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El poder de María Dueñas

La crónica de Ágreda, colaborador de TRIBUNA, sobre el concierto de María Dueñas

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El poder de María Dueñas
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.
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La violinista María Dueñas cumple a la perfección esa ley no escrita que afirma que la música es, al fin y al cabo, una expresión del alma, incluso en su caso, visto lo visto esta noche en la Sala Sinfónica Jesús López Cobos del CCMD es una manifestación física. Sus gestos delicados y su presencia afable cautivaron al auditorio hasta extremos nunca vistos por estos lares.

Su Concierto para violín n. º3 en si menor, op.61 de Camille Saint-Saëns la sitúan en la categoría más alta entre los que hemos visto en esta sala sinfónica. La Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCyL) dirigida por "el niño mimado" del público Vasily Petrenko estuvo toda la noche soberbia. Que Pretenko es un extraordinario director eso a estas alturas lo sabemos todos.

Nadie pone en duda que María Dueñas es un prodigio. Su versión de Camille Saint-Saëns fue amplia, envolvente, sensual, extremadamente flexible, de una riqueza tímbrica y dinámica rayando la lujuria. La precisión y la presteza, sumada a una disciplina a la partitura exacta, dibujada en sus manos, en su rostro, justificó el abono para toda la temporada.

Después del descanso se reanudó el concierto con Daphnis et Cloé de Maurice Ravel y tuve la misma sensación de cuando te tiras a la piscina en un día caluroso. Allí debajo del agua, aquí escuchando a Ravel uno se deja arrastrar por la música y vaya usted a saber dónde. La OSCyL en estado de gracia, gracias a Vasily Pretenko, que sabe "donde tocar la tecla de la magia" rompía la tarde por segunda vez y te trasportaba a otra parte.

Tal vez escuchar durante más de 55 minutos a Ravel sea de las últimas practicas continuas que queden en este mundo vertiginoso. Escuchar esta música es someterse a un imperio extinto, el de no consultar el móvil durante una hora y el de no querer saber nada de nadie.

Vasily Pretenko tiene la cualidad de "habitar" la música. Su dirección esta tarde es sincera porque es espontánea, casi derivada del inconsciente. El público que abarrotaba el auditorio nada más verle salir a escena ya le está festejando. Eso le pasaba a Leonard Bernstein. Para eso hay que tener un poderoso instinto, que se nace con él, un olfato inigualable para percibir sonidos y estructuras para conseguir, como lo está consiguiendo esta noche, construir un edificio musical que hace feliz a los oyentes.  

El público a la salida encaró la Avda. del Real Valladolid con las manos ardiendo después de tributar a María Dueñas, a Petrenko y a la OSCyL la mayor ovación que recuerdo en esta sala sinfónica.

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