14/03/2025
Amberes tiene una manta hecha de adoquines
Lectura estimada: 6 min.
La ciudad de Amberes, en el Flandes belga, rezuma historias centenarias por cada esquina. Entre todas, ninguna más conmovedora e inolvidable que la de un niño y un perro, Nello y Patrasche, pobres y anónimos, trágicamente repudiados por la sociedad decimonónica en la que les correspondió vivir, anclada en el prejuicio y que se resistía al progreso que ya amanecía con el advenimiento de la modernidad.
Dos perdedores, pero llenos de tal dignidad innata, que finalmente han mutado su infortunio en triunfo, logrando 150 años después tener su sitio por derecho propio en el lugar al que siempre en vano soñaron acceder. Pena que no lo hubieran podido ver entonces con sus propios ojos. Es la justicia poética, siempre tardía e incompleta, con su eterna estela agridulce como discreto premio de consolación.
Fue una autora inglesa, Marie Louise de la Ramée (1839-1908), conocida por su seudónimo Ouida (el nombre Louisa distorsionado por la pronunciación infantil y convertido después en apelativo cariñoso), quien en enero de 1872 publicó en la revista estadounidense Lippincott su relato Un perro de Flandes: una historia de Navidad. La propia Ouida estaría llamada a compartir mucho del sino de sus dos famosos personajes: fue una escritora prolífica, plena de talento y conocedora de un considerable éxito, que atrapada en un sistema injusto acabó perdiendo sus derechos de autor y murió en condiciones económicamente muy adversas.
En el relato, Nicolás (Nello) queda huérfano con dos años de edad, y es criado por su abuelo materno, Jehan Daas, un hombre anciano que vive muy precariamente en una pequeña aldea a una legua de Amberes, ganándose la vida vendiendo la leche de otros ganaderos en la ciudad y pagando así la renta de su cabaña, aunque a días no logre sacar ni lo necesario para comer. Los honestos valores del abuelo son transmitidos al muchacho, que a pesar de las privaciones materiales crece en un ambiente de cariño familiar.
La salud del anciano se va deteriorando con rapidez, y Nello con apenas seis años debe acompañarle cada día a Amberes para ayudarle en sus tareas cotidianas allí. Una jornada, en el camino encuentran a un perro abandonado agonizando: ha sido maltratado por su amo y está a punto de expirar, de pura inanición y castigos físicos. Lo recogen y le prodigan cuidados hasta que se recupera y se convierte en uno más de la familia. Lo llaman Patrasche.
Pronto el abuelo pierde la movilidad, y el pequeño Nello lo sustituye en el camino diario a Amberes, con la ayuda de Patrasche para tirar del carro. Entre ambos surge una amistad profunda, que raya en la hermandad. Nello se revela precozmente como muy dotado artísticamente: dibuja excelentemente y muestra gran sensibilidad hacia las obras de arte, en especial las de Rubens, el pintor por antonomasia de Amberes. Sueña con ver los dos trípticos del maestro que alberga la catedral de Nuestra Señora de Amberes, la Exaltación de la cruz (1610) y el Descendimiento de la Cruz (1614), pero se exige pagar entrada, por lo que nunca lo consigue.
La mejor amiga de Nello es una niña tres años menor, Alois, hija del terrateniente de la zona, Baas Cogez, que no ve con buenos ojos que su hija sea afecta a un chaval tan mísero. Cuando Nello cumple 15 años y Alois 12, el padre de ella les prohíbe todo contacto para evitar una mayor implicación, lo que entristece hondamente a ambos, que ya sienten la pubertad. Nello muestra una nobleza difícilmente parangonable, y una enorme confianza en sus dotes pictóricas: fía su felicidad futura y su aceptación por el padre de Alois al hecho de ganar un premio de 200 francos en el concurso al que ha presentado un cuadro y que se falla en Amberes el día de Nochebuena.
Pero de los amores felices nunca se ha sabido que tuvieran novela, y éste no es una excepción. Falsamente se acusa a Nello de un incendio que afecta al molino del padre de la joven, lo que desencadena una reacción de veto hacia él en los ganaderos del pueblo, que a pesar de no creer mayoritariamente en las sospechas, por no contrariar al rico de la localidad suspenden todo trato comercial con Nello. Sin poder llevar la leche a vender, el joven queda sin ningún ingreso y sin que nadie ose auxiliarle de otro modo. El abuelo fallece la semana antes de Navidad, por lo que todos los ahorros domésticos se van a costear el entierro, siendo a continuación desahuciados de la cabaña y dejando todas sus pertenencias para pago de la mensualidad de renta no satisfecha.
El día de Nochebuena, el fallo del concurso cae como un mazazo sobre Nello y Patrasche, que se han acercado a Amberes para presenciarlo: otro cuadro de menor mérito es el elegido y ahí terminan todas las esperanzas. Derrotados, de vuelta a la aldea entre la nieve, en la mayor pesadumbre, encuentran un maletín con dinero extraviado por Baas Cogez, y Nello lo reintegra a la casa de éste, que no se halla allí, pero sí su mujer e hija. Aprovecha la gratitud de ambas para dejarlas al ciudado de Patrasche y que le den sustento y techo para al menos salvar así a su amigo, y él inicia su camino a Amberes, a la catedral.
Tras llegar Cogez al hogar y enterarse de la restitución de su dinero, siente arrepentimiento por su trato injusto y cicatero hacia Nello. Patrasche, añorando al joven, no acepta comida ni bebida alguna, y se vale de la primera ocasión para escaparse y seguir el rastro de su amo. Encuentra a Nello dentro de la catedral de Amberes. Al ser Nochebuena y quedar las puertas del templo abiertas, logran acceder a los dos trípticos de Rubens que Nello ha deseado ver toda su corta vida. Una victoria pírrica, el canto de un cisne. Allí pasan esa última noche, Nello y Patrasche, Patrasche y Nello, abrazados, intentando inútilmente afrontar con lo único que les resta, sus cuerpos y su camaradería, un frío gélido que se une a su prolongada debilidad por el hambre recurrente de una miseria ya demasiado dilatada.
Allí los encuentran muertos a la mañana siguiente, bajo la obra de Rubens. Como único desagravio restante tras tamañas mezquindades soportadas, se les concede la gracia especial de ser sepultados juntos, humano y animal.
Y allí continúan hoy. Desde 2016, en la plaza junto a la catedral de Amberes, puede encontrarse una estatua de mármol del artista Batist (?Tist?) Vermeulen, que representa a Nello y Patrasche dormidos plácidamente en un abrazo, cubiertos por una manta tejida con adoquines. Les arrulla y tapa la ciudad entera de Amberes, que en su día no supo volver los ojos hacia ellos, y hoy no sabe cómo dejarlos de mirar.
El cuento Un perro de Flandes ha alcanzado la categoría de clásico infantil, logrando numerosas ediciones en diversos idiomas, y ha sido llevado también a la pantalla. Fue convertido en serie de animación en la década de los 70 del pasado siglo, cosechando un enorme e imperecedero éxito en buena parte del mundo, señaladamente en países como Japón, Corea o Filipinas, con millones de seguidores que viajaban a Amberes atraídos por la historia y se sorprendían al descubrir que allí su popularidad era claramente menor.
En la década de los 80, en Hoboken, un suburbio a unos siete kilómetros (una legua) de la catedral de Amberes, lugar donde se deduce puede estar situada la historia de los dos amigos, se ubicó una pequeña estatua de bronce del niño y su perro, obra de Yvonne Bastiaans. La empresa Toyota donó una placa para colocarse frente a la catedral, posteriormente reemplazada por la escultura de mármol que a cualquier lector de la obra le costará observar sin emocionarse.
Y si justo después desea entrar en la catedral aledaña a contemplar los trípticos de Rubens, quizá reflexionando la buena fortuna que supone que el mundo haya cambiado para mejor en estos 150 años, descubrirá que hoy la catedral de Amberes sigue siendo de pago para todos.
Fotografías: Gabriela Torregrosa
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