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El rastro de una obra

Ágreda ofrece una nueva crónica cultural en su columna 'Palabras contra el olvido'

El rastro de una obra
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.

Para mí el cine siempre fue una  vida de repuesto (José Luis Garci) Cuenta, que una vez estaba viendo  en el cine Revuelta en Tahití con unos chavales delante de él. Al final salía un barco cañoneando la costa, y uno de los chavales le dijo al otro: "Cúbreme que me voy  a mear" Eso es el cine.

Entro en Sala Revilla para ver la exposición "Más allá de las novelas. Delibes: el cine y el teatro" y para saber si esta exposición tiene "alma" me envuelvo en la atmósfera emocional de los carteles de la películas, las fotografías y las cartas. Es difícil abstraerse porque la voz de José Sacristán te persigue durante todo el tiempo que estás en la sala. Primera pega.

Una regla no escrita ?escribe Antonio Jiménez Barca- advierte de que todo escritor, por muy célebre que sea, sufre una eclipse pasado un tiempo desde su muerte. Su figura se difumina, sus libros dejan de pronto de interesar  y de leerse y su influencia en las siguientes generaciones  merma, o, simplemente se anula.  ¿Es este el caso de Miguel Delibes?

La realidad  humana -escribe Juan Manuel de Prada- es más compleja  de lo que quisieran los partidarios de los relatos monocromos. En todos los sitios "cuecen habas" ¿Menos aquí?  Los escritores mueren dos veces, -escribe Leonard Michaels- primero sus cuerpos y luego su obra. Después de tantos premios, tantos homenajes, tantas entrevistas y tanto reconocimiento de la crítica y el público ¿dónde queda el resplandor de un escritor?

El cine que nos recuerda esta exposición no se ve en Netflix. Por eso, el rato que paso en esta sala me hace cambiar de siglo? de todo esto hace ya tanto tiempo? pero intento que no se desvanezca la belleza de las páginas de Delibes que devoré en la ciudad de Sevilla hace mucho tiempo. ¡Qué bien saben las historias de Delibes cuando las lees a miles de kilómetros de Valladolid!

Salgo a la calle y por fin no oigo a José Sacristán, ¡qué alivio, por Dios! Termina octubre y en la calle alumbra un sol de otoño. Valladolid está de fiesta. La Seminci llena hoteles, barras de bar y cines. Todo a esta hora de la tarde es intenso cuando por instante descubro la hermosura de la vida. Don Quijote, cumplidos los 50, dejó de ir al cine, de leer y ver exposiciones y se dedicó a vivir. ¡Qué gran enseñanza!