El cuidado en la ancianidad
Es sabido que la juventud, por lo general y con rima, es sinónimo de salud. Salud no como ausencia de enfermedad, sino como estado de bienestar físico, mental y social, tal como define la Organización Mundial de la Salud. Y también es sabido que ese estado no se da siempre de forma exacta y completa. Hay quien tiene dolencias en cualquiera de las tres esferas que contempla la OMS, sin que de ello se genere una incapacidad, por tanto, tienen un buen nivel de salud,
Sin embargo, el hecho de eximir la enfermedad de esta ecuación, no es un intento de enmascarar nada en especial, lo adelanto para los conspiracionistas. Más bien es la forma de entender la importancia de otras cuestiones igual o más relevantes si cabe. El bienestar no puede ni debe depender de padecer una enfermedad, incluso aunque se trate de una crónica o de una terminal. Es importante mantener una situación vital que permita a la persona en cuestión sentirse bien.
Al llegar la ancianidad, los pacientes suelen tener sus achaques de la edad que van complicando el camino de la salud poco a poco, con inferencias continuadas de enfermedades que tratan de hacer el camino más difícil. Y aquí surgen varias compliaciones, con responsabilidad compartida entre los profesionales que atienden al anciano y los familiares del mismo; principalmente porque resulta complejo entender el camino que recorre la persona anciana.
Respecto a esto, en una transferencia de paciente en el hospital, una enfermera me cuestionó que la señora fuese mayor. Y sí lo era, con 84 años creo que podemos considerar mayor a la paciente por varias razones: Primero porque supera los 75 años, edad de consideración geriátrica. Segundo, porque supera las esperanza de vida de España. Tercero, porque ser mayor no es algo malo, denigrante o insultivo.
El problema del comentario de aquella enfermera es que niega la existencia de problemas potenciales, necesidades especiales y tener que prestar especial antención al cuidado de la paciente. Una persona mayor necesita mucha más atención que uno joven, porque si toda intervención tiene una parte negativa, en los ancianos resulta más destacable aún. Cada medicación, cada pinchazo en una vena, incluso, cada desplazamiento por el hospital dando vueltas por los diferentes lugares.
La palabra anciano no debería tener implicaciones negativas, menos aún cuando habla el personal sanitario. Y podríamos usar todos los sinónimos de la lengua como viejo o senil. El problema es que tenemos la mala costumbre de usar términos en tono peyorativo como vejestorio o carroza, en un alarde de creernos forever young, como decía la canción de Alphaville. Y con ello, olvidamos la vulnerabilidad de nuestros mayores fácilmente. Esta vulnerabilidad se acentúa cuantos más años y enfermedades caen.
En el comienzo de esa etapa es cuando se debe incidir positivamente sobre la misma. Garantizar un bienestar físico asegura que la persona maneje mejor el dolor, que mantenga la movilidad y que no sienta que pierde capacidades. Una forma de envejecer mucho más sana donde no se deba renunciar a una actividad que pueda colaborar en las dos esferas restantes: mismamente, reunirse con sus amistades.
Y es que, con la edad avanzada, precisamente el bienestar mental y social se abandonan, porque no son exactamente perceptibles. A veces es difícil encontrar los conflictos y las necesidades del anciano, mismamente porque no quieren manifestarlo. Y es el punto donde los familiares, que son quienes saben de su vida, y el personal sanitario, que poseen los conocimientos, deben aunar fuerzas para lograr mantener ese estado de salud que merecen.
Como el tema es extenso, continuaré la semana que viene tratando el tema de las enfermedades, procedimientos, medicación y alimentación del paciente anciano.