No puedo evitarlo. Me produce una enorme pena asistir a la enfermedad terminal que padece Radio Televisión Española. Manipulada sin rubor alguno por los dirigentes de los partidos políticos, hundida en audiencias y utilizada como campo de batalla por sindicatos y muchos de sus trabajadores en beneficio propio.

El hasta hace unas horas presidente de la Corporación pública, José Manuel Pérez Tornero, ha dimitido tras perder el apoyo del Gobierno que lo nombró. En su lugar ha sido elegida interinamente una veterana de la casa, Elena Sánchez Caballero, votada en el Consejo de Administración por PSOE, Podemos y PNV.

Coincidí con Elena Sánchez en la facultad de Periodismo (yo empezaba cuando ella terminaba). La recuerdo presentando los informativos de TVE, primero deportes y después noticias. Ascendió deprisa en tiempos de los gobiernos de Felipe González. Cuando llegó José Mª Aznar en 1996 fue enviada a galeras, es decir al Canal 24 Horas. En tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero volvió al candelero de los telediarios. Con Pedro Sánchez fue nombrada consejera de RTVE por el PSOE. Esta resumida trayectoria profesional refleja cómo funciona la casa y en qué lado de la ecuación política se encuentra la nueva presidenta. Por cierto, algo muy habitual entre los profesionales de la radio y la televisión pública de este país (lo de estar identificados ideológicamente).

Pérez Tabernero, ajeno al ente público, llegó a RTVE con el consenso PSOE-PP y el visto bueno de Podemos... Ver para creer... Pero resultó ser un verso libre, independiente a su manera, peleón con los comisarios políticos que le impusieron sus padrinos, amigo de uno de los grandes sindicatos y, por tanto, enemigo del otro. Todo un personaje, que llegó a ocupar el puesto porque los políticos valoraron su condición de periodista, profesor universitario y empresario audiovisual en Cataluña. Ahora, con los nervios generados en el poder debido a las encuestas electorales, le han dado una patada en el culo por ir a su bola y no dedicar toda su energía en santificar a su creador.

Dentro de poco más de un año habrá elecciones generales, si no son convocadas antes. Los sondeos de opinión pronostican un probable cambio de cromos, vaticinio que de cumplirse producirá un nuevo nombramiento en la dirección de Radio Televisión Española, empresa pública que me recuerda a estas alturas de la película a la típica vivienda de lujo okupada por los más jetas del lugar, a un organismo público tan instrumentalizado, tan cambiado, que ya no lo conoce ni la madre que lo pario y con ironía -salvando las distancias- a uno de esos desaparecidos puticlubs de carretera con la mitad de las luces de neón fundidas...

Trabajé diez años en la radio y en la televisión pública. Eran otros tiempos, no necesariamente mejores, pero al menos las audiencias eran todo lo contrario, adecuadas para un ente que cuesta un montón de dinero que sale del bolsillo de los ciudadanos. No como en la actualidad, con resultados paupérrimos en general, particularmente en La 1 y en RNE. La credibilidad de la casa está por los suelos.

Me temo que, salvo los deportes, las honrosas excepciones que aporta La 2 y la parte del colectivo de empleados que demuestran a diario que son profesionales ajenos al ajetreo político del momento y que se ganan dignamente el salario, sería mejor cerrar el chiringuito -nunca mejor dicho- porque el servicio audiovisual está asegurado sobradamente en este país por las privadas y porque la manipulación a veces indecente en la pública, también.

Como dijo el ex presidente del Gobierno, Pablo Iglesias, "los periodistas son activistas". Pues para este viaje mejor otras alforjas, que no paguemos la fiesta los de siempre.

La agonía está siendo larga, evitar la defunción pende de un milagro. ¿Sería posible prestigiar de nuevo la tele de todos o ya no hay vuelta atrás? Me quedo con la segunda opción.