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Carmen, nada de nadie

Carmen, nada de nadie
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.
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Hay historias que contienen la esencia de un país y  solo el teatro a lo largo de su historia ha dejado huella perenne de esa esencia. La dramaturgia de Carmen, nada de nadie está a cargo de Francisco M. Justo Tallón y Miguel Pérez García, dos tipos que saben contar historias y comunicar ideas y el elenco actoral lleva la firma de Mónica López, Oriol Tarrasón, Ana Fernández y Víctor Massam que saben seducir al público desde el momento que se apagan las luces de la Sala Concha Velasco (LAVA).

La vida de Carmen Díez de Rivera, Jefa del Gabinete de la Presidencia del Gobierno en tiempo de Adolfo Suárez vuela por el escenario sin secretismos y se entiende rápidamente. La utopía y desencanto renace en una España que quiere subirse al carro de la democracia, pero son muchas las dificultades que tiene que salvar. Muchas. El rey, el presidente del gobierno y Carmen Díez de Rivera lo saben y muchos españoles también.

La democracia en España tiene y sigue teniendo un severo problema. El principal, el reclutamiento de buenos gobernantes. El discurso que encarna Diez de Rivera protagonizado por una soberbia y creíble Mónica López es el encargado de servir a los intereses de los españoles desde el momento en que fue nombrada para el puesto.

Durante noventa minutos el paisaje de la juventud pasa por los ojos del público que mira embelesado el curso de los acontecimientos. Recuerda uno el salón familiar envuelto en humo, viendo todas las noticias: legalización del PCE, atentados de Atocha, ruido de sables en los cuarteles y Suárez fumando a destajo, fumando a discreción dejándose la vida para que aquello no estallara en mil pedazos.

Tiene la ventaja Carmen, nada de nadie de huir de cualquier tipo de dogma.  Lo más interesante de la obra es precisamente que se centra en las personas - el rey, el presidente y la Jefa de Gabinete y todos nosotros- Y otra cosa a reseñar: toca todos los palos del poder y de familia. El misterio familiar es un punto fuerte de la obra.

Porque Carmen, nada de nadie reúne a unos actores en estado de gracia que realizan un ejercicio de introspección con el objeto de que podamos entender que papel ocupó en la historia de España Carmen Díez de Rivera. Un viaje que resulta apasionante y que curiosamente te rejuvenece porque te permite entrar de repente en recuerdos olvidados, difusos pero que esta gente es capaz de sacarlos a flote para que los vuelvas a vivir. ¡Éramos todos tan jóvenes!

Con Carmen, nada de nadie el pensamiento se hace imagen y viceversa. Esa es la parte fundamental de su misterio.