarse como está, que continúe la carga de trabajo, que continúen los bolos, los conciertos, las charangas. Que pueda seguir viviendo de la música a la que ha dedicado su esfuerzo, su trabajo y su formación. Que el intrusismo se acabe, tanto en la reparación como como en la música, para que los profesionales de verdad puedan cumplir sus sueños.

Castronuño es un buen lugar para visitar: parajes naturales, arquitectura, bodegas…Y ya saben: frente a la panadería, está el taller de Galiacho, el músico que salió a la raza.

 

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