Habitantes de la Franja replican al plan del presidente de EEUU de reasentarles en otros territorios, una idea ampliamente criticada incluso por la ONU
Mientras la Franja de Gaza sigue en vilo ante qué le depararán las negociaciones entre Israel y Hamás sobre la segunda fase del alto el fuego, las palabras de Donald Trump, apelando a reasentar a los gazatíes de forma permanente en otros países, cayeron este miércoles como una losa sobre el devastado territorio palestino.
En Ciudad de Gaza (norte) Maher Ahmed Awda Abu Guafa, de 18 años, camina cargando con un pedazo de cartón que después utilizará para guarecerse: "Podemos morir y vivir en la humillación, pero no dejaremos Gaza", responde al preguntarle por las declaraciones del recién investido presidente de Estados Unidos.
Tras su encuentro el martes por la tarde con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, Trump dijo a los medios desde el despacho oval que aspiraba a encontrar "una zona bonita para reasentar" a los palestinos, "con casas bonitas donde puedan ser felices, sin que les disparen, sin que los maten, sin que los apuñalen como ocurre ahora en Gaza". Todo ello, junto a un sonriente Netanyahu, que asentía con sus declaraciones.
Trump veía el desplazamiento "permanente" de los gazatíes como una medida humanitaria, alegando que nadie querría vivir entre lo que calificó ya como una "zona de demolición".
Entre los escombros de lo que una vez fue la mayor ciudad de la Franja, Abu Guafa reconoce la situación de su hogar. Para él Gaza ya no es habitable "en absoluto", su casa fue derrumbada y cuando quiere agua, tiene que ir a buscarla "al fin del mundo". A pesar de todo ello, lo tiene claro: "No podrán sacarnos de Gaza, esta es la tierra en la que nací y no la dejaré".
Más de 15 meses de guerra forzaron el desplazamiento del 90% de la población de la Franja de Gaza. Muchos de ellos vuelven a sus hogares tras el cese de las hostilidades para encontrar no más que un amasijo de materiales derruidos: según los datos de la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), el enclave está atravesado por 42 millones de toneladas de escombros.
Subida a un carro en el que carga con sus pertenencias y apoyada en un improvisado respaldo de cartón, Maha Saleh Shaaban (41 años), se da por vencida. "Si nuestros hijos e hijas se van, yo también me iré. Lo que me haría irme es la tragedia y lo que vivimos en la guerra, la destrucción de nuestras casas y los familiares que fueron asesinados. La vida que llevamos. La pobreza. Se ha convertido en una vida humillante", lamenta.
Shaaban es de Yabalia, en el norte de Gaza. La localidad y su campamento de refugiados fueron de los lugares más castigados por la ofensiva israelí, donde las tropas israelíes llevaron a cabo hasta tres operaciones terrestres para buscar a los milicianos que, dicen, se reagrupaban allí.
Hasta el día del alto el fuego, Israel asediaba Yabalia y las vecinas Beit Lahia y Beit Hanoun, en una operación que se cobró miles de vidas desde octubre y dejó el terreno irreconocible. "Algunos vinieron del sur (donde se habían desplazado desde el norte) y regresaron nuevamente al sur porque descubrieron que Ciudad de Gaza no tiene vida, porque sus casas y vidas colapsaron", lamenta.
El 27 de enero, Israel abrió el paso por el corredor de Netzarim (una carretera establecida por el Ejército durante la guerra que atraviesa Gaza de este a oeste y aisló el norte del sur) para que los desplazados volvieran a sus hogares.
Desde entonces, más de 560.000 palestinos han cruzado al norte de Gaza, si bien la falta de infraestructuras en la zona plantea a muchos qué les depara allí.
"Dicen que lo que logramos en años se derrumbó en un día. No hay vida, y quien dice que hay vida no es sincero", dice la mujer con amargura. Preguntada entonces si viajará en busca de un futuro mejor, no tiene dudas: "Por supuesto, si Dios quiere".
Israel y Hamás conversan ya sobre la segunda fase del alto el fuego. El acuerdo estipulaba que en el día 16 (el lunes), las partes debían comenzar a perfilar la nueva etapa de la tregua, que comenzará con la llegada de marzo y que plantea el fin "sostenible" de las hostilidades en Gaza.
En una polvorienta carretera de la capital gazatí, recorrida mayormente por carros tirados por burros, señal de la falta de combustible en el territorio, Mohammed Nasser (50) se detiene a hablar con EFE junto a su hija.
"Resistiremos en Gaza, si Dios quiere", asegura al preguntarle si migrará. Cuando la pregunta es sobre si el territorio podrá volver a ser habitable, responde tajante: "Después de diez años, o pueden ser veinte años también. Dios nos ayudará, no queremos nada de Trump, si él está contra nosotros, no hay problema".
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