16/03/2025
El Rey Francisco I bautizado entre barriles de coñac
Fotografías: Gabriela Torregrosa
Lectura estimada: 4 min.
Cuando Francisco I de Francia nació en 1494 en el castillo familiar de los Valois en la ciudad de Cognac, su posición en la línea sucesoria a la corona francesa era tan lejana e incierta que nadie habría augurado su destino real. Su padre, primo del rey Luis XII, falleció cuando Francisco tenía poco más de un año, y él y su hermana mayor Margarita quedaron al cuidado de su madre, Luisa de Saboya, una mujer sagaz y ambiciosa.
Viuda con solo 19 años, la madre logró hacer valer el parentesco de su difunto marido con el monarca para trasladarse con sus hijos a la Corte, y allí Francisco se convirtió en el favorito del rey. En vista de que el matrimonio de éste con la reina Ana de Bretaña no le dio hijos varones, al fallecimiento de ella en 1514 Luis XII concedió a Francisco la mano de su hija mayor Claudia y la condición de heredero de la corona. El rey apenas sobreviviría unos meses a su esposa, así que Francisco I se coronó en 1515.
Se convirtió en el rey francés más emblemático del Renacimiento. Mecenas de Leonardo da Vinci y rival por excelencia del emperador español Carlos V, Francisco vivió al máximo todo tipo de experiencias vitales: viajó extensamente, se embarcó en innumerables conflictos bélicos, fue hecho prisionero, disfrutó del amor, el arte y la cultura, y hasta ha pasado a la posteridad la famosa anécdota de cuando fue capaz de matar él solo a un gran jabalí que entró enloquecido en el comedor del palacio sembrando el pánico entre los cortesanos que estaban a la mesa.
En su castillo natal de Valois, la residencia señorial de Cognac que domina el río Charente, un Francisco recién nacido había sido bautizado en la capilla. La fortaleza llevaba en pie desde el año 950, construida por Hélie de Villebois, el primer señor de Cognac, habiendo pasado después por sucesivas reformas en los períodos históricos en los que la fortuna sonrió a su linaje, y el alumbramiento de Francisco tuvo lugar en el momento de mayor esplendor de la dinastía.
Existe memoria de una capilla en el castillo desde el siglo XIII, quizás con la advocación de Notre-Dame, y fueron los padres de Francisco, Carlos de Valois y su esposa, Luisa de Saboya, quienes hicieron construir la capilla de Saint-Caprais. Francisco I renovaría su capilla bautismal para dotar de la solemnidad debida a la que fuera la puerta de entrada a la Iglesia de todo un rey. El castillo de Cognac también fue decorado profusamente con el escudo de la familia Valois y con el emblema de Francisco I: la salamandra coronada, rodeada de fuego y echando agua por su boca.
De 1756 a 1757, el castillo sirvió como prisión durante la llamada Guerra de los Siete Años para prisioneros extranjeros que dejaron allí grafitis hechos durante su cautiverio.
Pero al llegar la Revolución Francesa, el castillo fue declarado bien nacional, siendo puesto en venta para su derribo. Afortunadamente, en 1795 fue adquirido por dos comerciantes de coñac, los ciudadanos Otard y Dupuy, que lo salvaron de la destrucción total al convertirlo en bodega. El barón Otard comprendió que el grosor de los muros de más de metro y medio y la cercanía del río ofrecían condiciones excepcionales para el envejecimiento de su brandy en barricas de roble francés, permitiendo el fácil acceso al puerto fluvial beneficiarse además de unas líneas de transporte naturales con otros mercados. Más de dos siglos después, la pervivencia de esta marca de la bebida homónima de la ciudad, una de las más célebres del mundo, es un contundente argumento que indica que estuvo en lo cierto.
Hoy, la bodega de Cognac Baron Otard puede ser visitada por el público en general, incluyendo no solo la vista y explicación del interior del castillo, sino también el conocimiento del proceso de elaboración y la degustación del coñac de la casa.
En 1852 fue demolida la capilla, de la que sólo quedan ciertos vestigios como columnillas y capiteles. Si Francisco I volviese hoy a su mansión natal, sin duda se sentiría satisfecho al reconocer sus salamandras y sus flores de lis que aún ornamentan diversas estancias del castillo. Pero si decidiese aventurarse hasta donde antaño estaba la capilla en la que fue cristianado, tendría que abrirse paso entre cajas y barriles de coñac, posiblemente esquivando a trabajadores afanados en plenas labores de traslado e inventario. Si agudizase la vista, localizaría apenas algunos restos dispersos de piedra de lo que un día fue un lugar para rezar, que actualmente semeja más un almacén. Alarmado ante tal irreverencia o asqueado por las mudanzas del mundo, siempre podría encontrar consuelo en la degustación.
En todo caso, si a la salida de la visita guiada continuase hasta la cercana plaza principal de Cognac, llamada precisamente Plaza de Francisco I, podría sonreír al verse a sí mismo presidiéndola desde una estatua ecuestre de bronce, obra de Antoine Étex inaugurada en 1864. Las glorias pretéritas no están del todo olvidadas.
Y si eso no fuera suficiente para subirle el ánimo, siempre podría recurrir a Casandra la salamandra, la mascota infantil que guía a los niños que visitan espacios patrimoniales del país relacionados con el monarca. Un emblema que cobra vida. Ella sí que sería infalible.
Fotografías: Gabriela Torregrosa
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