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Don Julio Fernández Rodríguez, industrial olvidado que dio vida a Tordesillas

Murió en Sevilla el 3 de septiembre de 1961 llorado por sus hijos Consuelo, María Dolores, Claudia María, María, Julia, Marcelin, Luis y Antonio Fernández Díez

Don Julio Fernández Rodríguez, industrial olvidado que dio vida a Tordesillas
Foto: Sara Fernández.
Jesús  López Garañeda
Jesús López Garañeda
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Y se la dio porque nada más y nada menos que 200 personas trabajaron para él, recibiendo su salario y colocando en un sitio de honor la dignificación empresarial de Tordesillas. La época tumultuosa y revolucionaria que desembocó en la guerra civil y en la persecución familiar por el hecho de ser un empresario modelo, modélico y emprendedor del pasado siglo XX como nunca hubo otro en la Villa de Tordesillas, le apartó de muchos.

Por eso estas líneas están escritas con la razón más con el sentimiento, la verdad comprobada más que con la suposición y con la esperanza de que alguien haga justicia entre las gentes que poblaron e hicieron por nuestra Villa mucho más que aquellos a quienes se les reconoce en calles y rincones por haber pertenecido a otro bando, como se decía siempre que era preciso denostar a quien nunca se honró como es debido y justo.

Julio Fernández Rodríguez, tordesillano, nació en esta Villa el 25 de julio de 1883 en el número 14 de la Calle de San Antón. Fue hijo de Saturnino Fernández Merinero, abogado, y de María Salomé Rodríguez Rodríguez, natural de esta villa y dedicada a las ocupaciones propias de su sexo según consta en la inscripción 181 de nacimientos, signada por el Juez Ambrosio de la Rica y por Sisinio García, el Secretario. Su abuelo materno fue arquitecto y su abuela materna Eulalia provenía de Fuentelapeña.

Por tanto, una familia de las llamadas ACOMODADAS de la localidad.

Dejando su paso de infancia y juventud pronto Julio decide realizar proyectos que tenía in mente, de ambición y riesgo, y máxime desde su matrimonio con María Díez Cuadrillero,  de la que tuvo nueve hijos- cinco chicas y cuatro varones-. Decide construir una fábrica de harinas a la que puso el nombre de su hija mayor 'LA DOLORES', instalando una caldera de vapor alimentada por carbón y leña. Las cosas mercantiles marchan y amplía la construcción de una nueva fábrica esta vez de pasta para sopa, tallarines, fideos y macarrones a la que bautizó con el nombre de dos de sus hijas 'CLAUDIA MARÍA'.

Su gran labranza, provenientes de herencia, dio empleo a más de doscientas personas que aumentaba contratando a muchas más en tiempos de recolección. La "mecanización" la conformaban cuatro yuntas de bueyes y seis pares de mulas y caballos. Con esto el jornal de los obreros estuvo asegurado, sin necesidades ni penurias y Tordesillas iba en aumento creciendo en población y prosperidad.

Julio Fernández tenía una oficina en la que Juan Menor era el contable; Ignacio Bermejo, el escribiente; Guillermo de la Cruz, en la ventanilla de despacho; Jesús Carrasco para mandados y como apoderado general, Félix Sigüenza Dávila. Mientras en el almacén estaban Tomás y Mariano Morales y Bernabé Fernández. Dentro de la fábrica seis personas atendían la molienda y empaquetaban la harina y los chóferes  de camiones Fernando Hervada; Jesús Sánchez y Mariano Santiago. Como ayudantes Francisco Gutiérrez; Valeriano Pérez y alguno más. Pedro Sánchez, al cargo del taller: Francisco Blanco, encargado del personal de la fábrica de fideos; Santos y Dominica, guardas de la finca el soto; Crescencio Rico, Juan Matesanz y Quinín en la labranza y Jesús Martín en la caldera.

Siempre es fácil criticar y decir este empresario se está haciendo de oro, pero si no hay ganancias, ni hay ni puede prosperar el negocio.

Don Julio Fernández tenía las mejores tierras del pago de Muedra como las "chiviriteras" "los mazos" y "las nueve piedras" además de la "Capitana". Otras en Osluga. Y al otro lado del río majuelos y pinares. De manera que casi la mitad del término municipal pertenecía este personaje. Logrando además criar ganado vacuno, y lanar en la finca de El Soto y la Quinta.

De los bienes inmuebles dentro de la Villa destacar el edificio de la calle Santa María donde se estableció 'La Elegancia'; otro en la de Santa Clara y otra casa grande en la calle San Antolín donde luego se instaló la ferretería Marqués y otra más en la calle de San Antón.

Todo iba viento en popa para patrón y obreros hasta que llegan los años 32/33 cuando se proclama la segunda república, cambiando el modo de ver muchas cosas por parte de ese movimiento obrero que ahí surge. Esa inquietud hace que Don Julio y su esposa emigren a Portugal, adoptando la lógica precaución para asegurar su propia vida, aunque los hijos pequeños quedan en Tordesillas. Desde 1933 a 1936 había muchas huelgas y gran malestar entre la población además de enfrentamiento entre juventudes de uno y otro signo político. Pese a todo, las fábricas y la agricultura siguieron funcionando normalmente.

La noche del 17 al 18 de julio de 1936 llegaron noticias que querían asaltar la fábrica de harinas y desde ese anochecer algunos obreros, amigos y el hijo menor de don Julio junto al apoderado general se concentraron para defender la instalación. Fuera de ella, se apostaron enfrente de la fábrica socialistas provistos de escopetas y pistolas para intimidar, pero los de dentro resistieron. Hasta que a las 10 de la mañana que subió la guardia civil por la carretera y se recompuso la situación sin una gota de sangre.

Cuando llegaron los años del hambre en 1940 y 1941 la casa de don Julio en la calle Santa María dio de comer y cenar durante la recolección del verano a más de cincuenta obreros del campo, sobre todo aquellos que pasaban por situaciones difíciles.

La desaparición de ese imperio agrícola e industrial comenzó en 1947 cuando la Inspección de Hacienda quería averiguar si la harina tenía o no agua de más. El enfrentamiento con la Inspección por parte de Don Julio alteró su carácter y decidió vender todo 'pues no consiento que después de tantos años venga un señor mandado por hacienda o el gobierno que sea, a decirme ahora cómo tengo que moler el trigo y tratar la harina'.

Y así, poco a poco, comenzó la desaparición de todas las industrias y negocios que con tanto esfuerzo e ilusión había creado Don Julio Fernández Rodríguez, lo que se ha llamado pomposamente "el imperio olvidado". Don Julio murió en Sevilla el 3 de septiembre de 1961, llorado por sus hijos Consuelo; María Dolores; Claudia María; María; Julia; Marcelino; Luis y Antonio Fernández Díez.