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El Arcángel que coronó un monte y vio una galleta

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El Arcángel que coronó un monte y vio una galleta
Fotografías: Gabriela Torregrosa
Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria
Lectura estimada: 4 min.
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Este año, Francia celebra el milenio de uno de sus monumentos más emblemáticos y el segundo más visitado: la abadía del Mont Saint-Michel. 

Hasta tres veces se le habría aparecido en sueños el arcángel San Miguel a Aubert, obispo de la localidad francesa de Avranches en el año 708, según él mismo contaría después.

San Miguel le ordenaba erigir un santuario sobre el Mont-Tombe, que más tarde se renombraría como Mont Saint-Michel, en justo reconocimiento al impulsor de la obra. Como Aubert no reaccionaba a la primera, ni siquiera a la segunda, por aquello de no desautorizar al proverbio que afirma que la tercera es la vencida, en la última ocasión el arcángel conminó al obispo posando un dedo sobre su cabeza durmiente, lo que determinó a Aubert a cumplir su mandato, gesta que lo elevó a los altares, a los libros de historia de Francia y a las guías de turismo.

En línea con esta legendaria historia, en la reliquia del cráneo de Saint Aubert, que aún se venera en la iglesia de Saint Gervais en Avranches, se observa un orificio que se dice fue hecho por el dedo de San Miguel cuando trataba de convencerle de que ejecutara su encomienda. Poderosa forma de persuasión.

En honor a la verdad, el arcángel no era el primero en fijarse en la singularidad y el halo de trascendencia de ese islote inexpugnable, de fuertes mareas y escarpada orografía frente a la costa de Normandía, que hoy día se conoce coloquialmente como 'La Maravilla'. Ya druidas y galos lo habían considerado un monte sagrado y erigieron monolitos pétreos en honor al dios Belenus, el sol. 

Aubert materializó su compromiso dotando al lugar de oratorios, poco a poco ampliados con ermitas y capillas, hasta albergar siglos después un pequeño monasterio benedictino en el punto álgido de la roca y posteriormente una abadía románica, que vio la hazaña arquitectónica del nacimiento en derredor de un pequeño burgo, aprovechando hábilmente el escaso espacio que dejaba la piedra al ser excavada. Mont Saint-Michel se convirtió en un importante centro de peregrinación medieval, al que los caminantes accedían por la escalera de piedra de más de 500 peldaños que en muestra de fervor subían de rodillas, y en un foco de difusión cultural muy activo donde se copiaban y conservaban numerosos manuscritos.

Tras la Revolución Francesa, las propiedades de la Iglesia fueron declaradas "bienes nacionales", y la abadía se transformó en cárcel, hasta 1863. En 1874, el recinto fue declarado Monumento Histórico de Francia.

Tuvieron que pasar muchos siglos para que San Miguel llegase a coronar la abadía del famoso monte. En 1897, en su pináculo se instaló una estatua del arcángel firmada por Emmanuel Frémiet, que mide más de 4,5 metros, pesa 520 kilogramos y está situada a 156 metros sobre el nivel del mar. Su estructura de hierro está recubierta de láminas de cobre y una capa de oro. Para facilitar su instalación, se prefirió el cobre, más ligero que el bronce. Sería fabricada en la misma herrería donde se creó la estatua de la libertad de Nueva York. Representa a San Miguel amenazando con su espada a un dragón que encarna el mal y a efectos prácticos sirve de base a la escultura y de pararrayos al islote.

Azotada por los vientos cargados de arena, las tormentas y el propio aire marino, a la intemperie en el frío clima normando, la estatua necesitó sendas restauraciones en 1935 y 1987, y el deterioro obligó a realizar otra mucho más osada en 2016, retirándola en helicóptero para trabajar sobre ella durante dos meses. Un modelo de yeso de 2,20 metros, donado por la viuda de Frémiet en 1910, está depositado en el Museo de la abadía del Mont Saint-Michel desde 1986.

El conjunto del Mont Saint-Michel compuesto por la abadía, el pueblo y la bahía, es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1979, uno de los primeros que se declararon en Francia, y frente a los más de tres millones de turistas que recibe cada año, solo cuenta con un centenar de residentes.

Entre el enjambre de tiendas de souvenirs y productos típicos y establecimientos hosteleros que jalonan cada centímetro de sus angostas calles de piedra, destaca el llamado Mère Poulard, fundado en 1888 y célebre por su tortilla, sus galletas de infinidad de variedades y su hotel en el Mont Saint-Michel. Ha llegado a adquirir tal relevancia, que el llamado "papa de la cocina francesa", Paul Bocuse, afirmó: "Mère Poulard es Francia".

Fue fundado por Annette, la cocinera que llevó consigo hasta allí Édouard Corroyer, el arquitecto que en 1872 comenzó la restauración de la abadía del Mont Saint-Michel. Una vez en el pueblo, se casó con el hijo del panadero, Victor Poulard, y echó raíces allí. Hoy descansan en el pequeño cementerio al pie de la abadía, con un expresivo epitafio: "Aquí yacen Annette y Victor Poulard, buenos esposos, buenos hoteleros. Que el Señor los reciba como ellos recibieron a sus invitados". 

La tortilla, hueca en su parte superior por los huevos batidos al punto de nieve, solo se puede degustar allí; pero las galletas han conseguido posicionarse en todos los supermercados de Francia, siempre con la fecha de 1888 inscrita en ellas, para que al comerlas podamos engañarnos creyendo que devoramos el tiempo... cuando en realidad es él quien lo hace con nosotros. Con el Mont Saint-Michel, mil años después, aún no lo ha logrado.

 

 

Fotografías: Gabriela Torregrosa

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