logo

La noche de María Joao Pires

Una nueva entrega de la crónica cultura de Ágreda 'Palabras contra el olvido'

imagen
La noche de María Joao Pires
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.
Última actualización: 

María Joao Pires es pianista de equilibrado y sólido criterio, siempre discreta, inteligente y sensible en su forma de hacer y de tocar el piano. Esta noche verla en la Sala Sinfónica Jesús López Cobos del CCMD ejecutando el Concierto para piano y orquesta nº 3 de Ludwig Van Beethoven es un consuelo para el público que abarrota la sala. Su manejo del pedal con esa mesura suya tan característica, utilizando las posibilidades dinámicas del piano (sin pasarse) con una habilidad asombrosa.

El Beethoven que estamos escuchando es expresivo a carta cabal. Y claro. Con un colorido sonoro arrebatado y sereno a partes iguales. Y delicado y nostálgico. Y vibrante y jubiloso. Y te hace soñar.  No he pretendido nunca ser otra cosa que un soñador, escribía su paisano Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego. La Pires toca muy despacio, no rápido como lo hacen los pianistas modernos. Por eso impresiona tanto.

María Joao Pires deja que la pieza musical diga lo que tenga que decir. La música sale de sus manos y ya te va diciendo lo que lleva dentro. Toca como lo siente, lo más intensamente posible. Porque el contenido emocional viene dictado por la propia música de manera que sobra cualquier aspaviento.  Como oyente prefiero que la música suene espontánea y no rebuscada.

Luego llegó la Sinfonía nº 41 'Júpiter' de Mozart y pudimos disfrutar del perfume de la música mozartiana gracias a un director excepcional Trevor Pinnock y a una Orquesta Mozarteum Salzburgo que sorprendió por su profesionalidad y su cuidado sonido.  Consiguieron una cosa que solo consiguen las grandes orquestas: que el concierto fuera compartido entre todos los músicos y todo el público.

Trevor Pinnock demostró que es un gran director por su trabajo de carpintería sinfónica, notable toda la noche. Supo atrapar la vida que lleva la sinfonía mozartiana en toda su plenitud, del dolor más profundo a la alegría más radiante. Porque la Sinfonía 41 de Mozart es más que bella, es sublime, lo ve todo, lo sabe todo.

Cada concierto crea su oyente. Puede que este principio básico se traduzca en que cada obra da aliento íntimo y aspira a dibujar un espacio ideal donde todo sea ideal. Y no es  que estemos escuchando a Mozart, es que se tiene la sensación de "habitarlo" y eso solo ocurre de ciento en viento.

La flexibilidad, rapidez y vitalidad de la Orquesta Mozarteum Salzburgo contagió de entusiasmo al público que aplaudió con ganas y se fue a casa más contento que unas castañuelas.

Para Juan González-Posada con todo mi afecto.

0 Comentarios

* Los comentarios sin iniciar sesión estarán a la espera de aprobación
Mobile App
X

Descarga la app de Grupo Tribuna

y estarás más cerca de toda nuestra actualidad.

Mobile App