07/11/2024
En las dos últimas semanas he tratado cómo se podría mejorar la asistencia sanitaria desde el punto de vista organizativo, más concretamente, desde las administraciones públicas o privadas que gestionan el servicio. Para ello, valoraba la importancia del buen uso del sistema por parte de los ciudadanos y de los sanitarios, la necesidad de normativas estrictas que garanticen la formación y asegurar la adecuación de una persona a su puesto de trabajo.
La única posibilidad de cumplir unos estándares tan fuertes es directamente asegurar que cada cosa funcione. O lo que viene a ser lo mismo, tener medios de control fuera de lo visiblemente correcto y fácil. Si los objetivos a cumplir están desarrollados por los gestores colocados a dedo, entonces es imposible que haya realismo. Cuando la "meritocracia" reside en pelotear a un jefe para conseguir el ascenso, no es fiable que el pelota ejecute la función de control.
Con los años y la forma de gestionar, el objetivo del personal en el sistema público es obtener la plaza por oposición. En el privado, es obtener un contrato indefinido. Es decir, poca gente busca trabajar en la profesión que habría deseado dando todo de sí mismo, el bucle ya se ha creado cuando la "meritocracia" se alcanza teniendo plaza y un jefe a quien caer simpático. Y al final esta forma de trabajo ha corrompido todo el funcionamiento.
Y por si fuera poco, aún queda quien confía en las pegatinas que certifican el centro para lavar la cara al desastre. Hablo de las entidades que auditan de forma externa para dar acceso a la realidad paralela. Se crearon con la finalidad de compensar la corrupción intrínseca en la gestión, para compensar ese mal sabor de boca del ciudadano cuando sale por las puertas y que piense: Vaya, quizás soy yo el equivocado, la agencia Patata (nombre ficticio) asegura que es un centro de excelencia.
Debo reconocer que yo también llegué a creer y confiar en esas agencias en un momento dado. Llegué a pensar que obtener una certificación implicaba algo realmente bueno. Pero cuando eres crítico con el sistema del que participas, cuando observas que no ha cambiado nada a excepción de un cartel explicativo con un sello y una pegatina en cada puerta, cuando pasas a rellenar los cientos de papeles que se exigen y, cuando pasas la inspección teniendo ya la pegatina en la mano? Entonces llegas a ver la realidad de todo ello.
¿De qué sirve tener una pegatina que asegura que tu centro cumple la norma ISO 14001 de gestión ambiental, si para obtener esa certificación debes multiplicar por 2 o 3 el consumo de papel de cara a las auditorías? Esa realidad paralela en la que quieres mostrarte como una entidad altamente comprensiva con el medio ambiente, se convierte en un globo que estalla de golpe. Pero si haces una buena gestión de tus residuos sin pagar al inspector de la agencia Patata, no tienes una pegatina que lo certifique.
¿Se imagina alguien que eso suceda con la norma ISO 9001 que certifica la calidad (en la materia que uno mismo quiera certificar)? ¿o con las agencias que garantizan la excelencia profesional? Evidentemente, son preguntas retóricas, porque sí sucede. Es más, sucede de forma sistemática. Ya no es que tengas muchas oportunidades para pasar el control, es que el control está planificado previamente con fecha y hora.
Si yo aviso a alguien de que iré a su casa, miraré que la bisagra de arriba de una puerta concreta está limpia y engrasada, con los tornillos bien prietos, que no haga ruido al cerrar, etc. Entonces el control no existe. No hay sorpresas. No hay premio al trabajador que lo hace bien cada día ni castigo a quien lo hace mal. Y esta forma de auditar es un fraude.
Y así se completa un círculo vicioso donde el ciudadano no sabe nada sobre un sistema corrupto y, el sistema es corrupto porque el ciudadano no sabe. Lo peor es que en el centro de la rueda, en el eje, quedan los buenos trabajadores. Y ellos, al no ver un cambio ni un premio, acaban metidos en la gruesa línea del círculo de la mediocridad, participando del show, la pescadilla que se muerde la cola.