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Moghaddam y Sanaeeha reivindican los derechos femeninos en Irán con 'Mi postre favorito'

A modo de cuento, tejen una historia de amor en la tercera edad entre dos almas solitarias condenadas a sufrir hasta que sus caminos se cruzan

Moghaddam y Sanaeeha reivindican los derechos femeninos en Irán con 'Mi postre favorito'
Tania Díez Perea
Tania Díez Perea
Lectura estimada: 3 min.
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Como un cuento juguetón, sobre las segundas y quién sabe si últimas oportunidades, han construido los iraníes Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha 'Mi postre favorito', su último largometraje, que se sumó a la competición oficial de la 69 edición. Ganadora del premio de la crítica y del jurado ecuménico en el Festival de Berlín, la película encierra una contundente carga de profundidad para reivindicar los derechos de las mujeres en Irán y contra la asfixiante policía de la moral ejercida por el Estado y por los propios ciudadanos.

Después de haberse vuelto envueltos en un interminable proceso judicial que se prolongó durante dos años con 'El perdón', su anterior largometraje, los cineastas afrontan en esta ocasión una denuncia de la regresión que la vida de las mujeres iraníes ha sufrido en las tres últimas décadas. Treinta años es justamente el tiempo que Mahin, la protagonista, lleva viuda, viendo cómo su vida se consume entre rutinas inanes mientras sus hijos dejaron atrás el país en cuanto tuvieron ocasión.

Ella se resiste a marchar, es una luchadora, o al menos lo era cuando fue joven, mucho tiempo atrás. Sus chispazos de vida, de sonrisas, se limitan a una comida anual con su grupo de amigas, mujeres que conocieron como ella la libertad y que se resisten a conformarse con la realidad que ahora les rodea, aunque sea en "petit comité". "Nosotras no fuimos felices con nuestros maridos", se atreve a decir una de ellas en la reunión inicial, ante lo cual, la más callada, abre la boca para decir "yo con el mío sí, cuando murió".

Aficionada a las telenovelas, una noticia en televisión del desarrollo de robots para acompañar a personas que viven solas despierta en ella el afán de insurrección que la acompañó en su juventud. Descubre que aún queda llama en su interior y se lanza en torpes intentos a intentar encontrar de nuevo el amor, que perdió tanto tiempo atrás.

En contraste con la efervescente conversación entre las seis amigas que se reúnen en casa de Mahin, desinhibidas, la cámara se detiene en otra charla casual antagónica instantes después entre un grupo de hombres mayores, que mientras comen en un comedor de jubilados solo hablan de la muerte y el alcohol. Las ganas y la necesidad de vivir, enfrentadas como en un espejo con las ganas de beber para olvidar y morir. En ese escenario, los ojos de Mahin se detienen en Faramaz, un silencioso taxista con quien descubrirá que la revolución puede hacerse desde los hogares, y que otro mundo es posible.

Con ternura máxima y sin paternalismos, los cineastas desgranan el encuentro entre estas dos almas solitarias, poniendo rostro y carne a sentimientos tan humanos como el miedo a morir en soledad o la necesidad de disfrutar de los tenues destellos de luz que se atisban ocasionalmente en la vida, incluso en medio de los regímenes más inquisidores. "Nada dura para siempre", dice él, con una doble lectura aplicable por qué no al actual régimen iraní, mientras ella responde  "algunas cosas sí", quizá en alusión a la esperanza del pueblo iraní en el cambio.