La pereza es el mar
Una nueva edición de la crónica cultural 'Palabras contra el olvido'
Comienzan a sonar en la Sala Sinfónica Jesús López Cobos del CCMD los primeros compases de Un poema sinfónico de Ina Boyle (1889-1967) y la belleza de la música ejecutada por la OSCyL dirigida por Thierry Fischer estalla por todos los rincones. ¿Se puede hablar de belleza, se pregunta Rafaelle La Capria en su imprescindible libro La nostalgia de la belleza, en un tiempo como el nuestro poco propicio a la contemplación, tan ocupado en masacres y guerras?
La belleza de la música es para quien sabe apreciarla y disfrutarla. Y como no disfrutar de la elegancia y la sabiduría del violonchelo del gran Jean-Guihen Queyras ejecutando el Concierto para violonchelo y orquesta de Henri Dutilleux (1916-2013) La belleza del sonido de repente se rebela en un recuerdo, en un color, en un amor tardío, en el rostro apenas entrevistado de una desconocida. El violonchelista toca un violonchelo de 1696 de Gioffredo Cappa, cedido por Mécénat Musical Société Générale.
Belleza e intelecto van de la mano casi siempre. Y se presenta siempre de manera misteriosa en el sonido que sale del violonchelo. La música es una manera especial de pensar. El misterio de la música de Dutilleux reside fundamentalmente en ese esplendor, por decirlo de alguna forma, en el que cada oyente puede entrever un significado que solo a él es revelado.
La propina que obsequio a la sala Jean-Guihen Queyras la estábamos esperando. ¿Por qué siempre esperemos que suene Bach? Y sonó, y su música llegaba al corazón y nos conmovía sin palabras. No hacían falta. Nos conmovió y punto.
Después del descanso llegó Wagner con la Entrada de los dioses al Valhalla y fue cuando apareció el misterio. El misterio que siempre lleva implícito la música del genio. Basta con escucharla y dejarse llevar por la conmoción que produce.
Y llegó Debussy con La Mer (El mar) y la OSCyL y su director titular Thierry Fischer desparramaron por la sala sinfónica una especie de recompensa sonora, llámalo belleza, e invitaron al público a disfrutar del agua clara, más azul sin cabe que el inmenso cielo, cristalina y trasparente y con una gama de colores tan prodigiosa y con tantos contrastes que daban ganas de quedarse a vivir en ese mar.
Sí, así era la música que ejecutaba la OSCyL dirigida maravillosamente por Thierry Fischer. Era tan grata 'la temperatura' de ese mar que resultaba muy agradable y grato abandonarse en él.