'Spain is diferent'
El artículo de Diego Jalón de este viernes para Tribuna
En los años 60 del siglo pasado, cuando todavía para la mayoría de los demás europeos España era un lugar remoto y aislado y África empezaba en los Pirineos, el Ministerio de Información y Turismo acuñó un eslogan para una gran campaña publicitaria que rezaba "Spain is diferent", que algunos atribuyen a Manuel Fraga y otros a su antecesor, Luis Bolín.
La campaña, cuyo jingle permanece en nuestra memoria colectiva más de sesenta años después, contribuyó en gran medida a nuestro desarrollo económico, con el auge del turismo, que actualmente sigue siendo una de nuestras principales fuentes de ingresos y de creación de empleo. Se trataba de cambiar la mala imagen del país, de convertirlo en destino turístico y de devolver al lugar que les correspondía a nuestra cultura y a nuestra gastronomía, hoy mundialmente aclamadas.
Juan Valera escribía a principios del siglo pasado que "nuestra cocina ha sido siempre para los franceses un manantial inagotable de chistes y de lamentaciones. ¿Qué gracias no se han dicho acerca del puchero y del gazpacho? ¿Y sobre el aceite? Algunos suponen que desde Irún hasta Cádiz el aire que se respira está impregnado de un insufrible hedor de aceite rancio". Con la campaña, se trataba de acabar con esos tópicos y de explicar que España no era peor que los demás, sólo diferente. De cambiar adjetivos como rancio, malo o subdesarrollado por los de exótico o peculiar. Y fue todo un éxito.
Seguramente porque acertaba con la tecla y retrataba a la perfección una realidad de aquellos años sesenta en los que, sin duda, España era diferente del resto de Europa. Pero más de sesenta años después, lamentablemente, lo sigue siendo. En cualquier otro país de nuestro entorno el resultado de las elecciones del pasado domingo, que a los españoles se nos antoja complejo, endiablado o incluso "de bloqueo", ofrecería una solución evidente términos de estabilidad y gobernabilidad del país.
A falta del recuento del voto del voto extranjero, que podría hacer bailar algún escaño, el PP obtuvo más de ocho millones de votos y 136 diputados. Y el PSOE 7.600.000 votos y 122 escaños. Entre ambos suman casi 16.000.000 de votos, que es nada menos que el 65% de todos los depositados en las urnas, un porcentaje aún mayor si lo trasladamos a escaños en el Congreso, 258 de 350, es decir el 73%.
Y esto, en cualquier país europeo, tal vez con la excepción de Francia, en el que hay una segunda vuelta que aquí no contempla la Constitución, conduciría a la inevitable obligación para ambos partidos de intentar ponerse de acuerdo, ya fuera para una gran coalición o para un pacto de legislatura entre ellos, para esquivar cualquier riesgo de inestabilidad y para asegurar la defensa del interés general de los españoles, aglutinando la mayoría de las voluntades.
Si algo han votado los españoles el domingo es que quieren más centralidad y menos extremismos, más gestión y menos ideologías perniciosas. Por eso pierden fuelle los extremos, Vox y Sumar, que entre los dos se dejan 24 diputados, y los partidos nacionalistas e independentistas, que pierden 8.
Pero lamentablemente, no es que esto sea imposible en nuestro país, sino que apenas lo reclaman algunas tímidas voces, entre el ruido de todos, que sin excepción, como cuando se publican las olas del EGM, se proclaman vencedores y exigen su derecho a imponer la voluntad de su "bloque" sobre el otro, intentando investiduras condenadas al fracaso o gritan "no pasarán", para ensayar coaliciones incompatibles con la gobernabilidad del país. Tratar de iniciar ese diálogo entre los mayoritarios ni siquiera está en la agenda.
La posibilidad de avanzar hacia, no digo ya una gran coalición, sino simplemente un acuerdo para excluir a los elementos tóxicos y garantizar una legislatura estable y de verdadero progreso en lo social y en lo económico, no solo resulta imposible, sino que incluso proponerlo parece ridículo, tal es la distorsión de la realidad en la que está sumida nuestra política.
Hemos normalizado la extravagancia de que somos un país en el que lo inconcebible es que se pueda construir una alianza capaz de afrontar con solvencia los graves problemas a los que vamos a enfrentarnos y en el que lo que parece más sensato es tratar de buscar una suma que permita llegar al gobierno juntando retahílas de siglas con partidos y partidillos que, de un lado y de otro, lo que precisamente pretenden es obstaculizar la gobernabilidad y el progreso.
¿De verdad lo razonable es someter la formación de gobierno y cuatro años de legislatura a la voluntad de partidos como Vox, UPN, Coalición Canaria y tal vez el PNV por un lado o, lo que incluso parece todavía peor pero mucho más probable, a la de Otegui, Junqueras y Puigdemont, más la suma de los al menos 15 partidos que confluyen en Sumar, con el añadido del Bloque Nacionalista Gallego, formado a su vez por Unión do Povo Galego, Movemento Galego ao Socialismo, Fronte Obreira Galega, Abrente-Esquerda Democrática Galega y otros afiliados independientes?
Ya sé que es una reivindicación que en las actuales circunstancias sólo conduce a la melancolía, pero deberíamos saber que podría haber otro país posible, mucho más ilusionante y prometedor. Sin bloques enfrentados y respaldado por 16 millones de votos. Construido sobre un pacto transversal, de grandes consensos y reformas, para dejarnos de tonterías accesorias y centrarnos en lo que de verdad importa, la recuperación económica que mejore la vida de todos y destierre la exclusión social y la pobreza.
Un país capaz de lograr consensos que libren de los vaivenes políticos e ideológicos asuntos como la educación, la eficiencia de las administraciones públicas, las infraestructuras necesarias para el crecimiento, el reparto del agua, la gestión de los fondos europeos o los retos demográficos y medioambientales. Un país capaz de administrar con inteligencia los resultados en Cataluña, donde es evidente que el independentismo no es mayoritario. Un país que pueda consolidar la autonomía y la independencia de los poderes del Estado, de los organismos reguladores y de las empresas públicas. Un país al que la inmensa mayoría de los españoles aspiran y que será imposible con los populismos e independentismos en el Gobierno. No sé si fue Fraga o Bolín, pero tenía razón, "Spain is diferent".