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¿Qué ocurriría si reuniéramos en una misma sala a un señor jubilado, la directora de un banco, el cocinero de un restaurante, la jefa de estudios de un colegio, un médico, una joven trabajadora, un voluntario..., y así, hasta un grupo de lo más variado en un pueblo despoblado a charlar y poner en común sus problemas y necesidades?
Esto mismo es lo que se ha preguntado Cruz Roja, y por eso ha empezado a hacer estar reuniones como prueba piloto en zonas como Arure (Santa Cruz de Tenerife), donde sus habitantes ya han realizado tres reuniones en las que el vecindario expone y busca soluciones a sus propios problemas dentro del grupo.
Se trata de una actividad que dinamiza el espíritu de la comunidad, y que quiere empoderar y crear vínculos entre los habitantes para que no sólo sean sujetos receptores, sino que sean protagonistas de sus vidas y las de su municipio.
Mediante un modelo de voluntariado no tradicional, Cruz Roja dinamiza el desarrollo comunitario en entornos rurales (con el foco en municipios y zonas poco pobladas) a través de un voluntariado que, tras el apoyo externo inicial, haga sostenible al grupo local para que este plantee necesidades y las resuelva de forma local y autónoma.
Pero, ¿en qué se vertebra esto? En sesiones en grupo, en la que participan personas del municipio y localidad en cuestión, y donde hablan sobre sus necesidades y maneras de resolverlas. Cada participante aporta sus capacidades y, la suma de todos ellos, da como resultado una comunidad más resiliente y más fuerte, lo cual repercute positivamente en la salud física y mental de las personas que la componen, aumentando, además, su autopercepción de calidad de vida.
Las primeras convocatorias están siendo todo un éxito; tal es así, por ejemplo, que en una de las reuniones hubo un señor mayor, muy culto y que tocaba el tambor, que dijo que le encantaría tener clases de música; justo en esa sesión estaba presente también la directora de la escuela de música que se comprometió a organizar esas clases. Surgió una necesidad y se le dio respuesta. Así de sencillo.
El papel de Cruz Roja pasa por ayudar a que el proyecto camine para, después, dejarlo andar solo. Ese espíritu también se plasma en el voluntariado, que no lidera el proyecto, sino que ayuda a construir relaciones estables con el entorno, dinamizando y fomentando el trabajo en red y la participación equilibrada e igualitaria de todas las personas y agentes sociales que forman parte de él.
De esta forma, cuando el voluntariado asume la interlocución con la correspondiente asamblea de Cruz Roja, esta queda incorporada a la dinámica grupal como un agente social más. Así, la propia comunidad resuelve sus necesidades, propone actividades, y soluciona problemas que les afectan directamente con sus propios recursos y sin necesidad de esperar a las instituciones; el éxito del proyecto residirá en que dentro de 10 años sigan existiendo estos grupos de personas que hagan de motor y dinamizadoras de su localidad, y continúen hacia adelante.
Además, en septiembre, sin ir más lejos, se está preparando la primera jornada de convivencia en Arure, a la que asistirán los participantes del proyecto de La Palma para reforzar, además, que no es una cuestión de un solo pueblo, sino que están todos interrelacionados.
El proyecto piloto, subvencionado por el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 dentro de la partida del IRPF estatal para 'Otros fines de interés social', se está testando en municipios menores de 1000 habitantes con población concentrada (Paniza y Aguarón, en Zaragoza), de entre 2000 y 3000 habitantes con población concretada (Ossa de Montiel y El Bonillo, en Albacete) y población muy dispersa en localidades de menos de 1500 habitantes (Samos y Triacastela, en Lugo). Además, contamos con Arure (dentro de Valle Gran Rey, en La Gomera) y Puntallana (La Palma), ambas con población muy dispersa y con el elemento diferenciador de la insularidad.
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