Se juntaban, en 1930, los varones burgueses de la sociedad vallisoletana en lo que todavía hoy se conoce como Círculo de Recreo, en la calle Duque de la Victoria. Entre momentos de esparcimiento, relajación y charlas animadas hubo un grupo que encontró una inquietud común: la de procesionar en la Semana Santa de la ciudad esa maravilla de talla del 'Entierro de Cristo' de Juan de Juni (S.XVI) que se encontraba expuesta en el Museo de Escultura. Aquella iniciativa marcó el punto inicio de la Cofradía del Santo Entierro de Valladolid, cuya sede actual es el Monasterio de San Joaquín y Santa Ana.

"La cofradía del Santo Entierro se funda en el Círculo de Recreo de Valladolid en el año 1930, dentro de todo ese retomar el tema de los desfiles procesionales que tuvo el Arzobispo Gandásegui. Empieza procesionando en el año 1931 con el paso del Santo Entierro de Juan de Juni, pero luego, ante el estado de conservación de la propia talla y que vino a continuación también la Guerra Civil, se produce un impasse", relata el vicepresidente de la Cofradía, Antonio Bethencourt.

En 1935, por el estado de la talla de Juan de Juni, desde la cofradía se busca un nuevo paso y se decide sacar un yacente. "En este caso del Monasterio de San Joaquín y Santa Ana, que es una obra tardía de Gregorio Fernández. En muchos momentos se ha atribuido a que era una obra de taller, pero ya tenemos más o menos claro que es realmente del propio Gregorio Fernández" y, de hecho, "se ve que es la evolución final de todas las tallas que ha ido haciendo, los detalles son muy remarcados", indica. A ese respecto, destacan los postizos, propios de la escuela castellana. "Podemos ver que, por ejemplo, las uñas tienen unos postizos que se hacían con asta de animal, para darle esa forma más parecida a la realidad. Las gotas que brotan de la herida del costado de Cristo están hechas con resina para dar esa idea de profundidad. En las heridas de las rodillas, está levantado con un poquito el relieve como si fuese la piel de la rodilla", describe. Una riqueza de detalles que configura una imagen anatómicamente perfecta. "Es una cosa espectacular. Estremece, sobre todo cuando la tenemos aquí en la sala, con una luz un poco más oscura. Te pone los pelos de punta", agrega. Un realismo que es la esencia de una de las imágenes más icónicas de la Semana Santa vallisoletana y que, además, estrenará unas andas este año. "Es una talla preciosa y tenemos la fortuna de poder procesionarla hoy en día", completa.

Rostro del Cristo Yacente, de Gregorio Fernández. Foto: Sergio Borja

Son tres días los que sale la imagen durante la semana de pasión. "La procesionamos el Jueves Santo, en la procesión del Verum Corpus, que vamos hasta la catedral y volvemos. El viernes salimos, naturalmente, en la procesión General del Viernes Santo. Y luego hacemos la procesión del Santo Entierro, que es el retorno del Cristo de la Iglesia del Monasterio -donde está durante la Semana Santa- hasta el museo, que se lo devolvemos a la comunidad, donde está el resto del año", cuenta.

Los barrenderos

Son cerca de 300 miembros los que forman parte de esta cofradía, que suma unas 17 altas para este año y que forman una familia. No en vano, muchos son primos o hermanos. "Es una tradición de hace muchos años", indica Alberto Pascual, vocal de la cofradía.

Evocando el luto propio de la muerte Jesucristo, todos ellos visten un hábito que es una "túnica de terciopelo negro, todo alrededor con galón dorado, cíngulo dorado también y el capirote negro", tal y como describe Pascual, conocido como 'el alma de la cofradía' por sus compañeros. Una vestimenta sobria, pero que, curiosamente, les ha llevado a ganarse el peculiar nombre de 'los barrenderos'.

Detalle de la Mano del Cristo. Foto: Sergio Borja

"Es porque llevamos en la túnica una cola como de un metro, aunque, depende de los modelos, si es de niño o si es más grande, y la llevas arrastrando. Entonces vas cogiendo todo lo que va por la calle. Y por eso la gente nos llama los barrenderos, porque vamos recogiendo papeles, pipas, etc.", explica. El origen de este hábito viene de los propios fundadores: "Era una cofradía de gente pudiente, de abogados, de ingenieros, etc. Entonces, pensaron en un hábito de gala en terciopelo negro, que era lo más caro entonces, e hicieron el traje ese". Una imagen peculiar que se añade a la sensación que tienen los cofrades al procesionar, tal y como apunta Antonio Bethencourt: "Hay que tener en cuenta que somos la única cofradía que no llevamos banda, lo único que sacamos son dos timbales" por lo que "el sonido de la cola, el roce con el asfalto, es muy característico durante toda la procesión". "Es un signo distintivo de la cofradía", afirma.

Como una Santa Compaña

Con un Cristo Yacente, acompañado por 300 cofrades de riguroso negro, y con unos farolillos negros, la imagen general que ofrece la cofradía llama la atención. "Parece que vas en entierro como antiguamente por los pueblos y hace muy bonito", aduce Alberto Pascual. Mientras, Antonio Bethencourt le atribuye un aspecto más místico. "Antiguamente, una de las procesiones características era llegar hasta Girón. Antes, no era como ahora que está toda la Huerta del Rey construida. Pasabas en algunos momentos por zonas que estaban totalmente despobladas, era campo, y tú ibas como la Santa Compaña, como quien dice, llevando al Cristo hasta la iglesia de Girón", narra. Una imagen sobria, propia del respeto al cuerpo de Cristo, que demuestra que la devoción puede hallarse incluso en un círculo de recreo.  

Figura del Cristo Yacente dentro de la urna, en el Museo de San Joaquín y Santa Ana. Foto: Sergio Borja