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El alcalde de Zalamea de Corsario

Una nueva entrega de la crónica cultural de TRIBUNA 'Palabras contra el olvido'

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El alcalde de Zalamea de Corsario
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.

Esto que hace Teatro Corsario es teatro del bueno. Buenos actores y actrices, texto brillante y una dirección excelente a cargo de Jesús Peña. Es un auténtico placer tomar asiento en el Teatro Calderón y dejarte llevar por la emoción que subyace de la música gracias a Juan Carlos Martín que crea la atmósfera precisa para que aquello que va a pasar en escena arda. El placer, como expresión emocional del inconsciente es el componente básico del arte, del teatro de Corsario en este caso.

¿Puede un hecho fundar y justificar una ética?  se preguntaba Jacques Derrida al reflexionar sobre la idea del semejante. Es lo que de "hecho" ocurre en El alcalde de Zalamea de Calderón. Son las emociones de lo que sucede en las tablas, antes y sobre todo después de la violación de la hija del alcalde de Zalamea las que están en juego.

Estupendos actores con el enorme Carlos Pinedo que exhala bonhomía y furia a la cabeza y la flamígera Blanca Izquierdo y Alfonso Mendiguchía en el papel de don Lope de Figueroa está esplendido toda la noche. También brillan con luz propia Raúl Escudero y Javier Bermejo. Pablo Rodríguez, Luis Heras y Teresa Lázaro son capaces de emocionar y hacer creíbles sus personajes. Porque el teatro siempre ha sido un espacio propicio para crear vínculos y viajar en el tiempo y nada desparede porque todo está en Calderón. 

Una de las cosas más difíciles del teatro es crear intimidad, modular el tono y hacerla crecer, como un globo iluminado en el cielo de verano que diría Marcos Ordoñez.  La versión y la dirección de Jesús Peña tiene la gran virtud de la descripción. Y todo funciona en escena porque se crea un contexto para que los espectadores sientan lo que allí pasa. Y el espectador entiende sin que le aleccionen. Están dispuestos a escuchar la historia con toda su dureza.

Y claro que siente rabia, impotencia, pero también emoción, mucha emoción.  Hay siempre un disfrute en el teatro cuando las cosas se hacen bien y con criterio. Estoy convencido que El alcalde de Zalamea será un gran éxito.  Admiro la ambición y el empeño de su director y la extenuante entrega de todos sus actores y actrices y todo su equipo: iluminación, sonido y vestuario.  Y otra cosa importante: su sobriedad extrema capaz de emocionar sin trucos.

¿Qué tiene El alcalde de Zalamea para que se dé una vuelta por muchos lugares de España? Magia, pasión, deshonor, emoción, nervio, vileza, celos, peligro,  amistad, lances de espada, comedia, tragedia y un tema candente.  En estos tiempos convulsos Teatro Corsario sigue siendo una lección de esperanza y coraje en equipo. Su teatro por decirlo corto ilumina, calienta y salva.  No hay que perdérselo.  

 

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